Dentro de las corrientes de estudio histórico que abogaron por la ruptura del concepto clásico para aumentar su capacidad descriptiva destaca especialmente la Escuela de la Vida Cotidiana alemana (Alltagsgeschichte) (Lüdtke, 1994 y 1995; De Toro Muñoz, 1996; Baldwin, 1990). Esta corriente de la Historia Social alemana propone atender a las actitudes sociales y se interesa por el «ciudadano corriente» como objeto vertebrador de la investigación, poniendo en valor las acciones y decisiones que estos toman en su existir diario. Los trabajos de los historiadores de esta escuela han demostrado un innegable potencial renovador al aplicar estos principios al estudio del periodo nacionalsocialista. Importantes proyectos de investigación, como los realizados para la zona del Rühr bajo la dirección de L. Niethammer o para Baviera, con M. Broszat, y las aportaciones de autores como D. Peukert, I. Kershaw o A. Lüdtke, bajo estos presupuestos de recuperación del sujeto intencional, han conseguido romper viejas interpretaciones, ya no solo sobre actitudes y comportamientos de la población alemana hacia el nazismo, sino también sobre la propia naturaleza del nazismo, entendiéndolo como un fenómeno no meramente político sino también como una experiencia social.
La Alltagsgeschichte redimensionó el concepto de resistencia reparando en las rebeldías cotidianas, en línea con lo realizado desde el punto de vista antropológico por Scott para el campesinado. Los autores de esta escuela han considerado modalidades de descontento y disenso que hasta entonces no eran contempladas por no tener fines políticos específicos o no estar organizadas, con lo que han conseguido integrar en el análisis una gran diversidad de manifestaciones de falta de apoyo y de no consentimiento con el nazismo por parte de la población alemana. Han traído a colación, por tanto, una vasta paleta de comportamientos sociales que, si bien estaban lejos de formar parte de una opción opositora al régimen, también lo estaban de ser propios de una sociedad dócil y sostén incondicional del sistema impuesto por Hitler. Mommsen sintetiza la renovación historiográfica ocurrida como la primera mirada hacia la resistencia «en todas las formas de expresión de consenso antifascista (...) considerando el espectro entero de actividades de oposición hacia el intento de penetración por parte del régimen nacionalsocialista en la sociedad» (Mommsen, 1992: 113).
La resistencia durante el III Reich se convirtió en un objeto central del debate académico (y también social), específicamente a partir de la publicación del trabajo de uno de los historiadores más emblemáticos de la Escuela de la Vida Cotidiana, Martin Broszat (1991). Este cuestiona el axioma establecido por los estudios clásicos sobre la ausencia de resistencia al nazismo por parte de la población alemana, de los ciudadanos corrientes, en virtud de no haber habido más que episodios puntuales de oposición política al régimen ni protagonizados ni apoyados por estos. El esfuerzo de este autor se ha enfocado no solo en deconstruir el concepto tradicional de resistencia, sino, lo que tiene mucho más valor, en ofrecer un concepto más amplio de este, en proveer una definición lo suficientemente abierta para proporcionar un lugar a las actitudes de no conformidad existentes en la sociedad alemana (véase la ayuda puntual a una familia judía perseguida, negarse a cooperar con la política intervencionista de productos agrarios, en las campañas de trabajo obligatorio, etc.). Martin Broszat ha introducido en el estudio del nazismo el concepto funcional de resistenz, que traducimos aquí por «resistencia», para dar cabida a los comportamientos de no conformidad, descontento, consenso parcial o a los diferentes grados de protesta, que no están opuestos a cierta acomodación o adhesión a determinados valores o decisiones del régimen. Por «resistencia» se entiende por tanto toda actitud o comportamiento revelador de la colocación de un límite al control total pretendido por los Estados fascistas o totalitarios, que puede perfectamente coexistir, y diferenciarse, de lo que él denomina winderstand, la «oposición» radical y determinada contra el sistema político que persigue el derrocamiento de este.
