Este templo quedó totalmente destruido poco antes del año 500 a.C., y fue sustituido en el mismo lugar por un complejo de dos templos sobre una plataforma bastante más alta: el templo de la izquierda para Fortuna, el de la derecha para Mater Matuta. No sabemos las razones de este cambio[71]. En otras localizaciones se pueden observar también rápidas sucesiones de estructuras. En todo el oeste de la región central italiana, actores que tenían los medios y/o el poder[72] se acostumbraron a este nuevo medio de comunicación religiosa y lo desarrollaron con un espíritu de aguda competencia. Como norma general, se asociaban con lugares de actividad religiosa ya existentes, tanto los que estaban localizados en el centro como los situados en la periferia de los asentamientos. La referencia a una deidad particular[73] facilitaba una nueva forma de continuidad dinámica: mientras que la deidad siguiera siendo la misma, se podía reemplazar un edificio previo o su decorado, aunque no hubiera pasado mucho tiempo. Más grande, más alto, más impresionante: fuera cual fuera la naturaleza de la mejora, siempre podía justificarse. Se puso en marcha una espiral que rápidamente condujo a enormes estructuras de templos y después, en Roma, ya a principios del siglo V a.C., a la desaparición del espíritu competitivo. Los mecenas del siglo VI, tanto varones como mujeres, supuestamente habrían financiado sus proyectos con las plusvalías que antes se enterraban en las lujosas tumbas y los funerales. Estos ricos granjeros (porque así es como hay que caracterizar a este grupo)[74] después abandonaron casi por completo los funerales extravagantes y la marcada invisibilidad de la riqueza escondida en las tumbas[75]. Después de la caída del extenso dominio etrusco como consecuencia de la derrota ante una flota griega en Cumae (494 a.C.) y de la presión de los grupos procedentes de los Abruzzos, esta clase ya no podía reunir un nivel de plusvalía adecuada para la construcción de proyectos.
A finales del siglo VI a.C. existía en Roma una multiplicidad de lugares de culto[76]. Muchos de estos seguían careciendo de una estructura monumental reconocible, pero sí podían presumir de ricos depósitos[77]. Otros se encontraban a mitad del proceso que los dotaría de lares abiertos, como era el caso del lugar de deposición en la Clivus Capitolinus, con su plataforma de piedra tosca del siglo VI (el Ara Saturni)[78], o se les proporcionó una estructura construida, como al edificio de mediados del siglo VI en la ladera nororiental del Palatino[79] o la construcción de principios del siglo V en el sector suroriental del Palatino[80]. Muchas de estas eran iniciativas locales sufragadas por pequeños barrios. Eran utilizadas en gran medida por los vecinos[81] y no es raro que lo fueran únicamente durante cortos periodos de tiempo. Algunas ni siquiera alcanzaron el horizonte de la tradición historiográfica.
Ninguna de estas características se aplica al Templo Capitolino de Júpiter. Aquí, los príncipes etruscos de la familia Tarquinia, descritos en latín como reges (reyes), parecen haber tomado la iniciativa de monumentalizar un lugar que se había distinguido por recibir ofrendas de culto desde principios del siglo VI a.C.[82]. La implicación de la familia en los proyectos religiosos buscaba ampliar la base de su dominio político, que era ante todo de naturaleza militar. Por lo tanto, se dice que financiaron el gigantesco proyecto a lo largo de su extenso periodo de construcción principalmente con los beneficios de sus expediciones de pillaje. Situado en lo alto de la colina, la construcción era una imponente estructura, de 54 metros de ancho y 62 metros de largo, toda ella cubierta por una superestructura[83]. El edificio en sí combinaba muchos de los desarrollos itálicos y así se convirtió en una fuente, aunque no necesariamente en un modelo, para los arquitectos de los templos posteriores[84]. Sus revestimientos de terracota fueron ejecutados en su mayoría por artesanos procedentes de Veyes usando materiales de Veyes. La mayor preocupación, por encima de la estética y más allá de esta, era su definición religiosa. No queda el menor hueco para la duda de que la deidad a la que se dirigía la estructura se identificaba como Júpiter Optimus Maximus, «el mejor y más grande Júpiter». A este nombre se le dio una cara gracias a una enorme estatua de barro obra Vulca, el koroplast de Veyes.
El complejo no estaba destinado a quedarse aislado. Un grupo rival de granjeros ricos, que se llamaban a sí mismos «plebeyos», construyó en el Aventino una estructura dedicada a Ceres, Liber y Libera y confió su decoración a los griegos Damófilo y Górgaso[85]. Más de una década más tarde, como reacción a la victoria de Roma sobre una amenazadora alianza latina en lacus Regillus se construyó una «casa» (aedes) para Cástor y Pólux, los hijos de Zeus (dioscuri) que se concebían ahora como jinetes de caballería. El instigador principal de la construcción, que data del 484 a.C., fue el hijo del Aulus Postumius, que había ganado la batalla en tanto dictador y de quien se decía que había prometido a los soldados, no solamente el botín, sino también una recompensa de los dioses por su contribución[86]. A pesar de su prolongado periodo de construcción, el proyecto siguió siendo un asunto de familia, lo que ganó para la familia el nombre Regillensis. Al final, el templo medía más de 27 metros de ancho por una longitud de casi 40 metros, una escala comparable al Templo A de Pirgi. El podio estaba diseñado para nivelar la pendiente del terreno y así se alzaba a una altura entre 1 y 5 metros por encima del nivel del Foro. La sección trasera del edificio se componía de tres celas, siguiendo en esto una tradición que se había desarrollado en otro lugar y que también se seguía en Pirgi[87].
Los Postumii se estaban embarcando aquí en una estructura completamente etrusca. La arquitectura los presentaba como los salvadores militares de la ciudad y como los recipientes del apoyo divino, una posición que les garantizaba aún más la situación del templo dentro del Foro Romano, que ya hacía tiempo que se había configurado como la plaza central de la ciudad. Fue la primera vez (en una tradición que es quizás fiable) que una estructura monumental se fundaba en una comunicación religiosa lograda, una que había conducido a la victoria en un conflicto militar real. Esto se convertiría en la norma un siglo y medio más tarde. Pero la mayoría de los pocos proyectos de construcción del siglo V y de principios del siglo IV que se mencionan en las historias de la época de Augusto y las tradiciones narrativas relacionadas con ellos surgieron en circunstancias diferentes.
La inversión en religión
Tiene que haber hecho falta valor y unas convicciones profundas para fundar un lugar en el que los objetos se depositarían a beneficio de unos agentes invisibles. Podemos imaginar que el grado requerido de capacidad administrativa y financiera no era tan abundante, por lo que es probable que solamente las familias solventes pudieran permitirse esas iniciativas. Quienes emprendieron la monumentalización de un lugar así, aumentando su capacidad para la comunicación religiosa de una manera muy pública y con un significativo despliegue de fondos monetarios, estaban en efecto apropiándoselo. Era el tipo de proyecto que solamente podían gestionar los agricultores ricos y les permitió, quizás por primera vez, usar la riqueza que de otro modo habría desaparecido en las tumbas o las reservas. Los mercados locales ofrecían únicamente una gama muy limitada de posibilidades de intercambio, pero encargar edificios importantes a lo largo de una amplia zona geográfica