Lecciones sobre la Analítica de lo sublime: (Kant, Crítica de la facultad de juzgar, § 23-29). Jean-Francois Lyotard. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jean-Francois Lyotard
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789560014665
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el nombre que porta, en la filosofía crítica, la posibilidad de esta filosofía. El poder heurístico de criticar, la Urteilskraft, es el de elaborar las «buenas» condiciones a priori de posibilidad, es decir la legitimidad de un juicio sintético a priori. Pero esta elaboración (análisis y «deducción») requiere en sí misma de juicios sintéticos de discriminación. Es necesario entonces que el poder de criticar tenga esta enigmática capacidad de juzgar «buenas» condiciones del juicio «antes» de poder usar, de tener el derecho de usar, estas condiciones para juzgar si ellas son las buenas. Ahora bien, la reflexión es, como se ha dicho, tautegórica, pues ella no es nada más que el sentimiento, placentero y/o displacentero, que el pensamiento tiene de sí mismo mientras piensa, es decir juzga, o sintetiza. Los operadores de síntesis que produce son «primero» reflejados o reflexionados bajo los «títulos» o los «conceptos de la reflexión» que hemos mencionado, como los ensamblajes espontáneos de «representaciones», como «comparaciones» borrosas, todavía no domiciliadas, pre-conceptuales, sentidas. Y es justamente porque estos «títulos» sentidos no son todavía determinados por su uso objetivo (no teniendo valor sino «subjetivo») que la reflexión podrá legitimar o deslegitimar el uso según la facultad que se apodera de ellos.

      El lector de Kant no puede dejar de preguntarse, un día, cómo el pensador crítico nunca ha podido establecer las condiciones de pensamiento que son a priori. ¿Con la ayuda de qué instrumentos, como se dice, puede formular las condiciones de legitimidad de los juicios mientras que se supone que no puede disponer de eso todavía? ¿Cómo, en suma, puede juzgar como necesario «antes» de saber lo que es juzgar como necesario, y para saberlo? La respuesta es que el pensamiento crítico dispone, en su reflexión, en el estado en que la pone como tal síntesis todavía no asignada, de una especie de prelógica trascendental. Esta es en realidad una estética puesto que no hace sino de la sensación, que afecta todo pensamiento actual en tanto que ella es simplemente pensamiento, el pensamiento sintiéndose pensar y sintiéndose pensado, juntos. Y como pensar es juzgar, sintiéndose juzgador y juzgado, al mismo tiempo. En esta presencia subjetiva del pensamiento a sí mismo se esboza el gesto de domiciliación que viene a dirigir las síntesis espontáneas (bajos sus «títulos») a su facultad de tutela, limitando así el uso y fundando su legitimidad.

      Tal es entonces el aspecto de la reflexión que he nombrado «heurística». Gemelo con el aspecto tautegórico, viene a transformar en paradoja legítima la aparente aporía de un pensamiento, el pensamiento crítico, que puede anticipar sus a priori. Por ello este parece poder escapar a muchas objeciones que le han sido hechas, en particular del lado del pensamiento especulativo. Pero dejo eso de lado.

