Diario sin nombre. Carmen Galvañ Bernabé. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carmen Galvañ Bernabé
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788419106827
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del Mar, le sonrío en la distancia. Cuánta razón tenía este irlandés tan amigo mío ya. El océano es un enigma y ese enigma da cobijo a grandes leyendas, historias que se pierden entre el rumor de las olas y que, si no fuera por hombres como él que las dejan escritas en diarios húmedos, cubiertos de sal y arena, estas se marchitarían en las cantinas de los puertos, en los barcos que naufragan y en las voces que el mar se lleva a otras orillas.

      Todavía me quedan por leer algunas páginas más de este recuerdo del pasado, pero las leeré con calma, con la serenidad de un día de verano que se despide con dulzura tras el horizonte del mar, dorando con mayor fuerza la suave arena de la playa.

      La noche malagueña es enigmática, tiene unos tintes de guardián sigiloso y a la vez traicionero. Málaga es cuna de historias y de leyendas y yo cada vez que regreso a casa imagino a quiénes pudieron pasear por sus calles mucho tiempo atrás y ahora no dejo de pensar en el irlandés, en si anduvo los mismos pasos que yo hago ahora. Me gusta creer que en un momento de su vida algún antepasado mío pudo cruzarse con él, que en cierto modo sus ojos y los míos se miraron hace mucho tiempo atrás.

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      illustration VI illustration

       Martes, 11 de febrero de 1913

       Desde que llegué a Málaga, el farero se ha convertido en un buen amigo mío. Muchas tardes nos reunimos en la taberna del puerto y compartimos historias. Cuando lo conocí me pareció un hombre silencioso, tímido, con mucho pasado como yo, pero que no estaba dispuesto a desvelarlo con tanta premura. Aun así, fue el primero que me dio cobijo cuando abandoné el Hotel Inglés.

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       No me preguntó quién era, solo me dijo que nunca traicionara la confianza que me daba, que era un hombre bueno, pero odiaba la deslealtad.

       Así que antes de poder alquilar la pequeña casita en la que resido, viví durante algunos meses en La Farola de Málaga. Nunca antes había visto un faro por dentro. Es un hogar engañoso, las escaleras que suben a su cima parecen interminables, pero al mismo tiempo dan cobijo. Los ruidos nocturnos de un faro me parecían voces venidas de otro mundo, como si aquellas almas que naufragaron fueran atraídas por su luz y vinieran a exigir por qué cuando estaban vivos esa luz no los guio. Pasadas las semanas terminé acostumbrándome e incluso veía en aquellas voces música, cantos espirituales que parecen sosegar el corazón de la mar.

       Hoy han comenzado las nuevas reformas en el faro. La luz que produce ya es insuficiente y quieren implantar un sistema de óptica nueva. He escuchado hablar a los ingenieros. A mí se me truncó el destino y no pude ir a la universidad, pero me hubiera gustado ser ingeniero, así que me he entretenido escuchándoles hablar sobre los nuevos proyectos que tienen para el faro.

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       El farero, mi buen amigo, se ha quedado sin hogar durante unos meses, hasta que terminen las reformas, pero yo le he ofrecido mi casa. No voy a dejar que duerma en la calle y con su sueldo tampoco creo que le dé para dormir en un hotel. Sería muy desagradecido si yo ahora no le ayudase.

       Creo que se ha alegrado mucho cuando le he echado la mano al hombro y le he dicho que se viniera a mi casa. Me gusta tener a un amigo en mi hogar. Ojalá descubra cuáles son los enigmas que esconde, aunque para ello tenga que contarle los míos. Creo que ya es hora de desahogar mi corazón, necesito volver a confiar en alguien y así poder al fin echar raíces en esta tierra.

      Estoy mirando La Farola de mi Málaga y me doy cuenta de que es un símbolo silencioso de esta ciudad. Un gigante sigiloso que ya no solo ilumina barcos, sino el alma de todos los que nos sentimos parte de esta tierra. Hace años que ya no vive ningún farero en ella y para los barcos ya no es su única guía. La vida ha cambiado mucho desde aquellos primeros años del siglo XX, pero la esencia de este puerto continúa siendo la misma. Este lugar es nostalgia, la nostalgia de los barcos que zarpan y se pierden en la lejanía, por mucho que pasen los años esa incertidumbre de quien se echa a la mar continúa siendo la misma. Al igual que la algarabía que se produce cuando tras meses y semanas de travesía un barco echa ancla en estas aguas.

      Yo todavía no he visto el interior de la Farola del Mar, pero con las descripciones del irlandés parece que me haya sentido dentro de ella. Me pregunto cuántos fareros habrán pasado por aquellas estancias. Siempre me han dado cierto temor los faros, los he imaginado como lugares guardianes de muchos secretos, lugares misteriosos a los que es preferible no incomodar y ahora lo que más deseo es atravesar las puertas del faro de mi tierra y descubrir si todavía guarda recuerdos del farero y de mi amigo el irlandés.

      Este diario es como una novela plagada de enigmas, de secretos que sé que nunca conoceré, pero es como una caracola que colocas en tu oído mientras las olas y las sirenas te susurran viejos cánticos con los que perderse entre la blanca espuma del mar.

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      illustration VII illustration

       Miércoles, 12 de febrero de 1913

       Hoy he sido testigo de las lágrimas de un hombre que llevaba muchos años preso de su propia historia, de sus propios sentimientos enfrentados.

       La historia del farero me ha sobrecogido el alma, es una de esas historias que no merecen quedar en el olvido, por ello he decidido escribirla en este diario.

       Lo escuché sollozar durante la noche y me acerqué con un vaso de vino a su habitación. Es un hombre algo rudo, un hombre que se esconde en su propia coraza de fortaleza, pero aun así yo sabía que albergaba viejas penas en su corazón.

       Me dijo que no ocurría nada, que tan solo había tenido un mal sueño. Aunque yo insistí y le di ese vaso de vino.

       Me mantuve durante unos minutos en silencio, hasta que las lágrimas de mi amigo el farero comenzaron a brotar.

       —No soy malagueño. Hace muchos años que vine a esta tierra procedente de otro lugar de España muy alejado de estas playas, por eso cuando te vi deambular por el puerto sin rumbo supe lo que buscabas y te acogí en mi casa. —Cuando he escuchado esas palabras no sé por qué no me han sorprendido, en el fondo sabía que era un marinero errante como yo lo fui hace algunos años ya.

       Ha descrito su tierra con tanta emoción que me ha hecho sentir nostalgia por mi Irlanda. Creo que a partir de ahora no olvidaré el faro de su ciudad. Tiene un nombre peculiar, pero ya es como si me sintiera parte de él. El Faro del Caballo, así se llama, y las aguas del Cantábrico son las que alumbra.

       Yo he sido cautivado por la luz del Mediterráneo, pero me gustaría conocer algún día aquel lejano mar Cantábrico.

       Cuando me ha narrado su historia he recordado a los niños por los que robé aquella caja fuerte. Mi amigo el farero fue un niño huérfano, siendo un bebé lo abandonaron en una inclusa.

       Con doce años se escapó de aquel lugar en busca de sus padres, pero terminó deambulando y delinquiendo por las calles de su ciudad. Acabó preso en una deteriorada y vieja prisión llamada de la Dársena.

       —Allí