5. No rehusar dar al que pide. Aparte del contexto de Mateo 5, hay evidencias bíblicas que indican que esta obligación tiene excepciones. Tomemos algunas situaciones en que se le pidió a Jesús que hiciera ciertas concesiones. La primera situación se presentó cuando los hermanos de Jesús le pidieron que fuera a Jerusalén a manifestarse como Mesías, pero él se rehusó (ver Juan 7:3 al 6). La segunda, cuando los fariseos le pidieron milagros para que demostrara su poder. Entonces también se rehusó a actuar dócilmente, más bien les contestó que ellos no verían otra señal más que la de Jonás (Mat. 12:39, 40). Por otra parte, tenemos la exhortación de Pablo a los tesalonicenses. El apóstol instruyó a los dirigentes de la iglesia que no ayudaran a personas que se decían cristianas para aprovecharse de la generosidad de los creyentes, y así no trabajar (2 Tes. 3:10-12).
En conclusión, la lección profunda que extraemos de estas palabras de Jesús en el Sermón del Monte es la siguiente: no nos conformemos con amar mínimamente. Amemos abundantemente a todos, incluso a nuestros enemigos. Demos el máximo, no el mínimo, de nosotros mismos. Seamos generosos y magnánimos cuando trabajamos por el bien de los demás. Manifestemos un amor especial, que da sin esperar nada a cambio. Este, en efecto, es el mensaje central del Sermón del Monte.
Para esclarecer más este tema, consulta Mateo 10:23: “Cuando os persigan en esta ciudad, huid a otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre”. Este pasaje bíblico indica que no es sano que un cristiano se someta a abusos de forma innecesaria, y que es legítimo evitar la persecución y el sufrimiento hasta donde sea posible.
CAPÍTULO 4
Aborrecer a padre y a madre
“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”.—Lucas 14:26
El concepto de aborrecer a los padres es, tal vez, el más chocante y repulsivo de todos los dichos de Jesús. Esta declaración, interpretada literalmente, contradice la imagen tierna y amorosa de Jesús y su exhortación continua a sus discípulos para que se amaran los unos a los otros.
El cuadro se complica aun más cuando el texto parece inducirnos a que no cumplamos nuestro deber con nuestra familia, contradiciendo así la enseñanza del Maestro, quien cierta vez les reprochó a los fariseos el hecho de que deshonraban a sus padres para “servir a Dios” (ver Marcos 7:9 al 13). ¿Cómo puede Jesús, entonces, contradecirse súbita y repentinamente, y pedir a sus discípulos que aborrezcan a sus propios familiares a fin de seguirlo a él?
La aparente contradicción ocurre cuando leemos solo el versículo 26 y lo interpretamos literalmente. ¿Pero podemos leer tal repudio a la familia de otra manera? Sí, se puede. Debemos interpretar este refrán en forma hiperbólica, tal y como se ha sugerido ya en los capítulos anteriores. El máximo ejemplo citable que justifica una comprensión tal de este texto se encuentra en Mateo 10:37. Si leemos este último versículo con cuidado, notaremos la diferencia de lenguaje entre Mateo y Lucas en relación con este asunto. Mientras que la narración de Lucas choca por negativa, y hasta abusiva, la narración de Mateo es más sutil y cariñosa: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”.
¡El contraste es impresionante! El concepto de aborrecer a la familia para amar a Jesús no aparece en el Evangelio de Mateo. Lo que sí aparece es una diferenciación de grado entre nuestro amor a Jesús y a nuestros familiares, que no tiene nada que ver con odiar o aborrecer a nuestros padres. Según Mateo, una cosa no excluye la otra. De acuerdo a su narración, no es necesario dejar de amar a los familiares para amar a Jesús. No es necesario cumplir con el servicio a Dios a costa del amor a los padres. Tampoco es necesario aborrecer la vida propia para seguir a Jesús, según lo sugiere la lectura literal del texto de Lucas.
Esta dualidad de expresión no solo se encuentra entre Lucas y Mateo, sino también en otros escritos bíblicos. Por ejemplo, las distintas narraciones que aparecen en Génesis acerca de la relación de Jacob con Raquel y con Lea. En Génesis 29:30, Moisés dice que Jacob amó más a Raquel que a Lea. Sin embargo, más abajo, en el versículo 31, Moisés dice que Jacob menospreció a Lea. Las dos narraciones no son contradictorias; son solo dos formas de expresión de una misma idea en el estilo del lenguaje semítico.
Otro ejemplo de dualidad textual bíblica se halla en el libro de Éxodo en relación con el endurecimiento de corazón del faraón de Egipto en el tiempo de Moisés. Éxodo 7:3; 9:12; 10:20, 27; y 14:4 presenta a Dios como el causante del endurecimiento del faraón para que no dejara en libertad al pueblo de Israel. Sin embargo, la narración cambia en Éxodo 7:13, 22 y 23; 8:15, 19 y 32; y 9:7 y 34. Según el segundo conjunto de pasajes, el faraón es quien endurece su propio corazón.
De la misma manera, podemos concluir que no existe contradicción alguna entre las narraciones de Lucas y Mateo. Los autores bíblicos poseían expresiones alternativas que ellos mismos comprendían y que no les parecían conflictivas. La dualidad textual es parte integral del modo bíblico de comunicación.
Podemos agregar también la información que nos ofrecen las nuevas traducciones en español acerca de Lucas 14:26. Tomemos, por ejemplo, el texto según aparece en la versión Reina Valera Contemporánea: “Si alguno viene a mí, y no renuncia a su padre y a su madre, ni a su mujer y sus hijos, ni a sus hermanos y hermanas, y ni siquiera a su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Y la versión La Palabra de Dios para todos lo rinde así: “Si alguien viene a mí pero pone en primer lugar a su papá, a su mamá, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, no puede ser mi seguidor”. También está la versión Dios habla hoy: “Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo”.
Como puedes notar, las traducciones nuevas en español toman en consideración el modo dual de la Biblia cuando traducen el texto de Lucas 14:26.
CAPÍTULO 5
No nos metas en tentación
“Vosotros pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”.—Mateo 6:9-13
Hay dos maneras de explicar la frase “no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” que está en la oración del Padrenuestro. La primera explicación es bastante conocida. Consiste en leer las palabras de Jesús a la luz de las explicaciones que ofrece Santiago respecto a la tentación. Él dice que Dios no tienta a nadie, sino que cada uno es tentado “cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Sant. 1:14). La afirmación de Santiago es que no hay relación en absoluto entre Dios y la tentación.
La segunda explicación es la que menciona Pablo. Según él, “no os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Cor. 10:13). En fin, lo que dice el apóstol Pablo es que la tentación es netamente humana, lo mismo que dice Santiago.
¿Están equivocadas las dos declaraciones apostólicas en relación con la tentación? ¿Podemos usar los textos de Santiago y Pablo para arrojar luz sobre la frase en cuestión del Padrenuestro? ¡Por supuesto que sí es posible!
Pero hay otra explicación para terminar de entender esta cláusula de la oración modelo de Jesús, que, por cierto, no contradice el uso de los textos de los apóstoles mencionados, sino que los perfecciona. Veamos esta explicación.
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