Vivimos en un extraordinario nicho de libertad dentro de una institución como es la católica, a la que, ciertamente, no se valora por su libertad de pensamiento, especialmente femenino. Pero, como ya he mencionado, se trató de una libertad que lo más probable es que se nos consintiera precisamente por la poca importancia que durante mucho tiempo se había atribuido al contenido de nuestros escritos.
Es cierto que, ya desde el inicio, los más altos representantes del gobierno central de la Iglesia comprendieron el valor político de que hubiera en el Vaticano un periódico femenino, que podía alejar las sospechas de misoginia que se le atribuían habitualmente a la institución. Lo demuestra el hecho de que, en mayo de 2015, Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, presentó nuestro mensual en una conferencia de prensa y celebró después la misa en un seminario internacional sobre la condición de la mujer en la Iglesia que organizamos en el Vaticano, en la basílica romana de Santa Maria sopra Minerva, donde se encuentra la tumba de santa Catalina de Siena, proclamada doctora de la Iglesia por Pablo VI. Y que unos años después, en una de las numerosas fases en que voces contrarias a nosotras procedentes de la curia se hicieron más insistentes, el papa Francisco en persona hizo saber públicamente que valoraba nuestro trabajo.
Nuestra posición no solo mantenía el equilibrio entre sentir católico y laicismo, sino también entre la visión de las mujeres arraigada en la institución y las reflexiones y propuestas que nos venían desde abajo, sobre todo desde nuestras lectoras más numerosas, las religiosas.
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