Cuando se le pide a Abrahán que sacrifique a su hijo Isaac, él se dirige a la montaña de Moria. Es el joven Isaac quien carga sobre su espalda la leña para el holocausto. Abrahán ata a su hijo, lo pone sobre el altar y extiende la mano para inmolarlo, pero el ángel del Señor aparece para impedírselo. Es entonces cuando Abrahán alza los ojos y ve un carnero enredado por los cuernos en un arbusto, listo para ser sacrificado en lugar del joven.
Cuando estaba a punto de caer la última plaga sobre el faraón y el pueblo egipcio, Moisés instruyó al pueblo de Dios para que mataran un cordero macho –o un cabrito– y pintaran con su sangre el marco de la puerta de sus casas. Y el ángel exterminador pasó de largo por las casas marcadas con la sangre del cordero.
El Éxodo se celebra todos los años con la cena de Pascua, en la que se come un cordero macho. Este cordero pascual es claramente el símbolo de Cristo en el Nuevo Testamento.
Al principio del evangelio, Juan el Bautista señala a Jesús ante sus discípulos, diciendo: «Este es el Cordero de Dios». Jesús es el Cordero de Dios cuya sangre a la puerta de nuestros corazones nos protege del ángel de la muerte. La primera eucaristía es la última cena –una cena séder– donde el Cordero de Dios se entrega a nosotros como comida y bebida.
El evangelio de san Juan cuenta que, en el Calvario, los soldados no quebraron las piernas de Jesús crucificado, sino que traspasaron su costado con una lanza. Esto pasó para que se cumpliesen las instrucciones de Moisés respecto a la manera de preparar el cordero para la cena séder. Tenía que ser un cordero sin defecto y no podía tener roto ninguno de sus huesos.
En las oraciones de la misa hay por lo menos seis referencias a Jesús como cordero, incluso en el momento crucial en que el sacerdote levanta la hostia y repite las palabras de Juan el Bautista: «Este es el Cordero de Dios...».
Así, al empezar este año del carnero o cordero, nosotros renovamos nuestra fe en Jesús como Cordero de Dios, que vino para salvarnos de nuestros pecados.
La primera lectura del primer domingo de Cuaresma es la historia de Noé, el segundo fundador de la humanidad. La narración de Noé es la historia de cómo Dios concede una segunda oportunidad a la humanidad. Podía haber destruido la creación como castigo por los pecados y arrogancia de los seres humanos, pero, en lugar de eso, Dios salva a Noé y su familia en el arca y establece una nueva alianza con la humanidad: nosotros pasamos a ser su pueblo y él pasa a ser nuestro Dios, y el arco iris en el cielo pasa a ser señal de esta alianza.
La Cuaresma, como el Año nuevo, siempre tiene que ver con recomenzar, una segunda oportunidad para empezar de nuevo como familia de Dios. Es también un retiro bautismal. Los cuarenta días de Jesús en el desierto están ligados a su bautismo en el río Jordán. En la segunda lectura, san Pablo nos dice que Noé y su familia fueron salvados en el arca por el agua, y san Pablo añade que eso prefigura el bautismo que nos salva ahora. Nuestra Cuaresma es un retiro bautismal, en el sentido de que acompañamos a cientos de adultos que van a ser bautizados en la Vigilia pascual del Sábado Santo en nuestra archidiócesis. Entre todas las parroquias católicas de Estados Unidos son bautizados unos ciento cincuenta mil adultos.
En ese momento, todos renovamos nuestras promesas bautismales después de haber vivido nuestra Cuaresma. Estos cuarenta días son una invitación a profundizar en nuestra amistad con el Señor y con los discípulos, nuestros hermanos.
Suelo recordar a la gente que la palabra para decir Cuaresma en inglés, lent, es como se designaba antiguamente a la primavera. En cierto modo no pega, y, sin embargo, sabemos que hoy estamos más cerca del deshielo de la primavera. Días más largos, más luz, renacer de la naturaleza y nueva vida.
Para los católicos, la Cuaresma siempre ha sido una cosa importante. En parte, asociamos este tiempo a una mayor autodisciplina para caber en nuestros trajes de baño en verano, que se acerca. Prescindimos de rebozados, dulces, hidratos, snacks, bebidas gaseosas, cigarrillos, televisión. Algunos se comprometen a hacer ejercicio, a no usar el ascensor, a caminar diez mil pasos diarios y muchas otras actividades que son buenas para la salud. Aplaudo todas ellas.
