Jesús también llamó a su servicio a otro hombre adinerado; pero este dejó todo y cambió un trabajo con grandes ventajas económicas por la pobreza y la austeridad.
Todos le escapan a los cobradores de impuestos; ahora y en los días de Jesús. Esos funcionarios eran los más rechazados de todos, y no solo por recaudar impuestos (esto les recordaba, dolorosamente, que habían sido conquistados por los romanos). Estos hombres solían ser deshonestos y, por medio de la extorción, se hacían millonarios. Además, era un judío que trabajaba para los romanos, y eso lo transformaba en lo más bajo de la sociedad.
Mateo era uno de estos odiados extorsionistas. Pero, un día todo cambió. Después de elegir a dos pares de hermanos cerca del Mar de Galilea –Pedro y Andrés, y Juan y Santiago–, Jesús llamó a Mateo para que fuera su discípulo. Mientras que los otros juzgaban a Mateo por su profesión, Jesús miró su corazón y reconoció que estaba dispuesto a seguirlo. Mateo había oído hablar a Jesús y deseaba pedirle ayuda, pero estaba convencido de que el Maestro jamás se fijaría en él.23
Cierto día, cuando Mateo estaba sentado detrás de su mostrador público, vio a Jesús acercándose. Momentos después, se maravilló cuando escuchó que le decía: “Sígueme”. Mateo se levantó de su lugar, dejó todo tal cual estaba, se dio la vuelta y siguió a Jesús. No dudó, no cuestionó, no dedicó ni un instante más a su millonario negocio ni a la pobreza en la que viviría a cambio. Para Mateo, era suficiente estar con Jesús, escuchar sus palabras y trabajar con él.
Lo mismo había sucedido con los hermanos que Jesús acababa de llamar. Pedro y Andrés escucharon la invitación, dejaron en la playa sus redes y su embarcación, y acompañaron a Jesús. No preguntaron de qué iban a vivir para sostener a sus familias. El llamado a ser discípulos de Jesús fue tan poderoso que no dedicaron tiempo a racionalizar o posponer la decisión. Ellos simplemente obedecieron el llamado y se unieron a Jesús.
La noticia de la decisión de Mateo llamó la atención en toda la ciudad. Y, un nuevo y fervoroso discípulo de Jesús, Mateo quería, desesperadamente, influenciar a sus ex compañeros. Entonces, organizó una fiesta en su casa e invitó a sus amigos y a sus parientes. Entre ellos no solamente había recaudadores de impuestos; también había otras personas de mala fama, gente discriminada por sus estrictos vecinos.
Pero Jesús no dudó en aceptar la invitación, aun sabiendo que los líderes judíos se iban a ofender y que quedaría en una posición dudosa frente a los ojos de los demás. Con placer, Jesús asistió a la cena, donde Mateo le dio el lugar de privilegio en su mesa, rodeada de deshonestos cobradores de impuestos.24
Durante la fiesta, algunos rabinos trataron de que los nuevos discípulos de Jesús se enfrentaran con su Maestro, preguntando: “¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús escuchó de lejos la pregunta y, antes de que sus discípulos contestaran, desafió a los líderes con estas palabras: “Los sanos no tienen necesidad de médico; solo los enfermos. ¿Por qué no investigan el significado de estas palabras: ‘Misericordia quiero; basta de sacrificios’? No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento”.
Los fariseos proclamaban ser espiritualmente íntegros, sin necesidad de sanidad espiritual. Ellos consideraban que los recaudadores de impuestos y los extranjeros se morían por culpa de sus pecados. Así que, Jesús los confrontó con una verdad obvia: ¿Por qué no se asociaría él con las personas que más necesitaban de su ayuda?
Una religión legalista jamás podrá atraer a nadie a Jesús. ¡Está tan vacía de amor! El ayuno y la oración que están motivados por un espíritu de autojustificación son abominables. Incluso los servicios solemnes y las ceremonias religiosas, la “humillación” pública de uno mismo y los impresionantes sacrificios intentaban demostrar que una persona tenía “derecho” al cielo. Todo esto es decepcionante. No podemos hacer nada para comprar nuestra salvación.
En conclusión, solamente después de renunciar a nuestros intereses egoístas podemos llegar a ser creyentes, seguidores de Jesús, sus discípulos. El joven rico no pudo conseguirlo; Mateo, sí. Uno tomó la decisión apropiada; el otro, no. Mateo experimentó la conversión y entró a una alegre vida de satisfacción en el servicio. El otro continuó con su vida de prestigio humano, riquezas y vacío. Uno encontró la vida eterna; el otro se la perdió. Cuando renunciamos a nuestros intereses egoístas, el Señor nos regala una vida nueva. Solamente las jarras nuevas pueden contener el vino fresco de una vida renovada en Cristo.25
21 El Deseado de todas las gentes, pp. 477, 478.
22 Ibíd., pp. 478-481.
23 Ibíd., p. 238.
24 Ibíd., pp. 239, 240.
25 Ibíd., pp. 240, 241, 246.
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