La carta, rubricada como «A. Martínez», apostillaba: «Por lo que más queráis en el mundo, no salir de casa, te lo ruego encarecidamente».48 Como relató a Albert Forment, el 11 de noviembre de 1939 (justo al día siguiente de la detención del padre), agentes de la Brigada de Investigación Criminal rompen la puerta de su casa en Requena mientras dormía y lo conducen, bajo insultos y amenazas, a la sede de Falange. Le muestran la carta incriminatoria y lo trasladan a la comisaría de policía de la plaza de Tetuán de Valencia, donde lo encierran en la celda que ocupaba un Jesús Armero destrozado por las torturas. Al salir a declarar se topa, horrorizado, con su propio padre: «Se ve que le habían golpeado y estaban dándole con un ventilador en la cara. Estaba desmayado, sobre un montón de cascotes de unas obras».49 En la ficha policial que se le abre, leemos:
Simpatizante de la F.U.E. antes del Glorioso Movimiento Nacional, como estudiante de Bachiller, habiendo tomado parte durante el periodo rojo en diferentes actos públicos en favor de la idea anarquista y en uno de ellos con la FEDERICA MONTSENI [sic], pintar letreros por las paredes y propagar las doctrinas de la F.A.I., habiéndosele ocupado una carpetafichero con infinidad de recortes de fotografías publicadas en la Prensa de personas y Jerarquías del Estado Nacional Sindicalista.- Complicado en las diligencias contra JESÚS ARMERO RODRÍGUEZ.- Puesto a disposición del Iltmo. Sr. Juez Militar de Guardia.50
El 16 de noviembre, padre e hijo ingresan en la masificada Cárcel Modelo de Valencia en espera del proceso militar. La madre de Jesús intentó que su hijo pasase a la jurisdicción del Tribunal Tutelar de Menores (tal como había ocurrido con el hijo mayor). De hecho, el juez del Tribunal así lo solicita a finales de diciembre de 1939. Pero las gestiones fracasan. El joven iba a ser tratado y juzgado como un adulto. No en vano, el informe que la Guardia Civil de Requena emitiría el 15 de febrero de 1940 subrayaba que «a pesar de su corta edad está al corriente de las doctrinas sociales y políticas de su padre y que en toda su actuación se manifiesta con una cultura e inteligencia correspondiente a edad más avanzada» y que –esto con interesada exageración– «creído de su capacidad y cultura, habiendo leído mucha literatura marxista, intervino en algunos actos públicos como orador celebrados en el Instituto, Centro de Enseñanza en que cursaba sus estudios. Se le cree autor de hojas subversivas, pasquines y amenazas a personas afectas a Nuestra Causa, actos que se efectuaron después de la liberación de esta localidad».51 El 2 de diciembre de 1939 escribe desde la cárcel una breve tarjeta (que lo sitúa en la 1.ª galería, celda 99) firmada como «A. Jesús Pérez» y dirigida a su amigo Andrés Pérez Masiá, al que llama «querido hermano». En ella plasma su intensa preocupación por lo suyos y su pesar por haber sido arrestado, dejando patentes su fortaleza, la fidelidad a los antiguos compañeros y el único hastío que le perturba en la prisión: la falta de lectura.
