Sin embargo, lo que más atrae de esta nueva biografía no es únicamente el volumen de datos y textos que aporta a partir de la extensa y dispersa documentación de los Brontë. Lo más interesante de su investigación es el rigor y el distanciamiento emocional en el tratamiento de un tema tan manoseado por la leyenda. Tanta es la fuerza de esta leyenda que cualquier investigación acerca de las Brontë supone la inmersión en un territorio de arenas movedizas de las que no siempre es fácil escapar. Barker realizó esta comprometida y exhaustiva investigación durante un período de once años, plasmándola definitivamente en una obra que necesitó justificar por dos razones: en primer lugar, porque sus vidas han sido escritas tantas veces que no debe de quedar nada más que decir, pero también porque, como si de objetos se tratara, sus vidas y obras han sido «desarmadas y montadas de nuevo» según teorías de diferente grado de cordura por cientos de otros biógrafos y críticos literarios (1995: XVII). Igualmente interesante y novedosa es la frescura de la llamada de atención que la autora lanza al mundo intelectual interesado por la obra de las Brontë.
Charlotte dejó constancia de su vida, preocupaciones e ilusiones en las cartas que de ella se conservan pero, aunque muchos lo han intentado, Barker explica que es imposible escribir una biografía rigurosa de la vida de Emily o Anne porque los hechos conocidos de sus vidas podrían escribirse en una única hoja de papel, y porque sus cartas, extractos de diarios y dibujos no llegan a una docena. Por ello, los biógrafos han buscado su huella en la crítica literaria y en su obra. En su biografía, Barker se aproxima a los Brontë en conjunto, con la esperanza de que este tratamiento permitirá al lector verlos tal y como vivieron, no en aislamiento, sino como un grupo estrechamente unido. Esta aproximación rigurosa, pero llena a la vez de respeto hacia los Brontë, concluye con reflexiones acerca de cada uno de ellos que, quizá, deberían ser para todos los que siguen interesados en su obra nuevos marcos de trabajo y puntos de inflexión en los que moverse. Al leer las novelas de Charlotte, y conocidas las biografías que de ella y su familia se han escrito, Barker considera que no se deberían olvidar sus prejuicios, su desagradable hábito de ver siempre lo peor de la gente y la tiranía que ejercía sobre sus hermanas y a la que ellas se rebelaban. En su opinión, es posible que lo que todavía permanece de la biografía de Gaskell sea un ser humano más perfecto, pero no era Charlotte Brontë. Descubre igualmente una doble moral en muchos de los comentarios que Charlotte vertió en su correspondencia, pues mientras acusa a su hermano Branwell de fracasar en su búsqueda de trabajo, no manifiesta ningún sentimiento de culpa para con ella misma, a pesar de que había pasado dos años sin trabajar permitiendo que Anne y su padre la mantuvieran. Con la misma insistencia y rabia, Charlotte critica su falta de control emocional, pero no es consciente de que, a pesar de sus propios esfuerzos por controlar las emociones y no perder los papeles o por no exteriorizar su infelicidad, como hizo Branwell, su profunda depresión también afectó a su familia y sus amigos (1995: 471-472).
La vida y la personalidad de Emily Brontë apenas aparecen esbozadas en la biografía de Gaskell. Han sido biografías posteriores las que han ido ofreciendo, desde distintos puntos de vista, aproximaciones a su evasiva, huidiza y singular personalidad. Aparte de la biografía de Gaskell, la misma Charlotte colaboró indirectamente en prender la yesca de la leyenda de Emily a través de los escasos comentarios acerca de su hermana que incluye en algunas cartas y, sobre todo, a través de su prefacio a la segunda edición de Wuthering Heights. Aquí, para justificar la rudeza de la novela, asegura que la disposición de su hermana no era gregaria por naturaleza y que las circunstancias de su vida favorecieron su tendencia a la reclusión, de modo que raramente salía de casa excepto para ir a la iglesia o para caminar por las montañas (Brontë, 1967: 16). Encendida definitivamente la llama de la leyenda, Emily ha sido canonizada como escritora mística, como escritora profética o como la esfinge de la literatura inglesa, y también mitificada, ensalzada e inmortalizada por casi todos los biógrafos posteriores a Gaskell (Frank, 1992: 1). Atraída por el talento de Emily, Muriel Spark acepta abiertamente la utilización de la leyenda y considera que es el vehículo apropiado para expresar la manifestación del genio de algunas personas que no pueden describirse en términos corrientes. Piensa por ello que los datos legendarios que se adhieren al talento de las personas deberían respetarse. Para Spark (1975: 11) la leyenda es «el receptáculo de un aspecto vital de la verdad» y, aunque no pueda tomarse literalmente, no debería rechazarse simplemente porque no se puede comprobar. Una interpretación bastante plausible de Spark es la que considera que los detalles más oscuros del mito de Emily, su proceso creativo y el cambio de carácter en los últimos años de su vida son una manifestación del movimiento romántico. Los poetas románticos solían expresar en su conducta personal las hipótesis que sustentaban la creación, como si tuvieran necesidad de expresar activamente y manifestar al mundo la pasión y las creencias de este proceso. Como sabemos, el resultado de semejante apasionamiento no fue siempre satisfactorio para la vida del poeta y es muy posible que también Emily dramatizara en su propia persona las aspiraciones expresadas en su obra.
Emily no dejó escritos personales. Su asociación con la libertad y los páramos se debe a lo que Charlotte escribió acerca de ella tras su muerte, a la interpretación de su poesía y a la novela Wuthering Heights. Al recordar su estancia en la escuela Roe Head, Charlotte dijo que Emily no pudo soportar la experiencia porque, al despertar cada mañana, ante sus ojos aparecía la visión de la casa y los páramos de Haworth, oscureciendo y entristeciendo el día que comenzaba (cit. Gaskell: 104).
La personalidad de Emily, revestida de misticismo por muchos de los críticos que han estudiado su poesía sobre todo, también se tambalea en la biografía de Barker. En su opinión, si hay originalidad en los textos de Emily es por su capacidad imaginativa y porque sus poemas e historias no parecen provenir de su cabeza, sino que surgen como representaciones ajenas e independientes fuera de su control. Para Barker, Emily era simplemente un espectador pasivo que podía visualizar con fuerza lo que veía, de modo que el hecho de que externalice y personifique la imaginación no la convierte en una mística. Para esta biógrafa, el padre, Patrick Brontë, tampoco merece seguir pasando a la posteridad como un recluso excéntrico y egoísta, sobre todo después del descubrimiento de nuevas cartas y testimonios que dan buena cuenta del afecto y la libertad intelectual que siempre dio a sus hijos (Barker: 1995: 482, 829-830). Brontë murió el 7 de junio de 1861 a la edad de ochenta y cuatro años pero, cinco años antes, el 30 de julio de 1856, en pleno litigio por los problemas que la publicación de la biografía de Charlotte estaba generando, escribió a Gaskell con la inteligencia de un hombre vital y lleno de humor con respecto a sí mismo y el mundo.
La leyenda ha insistido en la tristeza y el aislamiento de la infancia de los pequeños Brontë pero, como intentaré demostrar, ni la casa de Haworth ni la vida en ella fueron tan oscuras como cuenta la leyenda. Es evidente que de haber crecido en otro entorno, su imaginación infantil no se habría desarrollado