En esos términos, el planteamiento original de No Alineados de no suscribir alianzas militares con ninguna de las superpotencias, y mantener la autonomía de acción necesaria para impulsar el interés nacional sin cortapisas ha recuperado vigencia. Lo mismo vale para los principios de panchsheel, cuyo endoso a la no intervención, a la coexistencia pacífica, al multilateralismo y a la vigencia del derecho internacional se hace eco de aquellos que durante mucho tiempo han inspirado a la política exterior de los países de América Latina. Al mismo tiempo la existencia de armas nucleares, y la mera posibilidad de una consiguiente anihilación mutua entre las grandes potencias, representa una limitación obvia al escalamiento ilimitado de las tensiones entre las superpotencias, y otorga un cierto margen de acción a los países en vías de desarrollo.
Una doctrina para nuestro tiempo
El plantear una política de NAA en el nuevo siglo no se debe, entonces, a un afán nostálgico, una especie de a la recherche des temps perdus diplomático. Por el contrario, responde a que el sistema internacional, si bien en un momento de transición y de gran fluidez, que apunta a lo que Acharya (2018) ha denominado un mundo multiplex, tiene también elementos de bipolaridad entre dos grandes potencias, en este caso, Estados Unidos y China. Lo que vemos es una reedición de la lucha por los corazones y las mentes de los pueblos del Tercer Mundo, ahora, del Sur Global. A la Iniciativa de la Franja y la Ruta lanzada por China en 2013, Estados Unidos, en la Cumbre del G7 en 2021, ha respondido exhortando a los Estados miembros a hacer algo similar, bajo la rúbrica de Building Back Better World (B3W). Nada indica que en años venideros las tensiones entre Washington y Beijing vayan a disminuir. Las proyecciones reflejan que Estados Unidos mantendrá su superioridad militar por varias décadas, pero que la economía china superará en tamaño a la estadounidense en menos de una década, tendencia que se acentuó con el impacto de la pandemia de covid-19.
Dicho ello, y como se puede colegir de la Tabla 1, seis décadas después del establecimiento del NOAL, el mundo atraviesa por un momento muy distinto y más esperanzador para los países en vías de desarrollo. Como señala Heine en el primer capítulo de este libro, el sistema internacional se encuentra en transición desde el Orden Liberal Internacional vigente desde fines de la Segunda Guerra Mundial hasta 2015, a uno muy distinto, mucho más descentralizado (Acharya 2018). De representar un 50% del producto mundial en 1945, los Estados Unidos hoy representan un 24% del mismo, mientras China representa un 16%, y las proyecciones indican que el tamaño de la economía china superará a la de los Estados Unidos antes del fin de esta década (desde 2014 ya la supera en términos de Paridad de Poder Adquisitivo). Según diferentes estimados, para 2050, siete de las diez mayores economías del mundo provendrán de lo que hoy denominamos el Sur Global.
Más allá del auge de las economías emergentes en el nuevo siglo (la sigla de los BRICS le dio su sello a la primera década del nuevo siglo), y la decadencia relativa de las potencias occidentales tradicionales, hay tres fenómenos propios de este cambio de época. Ellos reflejan un giro fundamental en materia de economía política internacional.
El primero de ellos se refiere al libre comercio. El principio del libre comercio fue uno de los pilares del Orden Internacional Liberal y fue impulsado como tal por sus principales proponentes, las potencias anglosajonas como los Estados Unidos y el Reino Unido (Ikenberry, 2020). El libre acceso a los mercados fue definido como piedra filosofal del sistema internacional. A partir de 2017, sin embargo, la defensa del libre comercio fue abandonada por los Estados Unidos, quien abrazó en cambio un principio muy distinto, el del “comercio justo”. Estados Unidos denunció el Acuerdo Trans Pacífico, comenzó a aplicar aranceles a diestra y siniestra, y políticas comerciales discriminatorias en forma rutinaria (Cooley y Nexon 2020). Una de las cláusulas claves para Washington en la renegociación del TLCAN con Canadá y con México en 2019, fue una que prohibió, de facto, la firma de alguno de los Estados miembros de un TLCcon China.