      6. La anamnesis

      Mejor insistamos en dos observaciones. La primera es que este «momento» reflexivo no debe entenderse como si tuviera su lugar en una genealogía. Las condiciones a priori que son por ejemplo las categorías del entendimiento o las formas de la intuición son a priori de derecho, pues para «existir» no han esperado que el pensamiento reflexionante las engendre a partir de sus comparaciones subjetivas. Además de que ellas no han existido jamás y no existirán jamás, en sentido propio, ellas son «siempre ya» eso a lo que es preciso apelar para legitimar la pretensión de un juicio de conocer su objeto. El problema planteado en el Apéndice es el de saber cómo su uso legítimo puede ser descubierto y no cómo son en sí mismas engendradas. Por ello es que la reflexión, asegurando esta tarea, cumple una función que no es constitutiva, sino heurística. Más bien que de una genealogía, es necesario entonces ver en este momento reflexivo el movimiento de una anamnesis del pensamiento crítico en sí mismo, interrogándose sobre su capacidad de descubrir el buen uso de los lugares trascendentales que ha determinado en la «Teoría trascendental de los elementos» que forman la Estética y la Lógica. Estamos por ello incitados a especular que a medida que el pensamiento crítico va a alejarse de estos lugares seguros de la síntesis que son las formas de la intuición y las categorías del entendimiento (con los esquemas), es decir que se va a separar del examen de las condiciones a priori del conocimiento, el aspecto tautegórico de la reflexión vendrá a manifestarse más. Veo en eso signos en la más fuerte incidencia de operadores tales como la regulación (en la «Idea reguladora», o el «principio regulador»), la guía (en el «hilo conductor»), la analogía (en el «como si»), que no son categorías, sino que podemos identificar como tautegorías heurísticas. Gracias a estos curiosos «operadores subjetivos», el pensamiento crítico se da y descubre procedimientos de síntesis que no están sellados en el dominio del conocimiento. Sólo puede obtenerlos reflexivamente, mientras los inventa de acuerdo con su sentimiento, dejando legitimar enseguida la validez objetiva. Si esta apreciación es correcta, diremos que después de la teoría de los elementos de la primera Crítica, el timbre anamnésico del texto kantiano se da a escuchar mejor a medida que el pensamiento crítico se acerca más a objetos tan poco cognoscibles (strictu sensu) como, en primer lugar, las ideas de la razón teórica, enseguida la ley moral, luego el gusto y el sentimiento sublime, y finalmente el juicio histórico-político. Para estos objetos del pensamiento crítico, la sola disipación de una anfibiología debida a una falta de domiciliación de la facultad no es suficiente cuando es necesario descubrir el buen uso de sus condiciones a priori de posibilidad.

      De esta primera observación naturalmente se saca la segunda: con la estética (reservo la política, que no ha sido objeto de una Crítica), uno se debe encontrar muy avanzado en la anamnesis del pensamiento crítico. El «objeto» de la Crítica de la facultad de juzgar no es, en efecto, ninguna otra cosa que el juicio reflexionante mismo, en estado puro. Ahora bien, ¿qué quiere decir aquí puro? Que es la «sensación» la que remite el pensamiento a sí mismo y, en eso, le advierte del estado «sentimental», placer o pesar, en el que se encuentra, ya que esta «sensación» es este estado. Resulta que el movimiento del pensamiento crítico debe aquí invertirse si se lo compara a ese que era en la primera Crítica.

      Para esta última, como lo hemos visto examinando el Apéndice de los Principios, el interés de la reflexión consistía principalmente en su función heurística. Se trataba de manifestar cómo el pensamiento crítico puede distinguir las comparaciones espontáneas a las que el pensamiento procede, redistribuyéndolas en las competencias de facultades que podrán legitimarlas. No he estudiado todavía el papel que las categorías juegan en esta redistribución, voy a hacerlo, pero no puede escapar al lector del Apéndice que todo sucede como si los cuatro grandes conceptos puros del entendimiento, cualidad, cantidad, relación y modalidad, ejercieran su control desde lo alto y desde lejos, pero ejercieran la anamnesis gracias a la cual la reflexión descubre en ella los cuatro «títulos» bajo los cuales el pensamiento, subjetivamente, siente posibles comparaciones. Esta teleguía de la reflexión por las categorías del entendimiento puede, con todo rigor, explicarse aquí a partir del hecho que la primera, tomado sobre todo bajo su aspecto heurístico, sólo tiene que descubrir el buen uso de los segundos para el conocimiento strictu sensu.

      Cuando se trata de juicios estéticos, que no son sino sensaciones consideradas como juicios, y que exigen ser analizadas como tales, exclusivamente, la función tautegórica de la reflexión debe, al contrario, prevalecer sobre su función heurística, pues aquí la sensación no conduce, ni tiene que conducir, a ninguna otra cosa que a sí misma. En particular, no «prepara» el pensamiento para ningún conocimiento posible. Los lugares de legitimidad que descubre deben seguir siendo sus lugares, en consecuencia, nada más que los «títulos» bajo los cuales el pensamiento siente la comparabilidad de los datos. Y si es verdad que estos «títulos», tales como los cuenta y los examina el Apéndice de la primera Crítica, están todavía demasiado afiliados o conectados a las categorías del entendimiento, la crítica debería aquí desembarazarse de esta sujeción y remitir eso a la reflexión puramente tautegórica, tal como lo obliga el puro juicio estético, con cuidado de domiciliar como conviene los «títulos» del pensamiento reflexionante reducido a sí mismo, es decir a la sensación. Pues la sensación es por sí misma el todo del gusto y del sentimiento sublime, desde el punto de vista de las facultades del alma.

      Ahora bien, el camino seguido por el pensamiento crítico no es ese. La Analítica de lo bello y la de lo sublime consisten