Después de varios días de estancia en ésta me decido a escribirte para patentizar que tanto tú como Laguna estáis bien grabados en mis recuerdos. Vosotros dos seréis los más indicados para comprender lo que pasó en casa aquellos días que la tragedia extendió sobre nosotros sus alas. Sólo os digo, por ahora, que conservéis la fe en mí y que en todo ello intervino la fatalidad. A madre sobre todo darás un apretado abrazo; demostróme aquella mañana un gran corazón. Si antes la respetaba y estimaba, desde entonces la quise y la admiré. Es una gran mujer. Supongo continuarás en cooperación con el amigo Laguna, lo que antes hacíamos. Podéis y debéis. ¿Cómo se desarrolla la vida por ahí? Por ésta muy aburrida sobre todo por la falta de lectura. Y a pesar de todo pasan volando los días. Darás expresivos recuerdos a los amigos estudiantes y no estudiantes; besos a Alfonso y María Luz; apretones de manos a Paco y los tíos; un abrazo a madre y otro a ti bien apretado de tu hermano.52
En algún momento, desde que escribe esta carta a finales de junio de 1940, Jesús debió ser puesto en libertad en tanto se procedía judicialmente contra él. En el sumario al que he remitido en repetidas ocasiones, consta su ratificación de prisión el 10 de junio, y la orden de reingreso el 25 de junio. La justicia militar manda detenerlo a la Guardia Civil de Requena el día 29. Pero ya no se encuentra allí. La razón más plausible es que, en el ínterin, se hubiera trasladado a Valencia, donde su madre se había marchado a la casa de sus parientes de Benicalap (Alquería de Bellver, número 94), bien por haberse quedado sola cuando su hermano José ingresa en la Colonia San Vicente de Godella o bien –como ratifica la salida de prisión y segunda detención de su padre– para cuidar a Jesús, que ese mismo mes de junio había sido intervenido quirúrgicamente en el Hospital Clínico. En efecto, en el sumario leemos también que la Guardia Civil de Villar del Arzobispo responde a la orden de detención fechada el 12 de agosto de 1940 que «ha averiguado que se encuentra restableciéndose de una enfermedad» en el mencionado domicilio de Benicalap. El comandante de la Guardia Civil de Benimámet (distrito al que pertenecía el lugar) informa el 24 de agosto de que, en efecto, lo han localizado, pero que se encuentra inmovilizado en cama con una pierna enyesada. Se diligencia la pertinente consulta a un facultativo, el doctor José Gascó Pascual, quien afirma, el 29 de agosto, que «actualmente está en condiciones de ser trasladado a donde convenga». Médico y juez debieron de sentirse en la obligación, al parecer, de procurar al chico la mejor rehabilitación posible, de modo que el 31 de agosto se ordena a la Guardia Civil que sea conducido a la cárcel. Allí es entregado, en brazos de un número del cuerpo, el 2 de septiembre de 1940, y allí permanecerá casi dos años. Jesús vuelve a escribir desde la Cárcel Modelo el 2 de octubre otra tarjeta dirigida al compañero de estudios y militancia Andrés Pérez Masiá. Jesús, ya sin escayola pero aún convaleciente, expresa la conmoción por su vuelta al encierro y su único modo de pasar el mal trago (la entrega a su pasión por la lectura):
Querido hermano: Me alegraré que al recibo de estas líneas disfrutes de buen estado de salud. Yo sigo bien a D.g. Y te digo bien aún hallándome enfermo, porque en mi pierna (hace un mes que me quitaron la escayola) se observa una franca mejoría. Casi todas las heridas, entre ellas la de la operación, han cicatrizado. Disculpa mi tardanza en escribirte desde aquí. Después de estas conmociones tarda uno en reaccionar y el golpe de volver aquí en mi estado fue bastante fuerte. Mi vida por aquí, al no poder caminar, es bastante aburrida: baños de sol y lectura, eso es todo. Esta cifra es expresiva: En 30 días que estoy aquí he leído 27 novelas, aunque por desgracia ninguna de ellas muy buena. Espero que tú y Pepe escribáis como ya os dije en mi viaje a esa. Ya me dirás si ha comenzado el curso y qué tal van tus estudios de 5.º curso. Da muchos recuerdos a los amigos, a la familia de Laguna y a la de Paco (Francisco Javier). Tú recibes un fuerte abrazo de tu hermano.53
Jesús Martínez Guerricabeitia intenta por todos los medios mantener la moral en la hacinada Prisión Celular o Cárcel Modelo de Valencia (por ella pasaron más de 35.000 personas entre 1939 y 1942 y por aquellas fechas concentraba a unos 15.000 presos teniendo capacidad para poco más de 500). Hubo de padecer las condiciones de habitabilidad de unas celdas individuales en las que se amontonaban hasta una docena de personas, la mala alimentación y las pésimas condiciones sanitarias. Pero, sobre todo, las puntuales «sacas» de condenados para ser ejecutados en el cementerio de Paterna. Por no hablar de la falta de intimidad en las «comunicaciones» con la familia, reducidas reglamentariamente a diez minutos cada quince días, en un locutorio con doble reja y una tupida tela metálica que los separaba casi dos metros.
El joven Jesús Martínez carecía de casi todo en aquel aciago «Hotel Mislata» –como llamaban con sorna a la Cárcel Modelo, por su proximidad a esta localidad–. Le faltaba de todo, sí, pero le sobraba algo: tiempo. Horas y horas que, en el ambiente de confraternidad de los presos políticos (separados de los comunes por mor de evitar