La balada del marionetista II. F. J. Medina. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: F. J. Medina
Издательство: Bookwire
Серия: La danza de la araña
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418996832
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Tenía una espada curvada, más ancha por la punta que por el mango, y un chaleco rosa abrochado que parecía hecho de seda. Intercambió varios sablazos con él, sencillos e irremediablemente previsibles. No tardó en percatarse de ello. «Son ladrones… No hay comparación». Estaba más que acostumbrado a medirse con su padre, Kréinhod Thunderlam, general de Wahl. También con Werden, el capitán que lo examinó y al que estuvo a punto de doblegar. Y con Hallson, Bállindher, Céllengord, también incluso con Taria y otros sargentos bien adiestrados con la espada y la lanza, porque Harod también era un formidable lancero. A los thargros los combatían preferentemente de ese modo, guardando la distancia siempre que se pudiera ya que eran grandes como gigantes y de un zarpazo descuartizaban al más fuerte de los humanos.

      Harod lanzó una frenética oleada a la que su rival no pudo hacer frente. En pocos espadazos lo llevó a donde quería, a mostrarle el cuerpo vendido ante su filo. Tras el breve e intenso intercambio de diestras, realizó una fugaz finta a la izquierda y describió con su hoja una curva de modo tan veloz que el bandido no pudo reaccionar a ella. En lugar de chocarla de frente la rechazó por fuera, obligándolo a bajar la espada hacia el caballo, dejándole libre el camino para la estocada. «Ya es mío». Pero dudó, aunque no fuera esa su intención. Solía pasarle cada vez que se enfrentaba a alguien al que solía doblegar con frecuencia, para no hacerle daño, aunque portasen espadas de prácticas. El tajo acertó a rasgar el hombro derecho del individuo, pero su intención primaria había sido la de atravesárselo. «Joder» se lamentó al darse cuenta de su fallo. El bandido no había llegado a soltar la espada y levantó el brazo para contraatacar, propiciando así su reacción. Salió del breve ensimismamiento y de forma instintiva deslizó su hoja hacia abajo, cortándole media mano y, esta vez sí, desarmándolo.

      No conforme con el duelo a caballo, puesto que no estaba habituado a ello, descendió del suyo. Echó una fugaz ojeada, justo para vislumbrar cómo la punta de la cuerda de acero de Karadian se incrustaba en el ojo del enclenque líder de la banda, traspasándole el cráneo al verla salir por la nuca. No pudo horrorizarse más, ya que por el rabillo del ojo vio cómo por su izquierda se acercaba un equino. El bandido se había ladeado con la intención de rebanarle con su hoja corta, pero lo vio a tiempo y se preparó para ello. Agarró con todas sus fuerzas, con ambas manos, el mango de su espada y la alzó sobre su cabeza. Le salió así, sin pensarlo. Fijó la mirada en el filo que se avecinaba a cortar su cabellera y lo chocó. Pudo sentir la vibración surgida del violento golpe en todo su cuerpo, pero surtió efecto. Él estaba bien anclado al suelo, equilibrado y con sus músculos tensados a más no poder, aferrando su hoja con ambas manos. El estruendoso choque desestabilizó al jinete, al que arrebató la espada con el golpetazo. Cayó al suelo de mala manera, pues quedó tumbado y retorciéndose de dolor tras el crujido de sus huesos al estamparse contra la tierra. «Uno menos».

      Alzó nuevamente la vista para otear la situación. Y nuevamente presenció algo que no le hubiera gustado ver. La cuerda del mago rodeó a dos bandidos con un único lazo, por el cuello, estampándolos uno contra el otro al estrechar el círculo, dejándolos con las cabezas pegadas la una a la otra. La cuerda, la que aún seguía siendo cuerda, se afinó al tiempo que mutaba como había hecho el mago con la otra, convirtiéndose en un aparente alambre, el cual continuó cerrándose, cada vez más, sobre ambos cuellos, adosados el uno con el otro. Uno de los bandidos tenía una flecha clavada en el muslo, señal de que ya había sido neutralizado por la capitana, pero, aun así… No supo distinguir si aquello transcurrió tan despacio como él lo percibió o si fue algo fugaz que se le hizo eterno hasta que ambas cabezas cayeron rodando sobre el firme. No pudo evitar el vómito que brotó de su estómago y atravesó su garganta.

      —¡Déjalo! —exclamó Karadian, haciéndole levantar la vista, primero hacia él, y después hacia Taria. Estaba preparada para lanzar una nueva saeta, apuntando hacia aquel al que acababa de derribar y que continuaba retorciéndose en el suelo—. Que regresen y hagan correr la voz —esgrimió el mago con gran severidad tanto en su voz como en su mirada.

