El joven soldado
Intentando recordar un episodio de mi niñez, acudí donde María Inés, una psicóloga que utiliza la regresión en caso de ser necesario. Le expliqué que muchas veces en meditación lograba recordar una época de mi niñez, pero algo me paralizaba. Le pedí su ayuda. Ella me dijo que lo podíamos intentar, pero que a veces el alma puede querer mostrar otras cosas.
Cuando comenzó la sesión, empecé a retroceder en el tiempo y sin más me encontraba en el vientre de mi madre en el momento del parto. Estaba oscuro y sentí un frío intenso. Mi mamá estaba asustada y triste. No me gustó estar ahí. Quise salir, pero en vez de retornar hacia mi infancia me encontré en medio de la Primera Guerra Mundial. El chico que había visto en mi primera regresión ya había crecido y se había transformado en un joven soldado del ejército alemán, que venía de regreso después de la fallida invasión del sur de Francia. Junto a otros soldados estaban buscando a un desertor que había huido. El joven estaba herido y oculto en una casa y a pesar de su deplorable estado de salud se lo iban a llevar como prisionero.
Le comenté a María Inés lo que estaba recordando y que no sabía qué hacer. Me dijo que no me asustara y que tratara de indagar más sobre lo que me estaban mostrando.
El soldado estaba afuera de la casa mirándome cómo invitándome a salir de la habitación donde estaba el joven desertor. Comenzamos a caminar y señala a una mujer. Era la madre del desertor viendo este trágico espectáculo. Pude sentir la rabia y el dolor de su impotencia.
–¿Qué puedo hacer?–, volví a preguntar.
–Si quieres decir o hacer algo es el momento–, me respondió María Inés.
Sin saber qué hacer o decir, comencé a seguir al soldado que se acercaba a la madre. Me puse frente a la mujer y desde lo más profundo de mi corazón le dije: “Te pido perdón por todo el daño que te he hecho en esta vida y en todas las otras”. En cuanto terminé la frase me pregunté: “¿qué significa todas las otras vidas?”. En ese momento vi como todo se pixelaba y la escena comenzó a desintegrarse en un torbellino. Algo me arrastró o succionó y terminé de vuelta en el vientre materno, pero ahora todo estaba muy luminoso. Sentí una tibieza que me envolvía y pude ver el rostro de mi madre, feliz de reconocerme.
Entendí que la mujer a quien le había pedido perdón era mi mamá en esta vida y que la frase original a la que me había acompañado hasta ese momento era: “Si ella supiera quien soy, no me querría”.
El joven soldado alemán sobrevivió a esa guerra, pero murió al término de la Segunda Guerra Mundial.
Después de las experiencias que había vivido, entendí la importancia de la Ley Universal del dar y recibir. Si recibía algo en una experiencia, era porque yo había dado algo primero en esta vida o en otra.
Dar y recibir
La Ley Universal del dar y recibir se entiende como: lo que damos se nos devuelve. Si bien esta ley no existe para hacernos sentir culpables por las situaciones que no nos gusten, a muchos nos puede haber parecido un sin sentido: “¿Cómo yo voy a querer pasar por esto?”. Después de aceptar esta ley, pude comenzar a encontrarle sentido a muchas cosas de mi vida. Si no creía que era posible que algo sucediera, sencillamente no sucedería. Si quería ser valorada y amada, sería necesario sentirme merecedora de valoración y amor.
Ciclo virtuoso de la Ley Universal: dar y recibir
El dar y recibir lo entendí como un feedback universal. Después de aceptar que había recibido lo que había entregado, me conecté con la buena noticia de que mi capacidad creadora no se había marchado. De hecho, la había estado usando para crear mi vida, pero de manera inconsciente. A medida que aprendiera a usar las claves correctas para la decodificación, iría recuperando mi conexión con lo divino. Podría apreciar la belleza de mi mundo interior en interacción con los otros, en armonía y equilibrio.
Existe un flujo energético que siempre actúa: recibo la energía que doy en la misma vibración. En nuestra sociedad existe una condena al acto de recibir. Las frases típicas que nos han acompañado son: es mejor dar que recibir, dar hasta que duela, la felicidad está en dar y no en recibir, entre otras. Estas afirmaciones pueden atentar contra el fluir virtuoso de estas energías. Si freno el recibir, estoy empobreciendo mi entrega.
Se puede hacer fácil valorar a quienes amo, pero ¿qué pasa con los que no están en ese grupo? Si mi anhelo es recibir más valoración, cariño y comprensión, tendré que ponerme en una disposición más generosa y de mayor apertura para dar más valoración, cariño y comprensión.
La Energía Universal es inteligente y no tolera intenciones solapadas de manipulación. Por esta razón, es necesario separar el dar de la intención de recibir. Lo que recibiré no depende de mí. Si mi dar es honesto y libre, puedo confiar en que recibiré lo que corresponde a ese nivel de vibración. El dar tiene implícito el sentido de darme a mí misma como ser, legitimándome como persona.
Ejemplos de la experiencia de darme que he vivido:
Darme la importancia que merezco. Yo soy importante para la divinidad, sino fuera así, simplemente no existiría. Tomar conciencia de que somos importantes va de la mano con entender que los demás también lo son.
Darme el tiempo que necesito para mí. Dejar de posponer lo que mi corazón siente que es necesario hacer por mí, sin el freno de mis juicios.
Darme la oportunidad de que las cosas pueden ser diferentes
La libertad de darme un gusto, sin culpa.
Darme cuenta de que lo que resisto ver, entender o aceptar, persiste en mi vida
Pueden existir muchas razones para que una persona se cierre a recibir. Estas generalmente se originan en la niñez; una experiencia traumática, recibir muchas críticas, no recibir valoración como personas o por lo que hacemos, con amor. Ejemplo: Sacarse buenas notas y recibir un con su deber nomás cumple.
Si trabajamos esta maravillosa ley, veremos cómo nuestra capacidad de recibir sana y potencia el círculo virtuoso del dar y recibir.
La belleza de la ley está en su simpleza y profundidad. Es universal porque es igual para todos, independientemente de la condición social, económica o nivel académico. Nos conecta con la grandeza de la vida. Nos habla a través de los detalles de nuestro cotidiano y no conoce la rutina. Nunca un día es igual a otro.
La física cuántica me entregó valiosa información y una nueva manera de interpretar la ley del dar y recibir. A nivel subatómico, la energía responde a nuestra atención y se convierte en materia. Es decir, la realidad que vemos no es antojadiza. No nos condena, solo es la ilusión o respuesta de nuestra propia manera de ver al mundo.
Joe Dispenza, en su libro Deja de ser tú, menciona que en promedio emitimos cerca de 60.000 pensamientos diarios, de los cuales el 90% son reiterativos. Cerca del 80% de nuestros pensamientos son negativos o de baja vibración. Si queremos cambiar nuestra realidad, será necesario fijarnos en qué tipo de observadores estamos siendo. En otras palabras, escuchar nuestros pensamientos y entender de dónde vienen.
El cerebro, nuestro emisor de pensamientos, cuenta con un sofisticado sistema de transmisión que nos permite sentir emociones acordes a la vibración de estos. Los pensamientos de alta vibración nos conectan con emociones elevadas como: amor, alegría, ternura y gratitud. Por el contrario, pensamientos de baja vibración nos llevan a emociones como: ira, odio, tristeza, vergüenza, culpa. Es decir, entregamos un pensamiento y recibimos una emoción.
Un ejercicio que he trabajado con buenos resultados es: por lo menos durante un mes grabar todos los días unos tres acontecimientos que me hayan llamado la atención durante el día. En la noche tranquilamente escucho mis testimonios poniendo atención en qué palabras uso y qué emociones afloran. De esta manera voy descubriendo qué tipo de observadora soy. Paso a