El islote de los desechos. Víctor De la Vega. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Víctor De la Vega
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788412332858
Скачать книгу
Enseguida comieron sus porciones al tiempo que se ponían al día con lo acontecido en España y con los amigos en común, hasta que llegó la pregunta del millón.

      —Y dime ―se atrevió Raúl―, ¿cuáles son tus planes?, ¿qué piensas hacer? Y nuestra relación, ¿seguirá? ¿O has cambiado tu forma de ser y pensar? Porque en los últimos meses te noto más fría y distante.

      —Esta noche no quiero hablar de eso ―dijo ella acercándose sensualmente por detrás de él, que permanecía sentado.

      Lo rodeó con sus brazos y metió sus cálidas manos por debajo de la camisa de él, acariciando su pecho mientras él sentía su agitado aliento en sus oídos y sus pechos tocando sus hombros.

      Se le calentó la sangre cuando las suaves manos se deslizaron hasta su vientre y lentamente bajaron un poco más.

      Se levantó, se puso frente a ella y fundieron sus bocas en besos largos y húmedos. Sintió los pezones de ella en su pecho, lo que lo encendió mucho más.

      Ella le despojaba la camisa a tirones, él se dejaba llevar por los impulsos de ambos. El atlético muchacho la cargó en sus brazos y, sin despegar sus bocas ardientes, se dirigió a la habitación. Juntos se tiraron en la cama, las caricias con sus bocas no cesaban, sus manos se recorrieron todo, se embriagaron con el olor de la piel de cada uno. No hubo palabras, un lenguaje corporal que no necesita de letras, solo gemidos de placer y caricias que desbordan la imaginación.

      Tuvieron sexo, hicieron el amor, después de varios meses sin verse sus deseos esperaban a encontrarse.

      Rendidos, ya tarde en la noche se quedaron dormidos abrazándose.

      21 de junio de 1996

      La mañana del viernes los sorprendió al entrar los rayos solares por una pequeña abertura entre una cortina y otra de la ventana que daba a la calle.

      Raúl se levantó sin hacer ruido y se dio una ducha. Acto seguido, se dirigió una vez más a la cocina. Preparó café, hizo pan tostado con mermelada de fresa, lo colocó sobre una bandeja y se aseguró de que Lola estuviera despierta para llevar el desayuno a la cama.

      Con una sonrisa de satisfacción, ella le recibió apoyada en el respaldo de la cama. Él se acercó y le dio un beso tierno en la boca, ella se dejó consentir.

      Él sentado a la orilla de la cama acercó la bandeja, y tomaron el desayuno juntos.

      El plan para ese día fue salir a pasear por Londres hasta las tres de la tarde. Luego ella debía acudir con su editor por cuestiones de publicidad y revisión de sus proyectos hasta bien entrada la noche.

      Así él estaría libre para reunirse con sus nuevos amigos como habían quedado.

      Felices por el encuentro se prepararon para salir.

      Caminaron por las calles, tomaron el metro para llegar hasta Camden Town. Andando por entre los puestos del mercadillo se divertían. Cuando llegaron a la calle Camden High, llamaron su atención las tiendas con sus llamativas y pintorescas fachadas. Pasaron gran parte de la mañana recorriendo el lugar y después se fueron a comer al Borough Market. Ahí se deleitaron con una paella mixta. Raúl estaba fascinado por el recorrido que hacía en poco tiempo, pero aún faltaba una última visita: le llevó a conocer el Tower Bridge. Entraron para ver el funcionamiento de la máquina que lo eleva, cruzaron por la pasarela de cristal transparente y desde ahí su vista contemplaba parte de la hermosa ciudad.

      Como ya estaban sobre la hora, regresaron con prisa al apartamento. Con calor en sus cuerpos por la caminata, se pusieron cómodos. Lola le indicó que podría salir y pasear por algunas calles cercanas para conocer el entorno mientras llegara la hora de reunirse con sus amigos o quedarse a descansar viendo algo en la televisión. Ella se dio una ducha rápida y se vistió como era su costumbre. Llevaba una falda corta en color rojo, una camiseta blanca de tirantes mostrando parte de sus senos, de los que tanto presumía, y zapatos de tacón marrones. Salió apresurada llevando entre sus manos algunos cuadernos de apuntes, se despidieron con un beso en la boca.