      —Yo también he vomitado, y tres veces —le confesó Téondil cuando llegó, vacilante, hasta él. Le vio con la camisa rasgada por el hombro, manchada de sangre, pero no fue capaz de preguntarle por ello. Se dejó llevar hasta llegar al pueblo hacia el que se dirigían.

      Habían zarpado al amanecer. No les costó nada encontrar barcaza en el poblado de Bollvos, pues Karadian fue a tiro fijo a la hora de contratar los pasajes. Como bien les había informado, ese era su medio habitual de transporte entre Saha y Haivind, por lo que era conocido allí y sabía perfectamente a dónde dirigirse. El mago fue generoso a la hora de contratar el transporte, así como al abonar las habitaciones de la posada en la que pasaron la noche. Era vieja, roída y no demasiado limpia, pero por lo que había visto del poblado, no podrían haber encontrado algo mejor. Bollvos era un pequeño y andrajoso pueblo que basaba toda su economía en un puerto que servía de enlace entre Haivind y Saha sobre todo, un puerto casi tan grande como el resto del pueblo en el que también había numerosas posadas, las cuales solían estar llenas de marineros y mercantes de una sola noche. A nadie le apetecía pasar dos días allí, ya que el olor a pescado era muy intenso en todo el pueblo, y si lo hacían era solo porque debían esperar la llegada del transporte adecuado para el género con el que comerciara.

      —Aunque no me guste y no me caiga bien, debo reconocer que es una suerte que venga con nosotros —comentó Teon, sentado en otra silla a su lado en el tejadillo que había sobre la cabina de mando de la barcaza, el cual el capitán utilizaba como terraza particular. Karadian, en cambio, estaba de pie en proa, oteando el río por el que navegaban. Era el más largo y caudaloso de todos, y tan ancho que la vista se perdía sin hallar la orilla contraria.

      —Lo que hizo con aquellos tipos… —musitó Harod, contemplándolo también.

      —Sí —suspiró Teon—, a mí también me pareció un… poco exagerado.

      —Fue excesivo, no había necesidad de matarlos, y menos de ese modo. En la taberna casi mata a aquellos tipos. Cuando llegamos vimos al tabernero asfixiándote y al otro aplastando a Taria… Tuve que pararle, si no…

      —Se ve que está acostumbrado a matar —anotó Teon—. Dijo que tiene un salvoconducto del clan… Haziz. Según explicó, Haivind está dividida en for… barrios, o como sea, de ladrones y asesinos. Seguro que los Haziz son asesinos.

      —Puede ser. ¿Te acuerdas del dragón ese que hay en el lago del bosque? ¿Ese tan grande, negro?

      —Cómo olvidarlo…

      —Karadian sabe su nombre. Conoce el puto nombre de ese dragón, Teon. ¿Cómo puedes explicar que conozca el nombre de un dragón al que nadie antes había visto, uno que luchó además del lado de Hakrott el Oscuro?

      —Es… extraño. Incluso para un tipo como él. ¿Cuál… cuál es el nombre?

      —¿El nombre?

      —Sí, el del dragón. ¿Cómo se llama? ¿Llamaba?

      —Backarión… Backarión Pesadilla Tenebrosa…

      —Backarión… Pesadilla Tenebrosa… —susurró Teon, absorto en el nombre—. Pues estaría bien preguntarle al respecto, aunque fuera solo por curiosidad —dijo tras una breve pausa.

      —No, ya… ya le pregunté por ello y no está dispuesto a hablar del tema.

      Atrás dejaron las aguas del pequeño río Yabo, discurriendo ahora su camino por el impresionante Ímara. El río más largo de Ixceldior los había dejado anonadados por la extraordinaria anchura de su cauce, por la que veían cruzarse barcos y barcos más propios de surcar mares que de remontar ríos, y lo hacían sin estorbarse lo más mínimo. El capitán apareció ante ellos tras subir por los barrotes de hierro de la escalera.

      —¿Han desayunado bien los caballeros? —preguntó Hopaniro, aunque todos le llamaban Hop, capitán, o capitán Hop. Era fornido, aunque no era un tipo alto, pero imponía respeto. Era calvo y con una prominente y negrísima barba redondeada, y extremadamente cuidada en apariencia. Teon le dijo que debía de emplear en ella algunos aceites o jabones especiales para ello, alguno de los cuales debía de oler a albaricoque