1.3 LA COMUNICACIÓN INFERENCIAL
Hasta no hace muchos años la comunicación se comprendía como un proceso de codificación y descodificación de enunciados. Era lo que habíamos aprendido del Curso de Lingüística General de Ferdinand de Saussure (1973 [1916]). Cuando un hablante quería comunicar algo, lo codificaba, recurriendo al código que es una lengua determinada; el oyente, que conocía este código, descodificaba el enunciado recibido y comprendía lo que se le quería comunicar. Sin embargo, la comunicación humana no constituye únicamente un proceso de codificación y descodificación, sino también, y muy principalmente, una labor de inferencia. Nuestros enunciados no representan punto por punto la realidad, sino que constituyen estímulos para que nuestro interlocutor se represente en la mente aquello que se le quiere comunicar.
En el Madrid de la posguerra hubo una publicidad de una sombrerería que se hizo célebre: «Los rojos no usaban sombrero». Quien lo leía no solo reparaba en algo que ya conocía –la aversión del Madrid revolucionario por el sombrero burgués–, sino que llegaba a la conclusión de que debía comprarse un sombrero para no ser confundido con uno de los perdedores. Esto último, aunque en realidad no se había dicho, constituía lo esencial de la intención comunicativa del comerciante.
Así pues, toda comunicación verbal consta de una parte codificada y de otra parte producto de inferencias, esto es, de ciertos procesos mentales que llevan a conclusiones como la anterior de deber comprarse un sombrero. Los hablantes nos comunicamos presentando lo dicho como un estímulo para desencadenar estas inferencias. La simple descodificación nunca es suficiente, pues la comunicación humana es esencialmente una comunicación inferencial. El filósofo del lenguaje H. Paul Grice (1975) destacó este hecho esencial y denominó a aquello que el hablante desea comunicar significado del hablante (speaker’s meaning) y a las conclusiones no dichas sino inferidas («Cómprese un sombrero») implicaturas conversacionales (conversational implicatures).
Para dar cuenta del significado del hablante, a la explicación habitual de la comunicación, aquella que habla únicamente de codificación y descodificación, hay que añadirle al menos dos aspectos fundamentales: el contexto y unos mecanismos psicológicos que vinculan lo lingüísticamente codificado con ese contexto.
El contexto de los participantes en una conversación es siempre mental y está formado por las creencias que residen en su memoria, pero también por aquellas que se derivan de su percepción inmediata de la situación o, simplemente, de lo que se ha dicho antes.10 Muy posiblemente cualquier español actual considere que la canción de José María Peñaranda Se va el caimán (1941) trata de un reptil –en concreto, un caimán– que nada hacia la ciudad de Barranquilla; sin embargo, este porro colombiano se cantó en contra de Franco –el caimán– cuando comenzó una presión internacional para que se restaurara la monarquía y se fuera el general. El régimen reconoció este significado del hablante: durante algún tiempo prohibió que la canción se transmitiera por radio y llegó a multar a quienes la cantaban.11 Lo codificado en la letra de la canción puede ser idéntico en la actualidad y en la década de 1940, pero el contexto de quienes la escuchan es muy distinto; por ello, ningún político español contemporáneo se siente amenazado por la canción.12
Por otra parte, en opinión del antropólogo francés Dan Sperber y la lingüista inglesa Deirdre Wilson (Sperber y Wilson, 19952; Clark, 2013), la comunicación se logra por una relación entre esfuerzo y beneficio que guía el que denominan principio de pertinencia o, con otra traducción, de relevancia. Se trata de un principio cognitivo que guía el comportamiento comunicativo humano. La comunicación precisa que las inferencias que forman parte esencial de ella sean inmediatamente previsibles tanto para el hablante como para el oyente y esto sucede porque ambos comparten inexcusablemente este mismo principio. El principio de pertinencia se resume en: «Todo enunciado comunica a su destinatario la presunción de su pertinencia óptima». Las personas buscamos en la relación entre lo dicho y el contexto la pertinencia mayor; es decir, el efecto cognitivo mayor –la mayor información– en relación con el esfuerzo de tratamiento más pequeño. En todos los hablantes de todas las culturas por el hecho de ser seres humanos, el principio de pertinencia guía el proceso de obtención de las inferencias. Por ello, los lectores de las sociedades censuristas, que saben que los emisores no pueden manifestar de un modo ostensivo algo que pudiera acarrearles un castigo, se esfuerzan en hallar en los textos una intención soterrada –Franco es el caimán–.
Esto es posible porque quienes reciben un mensaje buscan su pertinencia, es decir, buscan beneficios comunicativos de él. Esta propiedad de la comunicación humana permite distintas lecturas de un mismo texto. Si el censor se limita a una primera lectura, el lector avisado puede observar una segunda lectura más costosa, pero de la que obtenga un beneficio superior. El siguiente texto es el fragmento de una carta que en 1937 envió Jimena Menéndez Pidal a su padre, que se encontraba en Estados Unidos:
Habrás estado estos días esperando el cable que no ha llegado. Hay que tener paciencia. Seguiremos en esta casita donde el invierno se irá pasando [...]. El abuelo de Arnau dice que podría venir pronto; pero esto es un poco frío y le digo que acaso le convenga para su salud esperar un poco a que pase el rigor del invierno (Catalán, 2005: 136).
Don Ramón («el abuelo de Arnau») lo comprendió aproximadamente del siguiente modo: ten paciencia, las cosas no están bien («esto es un poco frío»), no vuelvas a España hasta que la situación mejore. Esta interpretación muy posiblemente se le escapó a quien revisaba la correspondencia de la familia Menéndez Pidal.
Los espectáculos con público facilitan especialmente las lecturas esforzadas. En estas situaciones el espectador no solo interactúa con lo que se dice en el escenario, sino también con las reacciones del resto del auditorio. El aplauso, la risa o el murmullo de alguien pueden indicar que es preciso un mayor esfuerzo para obtener una segunda lectura en un pasaje del texto.13
1.4 LA COMPLEJIDAD DEL CENSOR
Consideremos que las sociedades se organizan en tres niveles estructurales: el institucional, el grupal y el interpersonal;14 pues bien, los tres se pueden advertir en la actuación censoria. Quien censura se reconoce como parte de un grupo: ya sea una organización –oficial o no– (§§ 1.4.1-2), ya sea un grupo social sin jerarquía interna (§ 1.4.3) o ya sea un individuo que generalmente se identifica en una actuación concreta como parte de un grupo (§ 1.4.5).
1.4.1 La censura oficial
Seguramente, el prototipo de censor que le viene a la mente a cualquier lector es aquel que pertenece a una institución oficial censora.15 En la Edad Moderna la censura oficial se centró primero en asuntos religiosos para pasar después a los políticos.16 La Inquisición española es un ejemplo de una institución de censura religiosa (censores fidei).17 Disponía de una organización compleja y bien establecida.18 En ella, se podían distinguir sujetos con tareas diferentes: los delatores, los visitadores de librerías y navíos,19 los calificadores, los tribunales inquisitoriales, el Consejo de la Inquisición