Soñar despiertos la fraternidad . Francisco Javier Vitoria Cormenzana. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Javier Vitoria Cormenzana
Издательство: Bookwire
Серия: GP Actualidad
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9788428837736
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recuerda a Jesús como la insuperable manifestación y puesta en escena del modelo humano protagonizado por el buen samaritano (cf. Lc 10,29-37) 31. La teología actual lo ha presentado como una persona fraterna, configurada por el «principio misericordia» (J. Sobrino). Dicho con otras palabras, el Jesús «recordado» es el «prototipo de hermano». Él es el único ser humano del que se puede afirmar que ha llegado a ser tan misericordioso como el Padre del Reino (cf. Lc 6,36).

      A Jesús se le rememora como el «hombre apasionado en medio de la insensible Jerusalén» 32. La «visión de lo intolerable», el sufrimiento injusto de los inocentes, rompe el círculo de indiferencia e inmunidad cultural que le rodea. Jesús se siente afectado y concernido por tanto sufrimiento y entra en la escena de los que viven «en sombras de muerte» (cf. Mt 4,16). Los evangelios hablan de esta afección utilizando un verbo (splanjnisomai) que significa abrazar visceralmente, con las propias entrañas, los sentimientos o la situación del otro. Esta empatía promovió en él una movilidad solidaria hacia abajo (Dean Brackley) y hacia los de abajo, que desplazaba la causa de la fraternidad hacia adelante. Así practicó la única solidaridad fraterna digna de tal nombre: la que se caracteriza por el mismo desamparo y desesperación que conocen y experimentan los marginados 33.

      Los evangelios lo dicen sumariamente, afirmando que Jesús no tuvo lugar donde nacer (cf. Lc 2,7) ni cobijo donde reclinar su cabeza (cf. Lc 9,58). Y Heb 13,12 añadirá que tampoco ciudad donde morir. Pero sobre todo lo narran a lo largo de sus relatos. Jesús, partícipe de «la solidaridad de los conmovidos» por el exceso de mal del mundo (Jan Patocka), entra en el cuerpo a cuerpo de la comunión con los pobres, los enfermos, los hambrientos, las prostitutas, los niños, las mujeres, los extranjeros, los que lloran, los humillados, los abatidos, los cansados, los desamparados, etc. Esta toma de posición de Jesús implícitamente declara injustas las condiciones de vida de aquellos seres humanos: ni el leproso era un impuro, ni el hambriento un pordiosero, ni el ciego un pecador o hijo de pecadores, ni el pobre un holgazán, ni el niño un cero a la izquierda, ni la mujer una persona subalterna, ni siquiera el enemigo era un extraño, sino un hermano (cf. Mt 5,44-45). Y, al mismo tiempo, reconoce en todos y cada uno de ellos un ser humano al que se le había privado de lo suyo: su condición de hijo del Padre del Reino o de «imagen de Dios». Y «en él reconocen las personas afectadas al hombre fraternal» 34.

      Ernst Bloch percibió muy bien la novedad que irradiaba la figura humana de Jesús:

      Lo que Jesús moviliza no es el hombre dado, sino la utopía de un hombre posible, cuyo núcleo y cuya fraternidad escatológica ha vivido él como modelo [...] Un hombre bueno obra aquí simplemente como hombre bueno, algo que todavía no había sucedido; con una tendencia propia hacia abajo, hacia los pobres y menospreciados, en la que no hay ningún asomo de patronazgo 35.

      5. Jesús, ascetismo y fraternidad

      Me interesa explorar la figura de Jesús como asceta y su relación con su servicio a la fraternidad. Seguramente, esta propuesta pueda parecerle extraña a más de un lector. