Tomé los cursos de energía que eran preparación para el encuentro con la Maestra de la enseñanza en julio del 2001. Que agradable sorpresa fue encontrarme con una mujer vital y moderna hablando de las cosas de la energía con un desplante y soltura que nunca había visto.
En la meditación de despedida y cierre del curso la reconocí: ella era la Maestra que me estaba esperando al otro lado del río en la meditación de mi última noche en Cochiguaz. Fui su discípula por 18 años hasta que ella decidió retirarse de la vida activa.
En todo el tiempo que compartimos como Maestra y discípula me guio para que pudiera ir entendiendo el porqué de las cosas que había vivido. Las buenas y las malas. Para que descubriera el sentido de la trascendencia y la belleza de lo sagrado. Este maravilloso caminar nunca ha cesado, siempre una nueva aventura, una nueva conexión con lo que fue, lo que es y lo que será.
Una invitación
Con los años fui desarrollando mi parte espiritual y creativa en paralelo a mi vida profesional. Después comenzaron las invitaciones a dar talleres de crecimiento personal e inteligencia espiritual. Con el tiempo descubrí que las personas me compartían sus historias para que les diera otra mirada a lo que estaban viviendo. Al principio lo tomaba como una especie de talento en bruto, pero con el tiempo entendí que tenía que ver con mi propósito de vida.
Después de 28 años mi vida laboral entró en una fase de desgaste irreversible. Yo amé mucho a la ingeniería, pero con el tiempo nuestra complicidad dio paso al desdén. En los últimos años comencé a odiarla porque me hacía sentir atada a la nada. Ambas habíamos transmutado: la ingeniería cada vez más cambiante, más millennial y yo cada vez más sosegada, buscando pausas y descubriendo la delicadeza de los detalles. Cada una buscando nuevos horizontes. Mi intuición me advirtió que nuestra separación era inminente y que debía prepararme, porque ya no habría vuelta atrás.
El año 2018 tomé un curso de psicodrama que resultó ser una maravillosa terapia. Pude cerrar algunos pendientes que todavía se resistían a marcharse definitivamente. En uno de los talleres trabajamos nuestra adolescencia. Nos conectamos con esa energía que es inspiración y aventura.
Fue mágico. Al término de la sesión formamos un círculo alrededor de una gran olla virtual. Ahí se estaba cocinando nuestro futuro, a fuego lento. Como ingredientes básicos pusimos nuestros sueños y lo que queríamos vivir más adelante. Era extraño. No tenía claro dónde quería estar, sino más bien donde no quería estar. Me dije: “No más de lo mismo”. Sabía cómo quería sentirme en el futuro: libre. Empapada de este sentimiento, puse en la gran olla las emociones de libertad y satisfacción por ser quien era.
El director del taller nos pidió que cerráramos los ojos y no pensáramos en nada, sólo sentir cómo el Universo estaba preparando una poción mágica para cada uno. En un instante el director nos dijo que nos fijáramos en las imágenes que íbamos a recibir. Yo recibí dos imágenes: en la primera, estaba sentada con una polera a rayas azul y blanco, con pantalones y alpargatas blancas. El lugar era en una playa que no conozco. Me veía en unos cuatro o cinco años más, serena y feliz. En la segunda imagen estaba dentro de una acogedora casa retro, en una sala llena de libros. Estaba escribiendo con una máquina antigua un texto que me tenía sumergida. Me llamó la atención que no estuviera usando mi computador o algo más moderno. Dos semanas después mi jefe me comunicó que la compañía había decidido prescindir de mis servicios.
Decidí profesionalizarme estudiando coaching ontológico en la Escuela Newfield Network, donde me entregaron herramientas para ser un apoyo a quienes lo piden en mis charlas, talleres o directamente en sesiones de coaching. El trabajo realizado para mi sanación me permitió descubrir los regalos de la búsqueda de la armonía y el equilibrio.
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Aquí me encuentro escribiendo mi libro. Es mi entrega. Un regalo para quienes les interese compartir un punto de partida. Una invitación, o un pequeño empujoncito para el descubrimiento del maravilloso mundo interior a través de observar la propia vida.
Capítulo 2
El tesoro de mis respuestas
La respuesta que buscamos está en la pregunta correcta
Las respuestas a las situaciones que me producían desasosiego no estaban en mi baúl de respuestas automáticas, heredadas o copiadas.
Fue necesario proveerme de algunos elementos básicos para alcanzar el tesoro que albergaba las respuestas que he ido recibiendo. La lista que usé la presento a continuación:
Audacia para avanzar a pesar de los miedos que puedan aparecer;
Espíritu aventurero que permita asombrarnos con los nuevos paisajes internos que descubramos;
Intuición para escuchar a quienes puedan ayudarnos;
Grandes dosis de ternura para cruzar el umbral del perdón y así acceder a la libertad.
Me amo y me acepto como soy
En un breve encuentro que tuve con mi Maestra al poco tiempo de conocerla, me dijo que tenía que aprender a amarme porque yo no me amaba. Fue un balde de agua fría. Después del shock inicial me pregunté: “Si yo no me amaba, entonces ¿qué era amarse?”
Pensé: “puedo aprender de quien sabe y entiende lo que quiero aprender”. Mi coach sería el amor. En mis meditaciones canalizaba la energía que era amor divino puro. Este proceso lentamente les permitió a mis células acostumbrarse a una mayor vibración. Al mismo tiempo comencé a comprender por qué las cosas no resultaban como quería o simplemente no sucedían.
Llegó a mí un libro que me ayudó mucho: Usted puede sanar su vida, de Louise L. Hay. En el libro ella postula que el problema raíz de todos los demás es que no nos amamos. El amor a nosotros mismos comienza con la disposición a aceptarnos en vez de criticarnos. Explica el poder de las afirmaciones para poder cambiar creencias negativas por positivas.
Me propuse repetir una de las afirmaciones favoritas de Louise L. Hay: “Me amo y acepto como soy”. La recomendación era repetir esta frase unas 300 veces al día. Hice una innovación a este método aprovechando la canalización de la Energía Universal al momento de pensar la afirmación. La potente combinación de este pensamiento de alta vibración con la energía era equivalente a repetirla cincuenta veces a viva voz. La energía aceleró el proceso y los resultados fueron maravillosos. Empecé a sentirme más segura para cambiar actitudes que fueron reflejando un mayor amor a mí y hacia los demás. Desde ese entonces hago este ejercicio cada cierto tiempo porque la baja vibración de nuestro planeta me tiende a confundir.
Con el tiempo fui descubriendo el sentido de mi vida como piezas de un rompecabezas. Algunas piezas aparecieron rápidamente. Otras tardaron muchos años en revelarse. Si bien todavía me falta mucho para completar mi puzzle, el paisaje de algunas áreas se ve con mayor claridad.
La travesía
Un día, tan igual como otros tantos, fui al gimnasio a hacer mi rutina de 20 minutos de caminadora más la serie de pesas y máquinas que aparecían en mi hoja de entrenamiento. El gimnasio tenía una serie de pantallas que mostraban distintos programas para hacer más llevadera la tediosa caminata en banda. Como diría mi mamá, “cansa y no llena”. Después de unos minutos mareada por la música y los programas de televisión, decidí cerrar los ojos y concentrarme en mi caminata. Era importante estar atenta para no caerme, mis pasos estaban marcados por la máquina.
En un instante desapareció la música de altos decibeles. Aparecí caminando detrás de un grupo de niños que se dirigían a su escuela. Su caminar coincidía perfectamente con el ritmo de la caminadora. Sin más, sabía que estaba en Alemania a principios del siglo pasado, antes de la Primera Guerra Mundial. El sol primaveral estaba radiante y el aire fresco me sugería que había llovido la noche anterior. Después de mantenerme unos