Al esencialismo y a la exclusividad, que suponen dos elementos fuertemente censurados de la teoría scottiana, se une otra crítica, la realizada a partir de la lectura de la tesis de M. Gluckman. Dicha crítica radica en señalar que la aceptación de las premisas de Scott supone la consagración de la resignación como característica del campesinado, pues en ningún caso la resistencia cotidiana pretendería un cambio en las estructuras de dominación, más bien serían una muestra de adaptación pragmática (o acomodación) a estas.10 El tema de la eficacia de estas armas del débil ha dado lugar a controversias entre diferentes autores pero, en nuestra opinión, es incuestionable que provocan impacto en las esferas de dominación, por lo que erosionan y limitan su hegemonía en ciertos aspectos.11 La resistencia cotidiana y las armas del débil en torno a las que se articula tienen al menos tres consecuencias de gran relevancia: la mejora del bienestar de sus protagonistas (alivia sus condiciones de vida), el desgaste de leyes y disposiciones por acumulación de actos de resistencia y, por último, la posibilidad de una actividad política abierta ulterior.12
Al analizar las diferentes formas de resistencia civil o, lo que es lo mismo, los diversos recursos puestos en práctica por parte de la población rural gallega para enfrentarse a la hegemonía impuesta por el régimen franquista en sus primeras dos décadas de vigencia, se nos plantea una serie de desafíos. Uno de ellos está en la definición y precisión de la propia noción de resistencia. El marco conceptual debe responder a una dimensión histórica, pero también a la renovación y a la inestabilidad de muchas de las categorías para asumir su complejidad a la hora de hacer una representación de la realidad social. Tiene que ser capaz de articular y jerarquizar los diversos componentes, definir qué prácticas pueden ser caracterizadas como un comportamiento comprometido o cómo conformar la compleja imagen colectiva derivada de la aplicación de este modelo analítico que no implica una versión de orden cuantitativo. Los nuevos aportes sobre el estudio de la «resistencia», amén de reflejar el debate historiográfico generado alrededor de la propia categoría del objeto, requieren el desarrollo de un análisis de corte interpretativo, concebido como una contribución al replanteamiento de la resistencia durante el periodo franquista en el agro gallego. El «pueblo» difícilmente es una masa monolítica y es, precisamente, la relación entre la política y las masas lo que requiere ser examinado, no presupuesto. La hegemonía del Estado franquista no fue absoluta, los más débiles socialmente no aceptaron con sumisión la ideología de los ganadores de la Guerra Civil ni se sometieron mansamente a la autoridad. La normalidad y cotidianidad de las manifestaciones de indisciplina e indocilidad tornan significativas este tipo de prácticas. La amplitud de la resistencia no debe ser subestimada: la indiferencia ideológica y la apatía son factores que afectan a la capacidad combativa, al potencial productivo y a la tan anhelada «paz social» de los sublevados.
DE «RESISTENCIA» A «RESISTENCIAS»
La comprobación de la rigidez del concepto tradicional de «resistencia» para ir más allá de actuaciones políticas y organizadas, unida o paralela al interés suscitado en las diferentes historiografías europeas por conocer más en profundidad las actitudes de la población que vivió bajo los regímenes fascistas o fascistizados, ha generado una fructífera discusión sobre la cuestión de la resistencia que ha influido también en uno de los espacios de investigación que más interés aglutina actualmente, el de la resistencia a los regímenes fascistas europeos.
Stricto sensu, en el marco de los estudios sobre regímenes fascistas, el término resistencia nombraba y definía a los grupos organizados, políticamente conscientes e ideologizados, cuyas actividades, inscritas en la clandestinidad y con un claro soslayo heroico, se oponían a una forma de poder institucionalizado, con el propósito de derrocarlo.13 Esta visión, llamémosla convencional, de resistencia se fraguó en los estudios eurocentristas al socaire del caso más paradigmático de oposición al fascismo, la Résistance francesa, que ha servido como arquetipo y referente de comparación para el resto de casos (alemán, portugués, español, etc.).
La vigencia de dicho significado y de los estudios a los que da lugar es evidente, pero, a pesar de su innegable pertinencia, esta acepción se muestra insuficiente para dar cuenta del conjunto de actitudes ejemplificadoras de la «no adhesión» a los regímenes políticos fascistas o análogos. La imagen que la aplicación de la categoría de «resistencia» en su sentido más clásico devuelve es la de un grupo poco numeroso y muy concreto de personas inmersas en una lucha clandestina, armada o no; la de agentes secretos; la de cuadros políticos opositores tejiendo actuaciones de sabotaje contra el gobierno opresor y colaborando con el personal en el exilio; la de asesinatos políticos y semejantes. Es, pues, el reflejo de la historia y de la memoria de una minoría, de un pequeño grupo que nunca supera el 1% de la población en los países en los que se estudia, que se enfrentaron organizadamente y/o de forma armada al fascismo, que actuaron, en fin, como verdaderos «héroes» (Lüdtke, 1995).
«¡La resistencia! ¿Dónde estaba entonces nuestra resistencia? (...) si en el momento de los arrestos en masa, por ejemplo en Leningrado, (...) la gente permaneció en su casa, muerta de miedo cada vez que la puerta se abría (...), nosotros tenemos bien merecido lo que nos pase» (Soljenitsyne, 1974: 24). Esta reflexión sobre la falta de resistencia ante el régimen de Stalin por parte de la población rusa realizada por Alexandre Soljenitsyne corrobora la posición teórica dominante en la historiografía a la hora de valorar o percibir la actitud de la población bajo dicho régimen, los regímenes fascistas o la dictadura franquista. Que muchos de estos sistemas políticos no hayan tenido su fin en una revolución o en un ciclo de protestas no parece dejar dudas sobre la pasividad de la mayor parte de sus sociedades. Y si no, ¿cómo explicar que no hubiese habido un rechazo masivo a estos regímenes o a sus dirigentes, cómo encajar que no se hubiese puesto en marcha una oposición política importante que involucrase a la mayoría o cómo entender esa indiferencia generalizada que pareció existir?14
No hubo «resistencia organizada» contra el nazismo en Alemania, sentenciaba Dietrich Orlow, «solo se oyó algún que otro gruñido desorganizado» (Orlow, 1973: 24). Pero el estudio de esos «gruñidos desorganizados», de los «grados de ineficacia del régimen» (Hough y Fainsond, 1979), ha pasado a congregar el interés de toda una serie de investigadores interesados por el análisis de las actitudes sociales de estas sociedades. Porque la población no se divide en opositores y colaboradores. Las líneas de ruptura son mucho más sutiles. La naturaleza compleja de los regímenes políticos autoritarios produce un amplio y variado abanico de formas de resistencia y, si se acepta que esta no es el resultado de una decisión estática sino de un proceso, desarrollado en respuesta a diferentes circunstancias, es posible comprender la diversidad de naturalezas,