      Con más calma, Raúl se desnudó y se metió a la ducha. No pensaba en lo que conoció esa mañana, aunque todo lo que vio le encantó, más bien sus pensamientos giraban en torno a su relación con Lola. Había cierta incertidumbre en el aire, lo percibía, pero de algún modo lo aceptaba, o se resignaba. Ella buscaba con insistencia el reconocimiento como escritora y estaba luchando con todo para lograrlo.

      El agua fría le golpeaba su cabeza, pero le era agradable, recorría su anatomía con una sensación placentera. Meditaba con tranquilidad en todo lo que podría ocurrir, se estaba preparando mentalmente para cualquier cosa, no quería que la decisión de su novia lo tomara por sorpresa.

      Permaneció un rato bajo el chorro de agua, sentía como un masaje relajante el líquido al recorrer su cuerpo. Cuando lo dispuso salió del baño, se tumbó en el sofá y se quedó mirando el techo que adornaba su centro con un cuadrado en moldura, todo pintado de blanco. No quería pensar en nada más, dejaría que las cosas surgieran como tuvieran que ser.

      Dejó pasar el tiempo ahí recostado. Por momentos se levantaba y se quedaba frente a la ventana viendo el pasar de la gente caminando por la acera. Encendió el televisor, pero no le prestaba atención, fue más bien para no sentirse tan solo.

      A las seis salió a caminar un poco, el bar no estaba tan lejos, miró las vitrinas de algunas tiendas solo por curiosidad. Sin pensarlo más, se encaminó hasta el lugar de la cita. De los cinco fue el primero en llegar, se acercó a la barra y pidió su whisky. Notó que otra chica atendía en las mesas, no era Olga la que se encargaba del trabajo esa tarde.

      Pidió una cerveza también, tomaba un sorbo de whisky y un trago de cerveza.

      La mesa los esperaba, estaba vacía. Cogió su vaso, la botella y se fue a sentar. La nueva camarera se le acercó para decirle amablemente que esa mesa estaba reservada a esa hora. Él le preguntó si era para cuatro hombres que acostumbraban a estar ahí todos los días y ella afirmó. Le respondió que no se preocupara, que él les acompañaría. Antes de dejarlo en paz, con una sonrisa ella le indicó que si necesitaba algo se lo hiciera saber. Raúl le preguntó por Olga. La chica le mencionó que era el día libre de la camarera y que ella la remplazaba siempre, que en realidad su turno era por las mañanas, pero en los descansos era ella quien atendía a los clientes en lugar de su compañera.

      —Yo soy Raúl ―le dijo cortésmente.

      —Yo me llamo Natalia ―respondió.

      Una vez hechas las presentaciones, la chica volvió para atender a otros clientes que la llamaban.

      Su rostro dibujó una sonrisa cuando vio que los cuatro hombres entraban juntos al establecimiento.

      —Hola, muchacho ―dijeron―. ¿Cómo estás?

      —Hola, caballeros ―respondió con una sonrisa y saludando a cada uno―. Estoy bien, gracias, y espero que vosotros también lo estéis.

      —¿Acaso se nos ve mal? ―dijo sonriendo Andrew.

      —De ninguna manera ―contestó Raúl―, se os ve mejor que nunca.

      —Y ¿cómo fue tu día? ―preguntó Kwan.

      —Yo diría que bastante bien ―dijo el joven―. Hay días buenos y otros no tanto, al menos creo que el de hoy fue bueno, ya mañana será otro día.

      —Muy bien ―dijo Mathew―. Pidamos nuestra botella, tengo un poco de sed.

      Natalia ya se encaminaba hasta ellos con su pequeño cuaderno y su pluma en la mano para tomar la comanda, junto con un platillo ovalado con algunos frutos secos para picar.

      Pidieron lo de siempre, una botella de whisky acompañada con un cubo de hielo.

      Volvieron a brindar ahora por el nuevo encuentro, se sentían relajados unos con otros, nada de presiones, nada de comentarios incómodos.

      Raúl les contó su recorrido por Londres esa mañana, así como sus impresiones de la ciudad,