Alguien me preguntó qué iba a hacer yo. (Yo quería hacer algo diferente, dar ejemplo.) Este año voy a hacer un solo sacrificio. Durante los próximos cuarenta días voy a abstenerme, excepto tal vez los domingos, de hacer cualquier selfie. Va a ser difícil, pero soy un gran idealista, va a ser difícil vivir una Cuaresma libre de selfies.
La lectura del Miércoles de Ceniza, tomada de san Mateo, es una elección un tanto curiosa, pues a primera vista parece que Jesús está criticando el ayuno, la limosna y la oración pública. Sin embargo, bien mirado, vemos que Jesús dice que el ayuno, la limosna y la oración son importantes, pero que tenemos que prestar atención no solo al «qué», sino también al «cómo». Por eso, si ayunamos no podemos poner cara de hambre para llamar la atención, no anunciemos que damos limosnas, no nos pongamos muy a la vista cuando recemos para que nos admiren y hablen bien de nosotros.
Siendo así, me avergüenzo mucho de haberos contado que no me voy a hacer selfies. Debería haber decidido eso en secreto... En realidad, no me gustan nada los selfies y probablemente debería renunciar a alguna otra cosa. La Madre Teresa dice que por cada fotografía sale un alma del purgatorio...
Es importante que nuestras prácticas cuaresmales estén ligadas de algún modo a nuestra conversión continua, a nuestro crecimiento espiritual, a nuestra amistad con Dios y con los demás. Dice el profeta: «Convertíos a mí de todo corazón». La Cuaresma es para hacernos enteros otra vez, para superar el corazón dividido. Rasgad el corazón, no las vestiduras. La Cuaresma es tiempo para poner la casa en orden, para cumplir mejor nuestros compromisos regulares, tiempo para crecer en nuestra capacidad para amar, servir –especialmente a los pobres y enfermos–, para perdonar y compartir nuestra fe. Al final, esa es nuestra misión.
San Pablo nos dice que somos embajadores de Cristo, como si Dios intercediese a través de nosotros. Tenemos que vernos como representantes de Cristo, intentando vivir las enseñanzas del Evangelio de tal modo que la gente, al mirarnos, pueda decir: «Si el catolicismo es esto, yo también quiero ser católico». Como dice el Santo Padre, la fe se expande no por el proselitismo, sino por atracción.
Al comenzar frescos este nuevo año, esperando muchas bendiciones, como Noé tras el diluvio, sigamos al Cordero de Dios en este año del carnero, con renovadas fe y fidelidad, y compartamos la alegría del Evangelio con todos nuestros hermanos y hermanas.
¡Feliz Año nuevo!
Salud, felicidad, bendiciones.
3
Aniversario
de la evangelización
de Florida
Me siento muy honrado por haber sido invitado por el papa Francisco para representarlo en esta ceremonia tan importante en que celebramos el 450º aniversario de la llegada del Evangelio a estas tierras y la primera eucaristía aquí, en Saint Augustine. Traigo saludos y bendiciones del papa Francisco para mi querido hermano en el episcopado, don Felipe Estévez, para los presbíteros, diáconos, religiosos y fieles que os reunís hoy aquí, lugar cuyo nombre hace referencia al gran obispo de Hipona, san Agustín, y cuya historia empieza con la misa celebrada el día de nuestra Señora, en un ya lejano 8 de septiembre.
Hoy recordamos con gratitud a todos aquellos que, a lo largo de la historia de este lugar, han contribuido con su fe, espíritu de generosidad y sacrificio personal para el establecimiento de esta comunidad, dejándonos así un legado inestimable.
Estoy seguro de que el papa Francisco, si estuviese aquí, nos animaría a renovar el espíritu misionero que aviva nuestra Iglesia, llevando las buenas noticias del Evangelio a las periferias. Esta periferia tanto podría ser Harvard, Yale, Wall Street o Sun Belt 1. Ciertamente, ser Iglesia misionera significa serlo en nuestra propia tierra.
Una de las historias que nunca olvidaré tiene como protagonista a Wilbur Mills,