Como ha estudiado la sociología, los seres humanos cumplen con un rol social que consiste en cumplir con un papel de representación o una expectativa que en ocasiones no se alcanzan a cumplir; el incumplimiento de esta expectativa genera un sentimiento de culpabilidad que afecta directamente en la visión que tiene el sujeto sobre sí mismo y sobre el mundo. Con este panorama, es fundamental comprender las causas de este sentimiento de culpabilidad, además de los efectos y las consecuencias que produce.
Aunque no se ha concretado una definición de buena vida, esta aventura: “Podría ser, al final, aquella que es rica en experiencias multidimensionales de ‘resonancia’; una vida que vibra a lo largo de ‘ejes de resonancia’”,[11] si entendemos resonancia como los signos que advierten que una persona ha logrado una buena vida y son visibles para el prójimo. Nuestra misión consistirá en descubrir dónde se pueden encontrar estas resonancias, o bien, las condiciones bajo las cuales es posible alcanzarla.
Alienación sistémica
Hasta el momento, hemos comprendido la principal preocupación de Hartmut Rosa en la pregunta sobre la buena vida, pero debemos entender por qué la teoría de la aceleración es sociológica y no únicamente filosófica, además de asumir la investigación sobre la temporalidad como perspectiva en el análisis.
Ya hemos señalado que la aceleración social es un problema complejo, que existen una serie de paradojas temporales ceñidas a la relación ser-mundo en donde el ser humano no alcanza una plena satisfacción de su existencia; se ha mencionado también que el hombre no parece administrar su tiempo de manera óptima, pero esta incapacidad de administración del tiempo no es meramente subjetiva, pues, si así fuera, sólo algunas personas sentirían la presión del tiempo en su vida. Si bien este no es un problema universal, sí es uno general, por lo que se sospecha que además es un problema objetivo concerniente al mundo, ciertamente a uno generado por el ser humano y, por lo mismo, a un sistema, en términos sociológicos, que ha rebasado la capacidad misma de los individuos. Por lo anterior, Rosa afirma que también se trata de una alienación: “La aceleración social conduce a formas de alienación social graves y empíricamente observables, que pueden ser consideradas como el obstáculo principal para la realización del concepto de una buena vida en la sociedad tardo moderna”.[12]
Esta alienación, producto de la aceleración social, afecta a todos los individuos sin distinción de posiciones laborales, económicas, sociales o culturales; aunque, como se verá más adelante, la aceleración social está mayormente presente en las grandes ciudades.
Cuanto mayor sea el grado de relación con los motores que impulsan la aceleración social, mayor será la alienación que ese individuo sufra y, probablemente, le sea más difícil desacelerarse.
En prácticamente cualquier campo de trabajo, los empleados (y también los empleadores) se quejan de que el tiempo que dedican a sus asuntos centrales va disminuyendo. Esto es válido para el tiempo que pasan los médicos con sus pacientes, el tiempo que los profesores dedican a enseñar o educar, el tiempo que los científicos pasan investigando, etc. En última instancia, la queja de que ‘nunca llegamos a hacer’ lo que ‘realmente queremos hacer’ está basada simplemente en el hecho que […] la lista de las ‘cosas por hacer’ se va alargando en todas las esferas, año tras año. La ‘retórica del deber’ revela este sentimiento instintivo de alienación con toda claridad: que tendamos a justificar todo lo que hagamos con frases que parecen excusas del tipo ‘realmente tengo que (leer las noticias, actualizar mi ordenador, rellenar el formulario de impuestos, comprarme ropa nueva, etc.) y lo tengo que hacer ahora’ constituye una indicación inconfundible de la medida en la que consideramos estas actividades como heterónomas.[13]
La normalización de nuestras actividades cotidianas impide que el sujeto se percate del grado de aceleración social que lo envuelve, pues el cuerpo humano tiene una enorme capacidad de adaptación que le permite sobrevivir a diferentes escenarios. Así como se adapta al clima (o al cambio climático), a un nuevo integrante en el hogar, a la velocidad de los transportes, de igual modo, también a los cambios en la velocidad de sus actividades cotidianas.
Es relevante conocer la manera en que el ser humano reacciona frente a los estímulos del mundo y la forma en que es afectado por ellos. En ocasiones, el sujeto es consciente de su entorno, pero en otras no; por ello, comenta el científico alemán Stefan Klein, en referencia a la aceleración social, “la atención es un bien preciado”. En ese sentido, dicha capacidad es contraria a la tendencia en el mundo tardomoderno que se caracteriza por realizar un número cada vez mayor de actividades simultáneas: “Como han demostrado los neurocientíficos, el cerebro sólo puede ejecutar conscientemente una actividad a la vez. La atención de alguien que, sin embargo, trata de responder un correo electrónico mientras habla por teléfono, debe necesariamente saltar de un lado a otro”.[14]
La atención es un factor determinante, sin embargo, el creciente número de actividades de nuestra vida cotidiana merma esta capacidad cognitivo-espiritual que nos vincula con nosotros mismos, especialmente en este siglo, cuando las tecnologías de información parecen obligar a estar en todos los lugares al mismo tiempo. Sin la atención puesta enteramente en la actividades que realizamos, corremos el riesgo de no vivirlas satisfactoriamente y, por tanto, perder parte de la experiencia que implica.
Esto se debe a que el cerebro no puede procesar toda esta nueva información tan rápido como la recibimos. Sólo hay dos soluciones a este dilema. La primera alternativa es dedicar menos tiempo a cada estímulo individual, pasando a la siguiente información tan pronto como llegue. La segunda alternativa es seleccionar lo que queremos. Simplemente ignoramos la información entrante para pasar más tiempo procesando la información recibida previamente.[15]
El ser humano tiene capacidades limitadas, pero la tecnología nos hace creer que el límite de esas capacidades es superlativo y el desarrollo de la ciencia y la tecnología no tiene freno. Por esta razón, se piensa que la capacidad humana de abarcarlo todo tampoco terminará; no obstante, es claro que el uso de las herramientas tecnológicas del siglo xxi, si bien es cierto son favorables al individuo, también es cierto que desvinculan las relaciones humanas. Respecto a ello, afirma Stefan Klein que la alta velocidad en la que vivimos en la actualidad es adictiva: “Sólo cuenta la sensación más fuerte. Un día de alta velocidad tiene un efecto similar. El tempo es adictivo. Al igual que los adictos, no sólo perdemos nuestra efectividad sino también, y mucho peor, la libertad de autocontrol”.[16]
El tiempo se convierte en adicción porque, como veremos más adelante, su asociación con los límites humanos y el dinero alimenta el ansia por hacer y tener más de lo que se puede hacer y tener; sin embargo, esta ansia se nutre socialmente, depende no sólo de las exigencias y satisfacciones personales, sino de la demanda social misma que ha alienado indirectamente al ser humano en un sistema. El mismo Hartmut Rosa señala que “el capitalismo genera nuevas formas organizativas, nuevas tecnologías, nuevos estilos de vida, nuevas modalidades de producción y explotación y, por lo tanto, nuevas definiciones sociales objetivas del espacio temporal”.[17]
La razón por la que estamos tan ocupados siempre y mantiene la preferencia de las sociedades contemporáneas de vivir con alta velocidad sobre actividades que requieren tiempo, es la interdependencia que el individuo adquiere como parte de un sistema donde detenerse a meditar, reflexionar o tomarse un tiempo no es posible si se quiere conservar un statu quo. Ya hemos apuntado la importancia que tiene la normalización y atención de nuestras actividades cotidianas en la conciencia que cada persona puede generar sobre su particular forma de alienación con el sistema: “La medida en que el tiempo se convierte en un problema en este plano también depende del grado de rutinización y habituación”,[18] comenta Rosa en otro de sus libros.
Se vuelve necesario indagar sobre la temporalidad en el mundo contemporáneo, ya que gran parte de su problemática radica en comprender cómo se emplea el tiempo en el siglo xxi. De acuerdo con Hartmut Rosa, una forma de estudiar