¿De quién es esta cabeza?
En una fecha tan temprana como inicios del siglo VII a.C., algunos habitantes de Trestina, en la cuenca alta del Tíber, arrojaban figurinas de bronce con forma humana a pozos y huecos como medio de comunicarse con lo no visible[3]. Esta práctica fue copiada en el siglo siguiente por un buen número de individuos en el norte de Etruria, a menudo en asentamientos pequeños y remotos, no muy diferentes a Trestina. Las personas que hacían el depósito usaban las figuras para representarse a sí mismas tal y como querían parecer. Ocasionalmente señalaban su estatus local mediante armas pero, con más frecuencia, mediante representaciones precisas de su propio vestuario[4]. También en Roma, en los pozos de Sant’Omobono, la gente empleaba este medio para señalar claramente su continuada y permanente, aunque no necesariamente visible, presencia en las localizaciones especiales.
Era posible hacer más. En el juego mutuo in crescendo de iniciativas e imitaciones, en unos pocos y grandes complejos de culto, hasta donde se lo podían permitir, esa presencia se expresaba con formas de tamaño natural. En Lavinio, a principios del siglo V, se estableció una tradición –probablemente por parte de hombres y mujeres jóvenes– de hacerse representar mediante una figura de barro de tamaño natural (o ligeramente inferior) (ilustración 15), posiblemente en el contexto de las costumbres locales que señalaban el final de la infancia. Las generaciones siguientes conservaron esta tradición hasta el siglo II a.C.[5]. En el norte de Etruria se produjeron espléndidas figuras de bronce hasta el siglo II y quizás hasta el siglo I a.C. y los individuos las colocaban en los edificios de culto en el contexto de una comunicación religiosa.
15. Estatuas de terracota de mujeres, casi de tamaño natural, procedentes de Lavinio-Pratica di Mare, siglo V a.C. akg-images/De Agostini Picture Lib./G. Nimatallah.
Esta era una práctica que muy pocos podían permitirse. En una fecha quizá tan temprana como el final del siglo VI a.C. había otra opción más barata disponible, que hemos visto primero en el distrito de Campetti en Veyes [6]. Se trata del uso de cabezas modeladas en barro y quizás montadas sobre postes de madera. Al principio esta práctica se imitaba solo de manera esporádica, pero se hizo bastante popular hacia finales del siglo V a.C. Los ceramistas podían atender las nuevas peticiones porque probablemente tenían a su disposición una nueva tecnología presente en Italia a partir de finales del siglo VI: la producción en masa de cerámica usando un molde de matriz única o doble[7]. En toda la región central italiana, especialmente en los grandes emplazamientos de culto, la gente podía comprar cabezas de cerámica, ya fueran completamente tridimensionales o, sin duda a un precio más barato, medio relieves que podían usar para la comunicación religiosa. Las cabezas se adaptaban para ajustarse a los fines especiales para los que se usarían. Muchas tenían un círculo en la base que les daba estabilidad cuando se colocaban sobre odía o sobre bancos, en arcones o en estanterías o incluso sobre el suelo si era lo adecuado. Los medio relieves venían preparados para poder colgarse[8].
La calidad de estas cabezas muchas veces dejaba que desear. La parte de atrás y los laterales se quedaban sin tratar. Después de varios cientos de copias, los moldes se gastaban y, a menudo, reproducían fallos que luego solo se retocaban de manera superficial. No estaban pintadas y casi nunca inscritas: todo apunta a clientes con un poder adquisitivo limitado y con un nivel de alfabetización deficiente. Muchas se adaptaban según la necesidad de los clientes, mientras que otras tenían un acabado personalizado para mostrar los rasgos personales, como si fueran un retrato. A pesar de esas diferencias, el mensaje que se transmitía, tanto a los dioses como a los humanos, mediante la exposición de las cabezas era de una naturaleza semejante: a pesar de toda la espléndida arquitectura y decoración, a pesar de todo lo que sabemos sobre los mecenas de ese lugar y de su posición en tanto miembros de unas elites económicas, militares, políticas –y ahora, como colofón, religiosas–; a pesar de todo eso, el mensaje era «¡Nosotros también estamos aquí!». A muchos de estos actores no se les escaparía que, en algún momento, sus cabezas se retirarían o se descolgarían, se arrojarían a pozos y huecos, pero, a pesar de todo, se apropiaban de esos lugares evocadores de poderes sobrehumanos y de potentados humanos. Legitimados por el hecho de que estaban ejecutando actos religiosos, tomaban de esta manera posesión de estos lugares extraordinarios donde era posible comunicarse con los seres divinos.
Mientras que la actividad religiosa permitía que algunos individuos tuvieran la oportunidad de lograr la autorrepresentación creando esplendor arquitectónico y, al mismo tiempo, pudieran influir en las prácticas religiosas, guiándolas en direcciones concretas, permitía a otros apropiarse de esos mismos espacios representando unas versiones modificadas de las prácticas de la élite y, al hacerlo así, reclamaban un reconocimiento para sus propias preocupaciones y deseos. Esa apropiación debía justificarse, y es precisamente en Roma y en el Lazio donde encontramos con frecuencia huellas de velos que cubrían la parte de atrás de las cabezas de barro, como prueba clara de que las personas corrientes que dejaron allí las cabezas estaban de hecho entablando una comunicación religiosa[9]. Tanto las cabezas de barro como los proyectos de construcción adquirieron cada vez más importancia hasta el final del siglo II a.C. En la región central italiana, un amplio espectro de estratos sociales se unió a las elites en lo que equivalía a un juego indirecto que los reforzaba: las masas de objetos depositados por una multitud de manos permitían que sus donantes se apropiaran de la infraestructura religiosa para sí mismos, pero, al mismo tiempo, estos objetos, gracias a su presencia, fortalecían esa infraestructura haciendo una contribución crucial a la sacralización de las estructuras y de los recintos[10]. La estatuaria de barro era un medio que servía a fines bastante diferentes en muchas partes de Grecia. Aunque a menudo el mismo medio experimentó procesos de popularización similares, en Grecia los relieves de barro solían representar a dioses, o a los dioses junto a los humanos[11].
Pero no solamente se representaban las cabezas. Si una cabeza podía sustituir pars pro toto a la persona completa, el mismo papel se le podía asignar a otras partes del cuerpo. Se puede decir que los ojos, pies, brazos y piernas son de naturaleza pública, pero no se puede decir lo mismo de los órganos sexuales externos, pechos y penes, o de órganos internos como los pulmones, los intestinos o el útero (ilustración 16). Cualquier representación que entre en esta última categoría de partes del cuerpo, ofrendada en el espacio público de una estructura de culto, indica sin apenas lugar a dudas que dichos espacios se concebían principalmente como escenarios para una comunicación íntima con aquellos a los que había que dirigirse allí, así como que constituían una forma de apropiación personal del espacio. El contenido preciso de estos intentos de comunicación necesariamente queda oculto para los observadores posteriores. ¿Era la intención expresar una preocupación específica mediante un objeto igualmente específico, o era imprimir esa preocupación en la memoria del interlocutor? No hay duda de que la práctica se enmarcaba dentro de ese tipo de discurso médico en el que un especialista proporciona representaciones incluso más específicas, tal vez como parte de una consulta o