—Por cierto —comentó tras pagar su consumición—. Estoy buscando a Kréinhod Thunderlam, pero he oído que no está en la ciudad. ¿Se sabe a dónde fue?
—No, Desconocido —contestó el tabernero de mala gana.
«Bien, capto el mensaje».
Al rato salió de la taberna aburrido, dispuesto a sumergirse nuevamente en las calles de Wahl para buscar un lugar en el que pasar la noche.
«Debí de haberle preguntado al enano. A saber dónde coño habrá una posada medio decente».
—Bonita casa —espetó para sí mismo asomándose por encima del vallado.
Era mediodía. Harto de vagabundear, pasó la noche en la terraza cubierta de una casa cercana, al resguardo de la implacable lluvia. Había probado en varias casas, pero no halló ninguna vacía y como se había propuesto pasar desapercibido, se conformó con dicha terraza. Ahora la lluvia era fina y casi agradable, el sol incluso caldeaba algo y un hombre algo mayor se acercó a él desde un rincón del jardín que observaba. Sin duda alguna se había percatado de que llevaba veinte minutos recorriendo el perímetro de la casa, por lo que no lo dudó y se acercó a él para cuestionarle.
—¿Le gusta la casa? —le preguntó con cierto aire de recelo.
—¡Sí! Tiene un jardín precioso —afirmó sonriente—. Si no me equivoco, esta es la casa del Sr. Thunderlam. ¿Es usted Kréinhod Thunderlam?
El hombre, a pesar de su madurez y saber estar, se ruborizó ante semejante pregunta.
—¡No, no! ¡Por Dios!
—¿Por Dios? ¿Por cuál de ellos?
—¿Por cuál de ellos? —expresó confuso.
—Sí, sí. Ha dicho: ¡Por Dios! ¿Por qué Dios? —insistió burlonamente. Le encantaba rebatir esa expresión en particular.
—¡Ehmm! No… no… no sé. Yo solo…
—Dejémoslo ahí —zanjó «Desconocido»—. Si usted no es el Sr. Thunderlam, ¿quién es?
—Soy Pekies, su jardinero.
—Excelente jardinero a tenor de lo visto, diría yo. ¿Cuándo volverá el Sr. Thunderlam?
—¡Ehmmm, gracias! No lo sé.
«¿Es que nadie va a saber dónde se ha metido ese tío?».
—¿No le ha dicho cuánto tiempo deberá encargarse del jardín?
—No.
—¿Y si no regresara más? ¿Se encargaría eternamente de su hierba sin cobrar su sueldo?
—¡Ehmmm! Pues… No me ha dicho nada. Yo solo soy su jardinero.
—¿Y quién puede saberlo entonces?
—No sé. Tal vez el capitán Bállindher.
—¿Bállindher? Bien, iré a verle. Es el que se ha quedado al mando, ¿no? —preguntó haciéndose el tonto, pues sabía perfectamente que Bállindher era quien mandaba ahora en Wahl.
Tras despertar había buscado un lugar para el desayuno, y encontró una pequeña taberna que estaba muy concurrida. Y no solo desayunó a cuerpo de rey, como le gustaba hacer, sino que salió bastante bien informado de las vicisitudes de la capital, del reino y con un montón de cotilleos varios que le mantuvieron pegado al taburete de la barra más de dos horas.
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