La primera de ellas es la afirmación de la identidad latinoamericana. En contra de una escuela que tiende a negar incluso la propia existencia de tal cosa, sosteniendo que todo lo que hay es un puñado de países vecinos, muy distintos entre sí, los impulsores de las distintas entidades regionales parten de la base de la existencia de una comunidad que comparte una historia, un pasado colonial, una condición mestiza, y, en la mayoría de los casos, una lengua y una religión –el “extremo Occidente”, en la expresión de Alain Rouquié (1989).
Otra, es la desconfianza hacia organismos supranacionales, con una clara preferencia por entidades intergubernamentales. Bajo el pretexto de una mal entendida austeridad presupuestaria, y, en estas últimas décadas, abrazando el dogma neoliberal, las entidades de integración económica regional, así como las de cooperación política, han operado sin secretariado permanente, o, si lo han tenido, uno de minimis.
A su vez, la estrategia seguida por los entes regionales latinoamericanos ha sido más bien defensiva que ofensiva. En otras palabras, de lo que se ha tratado es de proteger el espacio latinoamericano, más que de incursionar en objetivos más ambiciosos como, por ejemplo, el logro de la paz mundial (Deciancio y Tussie 2019). Ello parecería reflejar un reconocimiento implícito de las limitaciones inherentes a la condición de la región en el orden internacional.
Finalmente, el accionar internacional latinoamericano ha tenido un fuerte énfasis en los aspectos legales, subrayando la vigencia del derecho internacional y del multilateralismo, como escudos de protección ante las grandes potencias.
En este marco, la confluencia de dos factores nos llevó a la reflexión inicial y propuesta que ha dado origen a este libro. Por una parte, la creciente disputa por la primacía entre Estados Unidos y China, en la cual América Latina aparece cada vez más como el proverbial “jamón del sándwich”, presionada para escoger entre Washington y Beijing. Por otra, la severidad de la crisis actual, en que la región aparece como Zona Cero de la pandemia a nivel mundial, con la mayoría de los gobiernos dando palos de ciego para enfrentar el desafío sanitario que gobiernos en otras latitudes han manejado tanto mejor. Sin duda que hay muchos factores que inciden en esta tragedia épica que afecta a la región (y que al escribir estas líneas significa que América Latina, con un 8% de la población mundial, sufra un 30% de las muertes por la pandemia), pero al menos uno de ellos se origina en una inadecuada comprensión y gestión de las fuerzas de la globalización en el mundo de hoy.
De consuno con esta difícil coyuntura y tragedia humanitaria, se da un verdadero “eclipse diplomático” de América Latina (Rouquié 2020). Para todos los efectos, esta ha dejado de existir como actor internacional relevante, lo que a su vez no hace sino profundizar la crisis. El contraste en la forma en que el mundo reaccionó ante el segundo brote del virus de covid-19 en India en abril de 2021, y la ecuanimidad (sino indiferencia) con que lo hizo ante la situación en América Latina (que, con la mitad de la población de India, tiene, hasta mayo de 2021, según las cifras oficiales, cuatro veces el número de muertes por el virus que India) es decidor.
De ahí nuestra propuesta de NAA para América Latina. Ha llegado la hora de poner fin a la creciente marginalidad de la región, marginalidad que se alimenta a sí misma y autoperpetúa una involución que para muchos pareciera no tener remedio. Por nuestra parte, creemos que sí tiene remedio. Este conlleva asumir su propio destino y no dejarlo en manos de otros.
El NAA como concepto
En artículos anteriores sobre este tema, hemos subrayado la relevancia del No Alineamiento como antecedente para esta propuesta (Fortin, Heine y Ominami 2020a; 2020b). No se trata de trasvasijar en forma monotónica planteamientos originados en los sesenta y setenta a las realidades muy distintas del nuevo siglo. Por el contrario, el desafío radica en adaptar conceptos y términos que expresaron una era, a las de un mundo en acelerado proceso de cambio, con las debidas enmiendas y ajustes del caso.
Lo primero a tener presente es la utilidad del término “alineamiento”, un concepto “paraguas” y multidimensional, que no se refiere solo a lo militar, como es el caso de la expresión “alianza”. La noción de alineamiento también “podría proveer el eslabón perdido entre la estructura del sistema internacional y los procesos a nivel de conducta de las unidades del mismo, que la disciplina busca conectar” (Snyder 1997, 32; citado por Wilkins 2012, 55). La noción de alineamiento (y la de no alineamiento) es también más sutil y flexible que la de alianza, que tiende a ser más rígida y atada a temáticas de defensa.
El no alineamiento difiere de la “neutralidad”, que se refiere a no tomar partido en un conflicto bélico, y que ha tenido una connotación más bien negativa (aunque el Mariscal Tito, uno de los fundadores del NOAL, lo describía como “neutralidad positiva”).
El padre del concepto de no alineamiento fue, desde luego, el primer ministro indio, Jawaharlal Nehru (Damodaran 1983). India accedió a la independencia en 1947, justo al inicio de la Guerra Fría, bajo el liderazgo de Nehru, quien vivió en carne propia la experiencia de forjar un Estado-nación bajo las presiones de un mundo bipolar y las exigencias de Washington y de Moscú de tomar partido por alguna de las superpotencias. India fue el primero de los países del mundo afro-asiático en llegar a la independencia en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Sus planteamientos tuvieron un impacto no menor en los líderes del resto de los países que asumían la independencia, tanto en África y en Asia, como en el Caribe.
Lo que los nuevos países de África, Asia y América Latina intentaron a partir de la Conferencia de Bandung en 1955, y luego con el establecimiento formal del Movimiento de Países No Alineados (NOAL) en la conferencia de Belgrado en 1961, fue definir un espacio propio, no subordinado ni a los Estados Unidos ni a la Unión Soviética (Acharya y Buzan 2019, 124-131). En materia de política exterior, este se inspiraba en los principios de panchsheel, con un énfasis en la no-intervención, la soberanía nacional, la coexistencia pacífica y el respeto al multilateralismo. Al comienzo, el NOALpriorizó una agenda de tipo político, como correspondía a países recién asomándose a la vida soberana. Con el correr del tiempo, y bajo el liderazgo de Argelia, así como de países caribeños como Jamaica, ella se trasladó al campo económico, forjando la demanda de un Nuevo Orden Económico Internacional (NOEI), que fijó por varias décadas la agenda de las relaciones Norte-Sur (Getachew, 2019, 142-175).
¿Cuál es la relevancia de ello para América Latina hoy?
Una vez más, el mundo enfrenta una disputa por el poder global (Actis y Creus 2020) entre dos potencias, con América Latina en el medio. Treinta años después del fin de la primera Guerra Fría, la región sigue sumida en el subdesarrollo, y ahora sometida a presiones para alinearse, ya sea con Washington o con Beijing.
Como indica la Tabla 1, sin embargo, el contexto en que se da este nuevo conflicto es muy distinto.
Tabla 1.
No Alineamiento y NAA: Marco y Contexto
Origen | Eje geoeconómico | Plataformas | IFIs | Diplomacia |
NA | ||||
Guerra Fría | Atlántico Norte EEUU-URSS | NOAL, G77 | BM y FMI | Cahiers des Doleances |
NAA | ||||
Potencial Guerra Fría | Asia-Pacífico EEUU-China | BRICS, IBSA | BAII y NBD | Diplomacia financiera colectiva |