Alemania posee la condición de pionera, pero no la exclusividad de esta línea interpretativa atenta a las formas de disenso social. En Francia el iniciador de dicha vía fue Jacques Semelin (1989), al definir la resistencia civil en su análisis sistemático del disenso en Europa en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.15 En su obra da cabida a las formas anónimas y clandestinas que toma dicha resistencia civil, como el trabajo lento, el sabotaje industrial o la protección a perseguidos, al tiempo que identifica ex-presiones de esa resistencia que tienen un carácter abierto, como huelgas o protestas laborales.16 Es igualmente destacable en este sentido el trabajo de los historiadores de la corriente historiográfica de la Vie Quotidienne, que hacen uso de un concepto de historia sociocultural que se aleja de anteriores mitificaciones para entrar en disquisiciones sobre fenómenos conflictivos propios de los ciudadanos corrientes que vivieron el régimen de Vichy.Los avances de estos estudios han posibilitado que aparezcan en la actualidad varios temas recurrentes en el análisis de las diferentes resistencias civiles europeas. Entre ellos destacan, como señala Mercedes Yusta (2003: 11 y 43), la trascendencia del papel desempeñado por el campesinado y el mundo rural, las reacciones negativas de este frente a las políticas económicas del ocupante o el régimen en el poder y, específicamente, la coexistencia de diversas formas de «resistencia».
Asumimos para nuestro trabajo el referente teórico y metodológico aportado por la corriente histórica de la Vida Cotidiana alemana porque nos parece el modo más válido de escapar del juego de oposiciones binarias (poderosos/indefensos, buenos/malos, resistentes/colaboracionistas, opositores/sumisos, etc.) y de situarnos en un plano menos maniqueo y más realista de las conductas sociales. Este referente permite aprehender todo un conjunto de antagonismos intermedios que se presentan entre los actores con intereses que se contraponen en múltiples ámbitos evidenciando su fortaleza analítica.
Al igual que la teorización de Scott, la interpretación teórica de esta corriente historiográfica no está exenta de problemas. El peligro, en este caso, está en caer en la elaboración de una visión romantizada del sujeto y en magnificar las formas de resistencia que de repente aparecen por todas partes.17 Debemos tener ciertamente precaución con las contingencias que la innovación analítica lleva aparejada. Pero, con este punto bien presente, nos parece un acercamiento muy válido a la hora de revisar el estudio de las actitudes de la población en momentos de ausencia de libertad para expresar su opinión y movilizarse abiertamente. Así, conscientes de las potencialidades, pero también de las debilidades y peligros del marco teórico, seguiremos las líneas generales de la interpretación intentando presentar un boceto de las acciones de resistencia civil que tuvieron lugar en el agro gallego en las primeras dos décadas de franquismo.
Para dicho fin debemos, antes de nada, entrar a valorar el campo de la conflictividad rural en Galicia, en tanto que son las muestras de conflicto de la sociedad para con el Estado y con sus disposiciones las que conforman la resistencia civil. El significado de la conflictividad se muestra complejo cuando, como en este caso, debe ser contextualizada en un periodo dictatorial. La cuestión central se explicita en determinar si formas de conflictividad como los boicots o los motines pueden ser definidas como resistencia civil o si bien quedan adscritas a estrategias de supervivencia en función de su ambigüedad, dualidad o falta de intencionalidad expresa. Sin entrar en pormenores que serán objeto de nuestro interés a posteriori, bien vale la pena señalar el riesgo de caer en la condescendencia de analizar las prácticas de conflictividad sin tratar de ir más allá en razón de la ausencia de una filosofía o ideología articulada que les proporcione cobertura y de las posibles faltas de coherencia de estas. Pues, como menciona Gellately (2004: 222), cualquier puesta en valor del compromiso de los protagonistas de la conflictividad debe tener en consideración la naturaleza de la situación a la que se enfrentan y la envergadura de las fuerzas a las que respondían.
Partimos, por tanto, de diferenciar «resistencia» y