El segundo alude a la globalización. La fase actual de la globalización (iniciada, grosso modo, en 1980), gatillada, sobre todo, por la revolución en las TI y las telecomunicaciones, fue, asimismo, apoyada por las potencias del Atlántico Norte, en el entendido que su superioridad científica y tecnológica las llevarían a ser las principales beneficiarias de este proceso. Y si bien algo de ello ocurrió, sobre todo en las décadas iniciales, ello no se desarrolló acorde a lo que muchos habían proyectado. De hecho, en el nuevo siglo, han sido los así llamados “gigantes asiáticos”, China e India, los que más se han beneficiado de la globalización (Friedman 2005). Sus altas tasas de crecimiento y acelerada industrialización no han dejado de impactar al sector manufacturero en los países del Norte, llevando al cierre de numerosas fábricas, sobre todo en el sector siderúrgico y de la industria automotriz, en el Medio Oeste de los Estados Unidos y el Norte de Inglaterra. Ello, a su vez, ha gatillado una poderosa reacción antiglobalización en vastos sectores de la población, llevando al resultado del referéndum a favor del Brexit en el Reino Unido en junio de 2016, así como a la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en noviembre de ese mismo año (Hopkin 2020).
El tercero se refiere al multilateralismo. El trabajar de consuno con otras naciones en instancias formalizadas y estructuradas está en la base de ese Orden Liberal Internacional que surgió al final de la Segunda Guerra Mundial. El mismo se expresa con especial nitidez en la Organización de Naciones Unidas (ONU), en cuya creación los Estados Unidos y el Reino Unido también jugaron un papel fundamental. A partir de 2016, sin embargo, con la elección de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos y el voto a favor de dejar la Unión Europea por parte del Reino Unido, esto cambia. Estados Unidos abandona numerosas instancias multilaterales dentro y fuera de la ONU(incluyendo el Acuerdo de París, el Consejo de Derechos Humanos, Unesco, la Organización Mundial de Salud y el Acuerdo Trans Pacífico) optando por el bilateralismo, sino derechamente por la acción unilateral en materia internacional (Cooley y Nexon 2020, 159-185).
Con la llegada al poder del presidente Biden se produce un retorno al multilateralismo, si bien definido estrictamente en función de los intereses de EEUU (Biden 2020). Por otro lado, en contra de lo que algunos esperaban, su gobierno ha mantenido incólumes los altos aranceles a las importaciones chinas establecidas por su predecesor; tampoco hay señales que EE. UU. vaya a volver a lo que se conoce ahora como el CPTPP, sucesor del Acuerdo Trans Pacífico.
Junto a este cuadro de creciente proteccionismo de los países del Norte, los países del Sur Global, o lo que podríamos llamar el “Nuevo Sur”, están en una posición muy distinta a la del antiguo Tercer Mundo. Mientras este último se consideraba una víctima de un sistema internacional que lo explotaba, y promovía por ende el desarrollo autárquico y la desvinculación de los países del Norte, las nuevas potencias emergentes se han beneficiado de la globalización.
De hecho, están interesadas en participar aún más de los flujos internacionales de comercio e inversión, algo de lo cual nuevas entidades como el RCEP, suscrito en noviembre de 2020 en Asia, son un buen ejemplo (Albertoni y Heine 2020). A su vez el lenguaje de la “desvinculación” de la economía mundial ya no es abrazado por los países en desarrollo, sino que por los Estados Unidos. Desde hace varios años, tanto autoridades de gobierno como especialistas académicos de ese país sostienen que la única manera que Estados Unidos puede competir con China esdesvinculando ambas economías en todo lo posible, tanto en materia de comercio, como de inversión, finanzas y hasta turismo e intercambios universitarios. Según esta perspectiva, de continuar el alto nivel de interdependencia entre ambas economías, Estados Unidos llevaría todas las de perder, por lo que sería indispensable reducirla en todo lo posible (Anonymous 2021).
En otras palabras, el mundo ha dado un viraje de 180 grados.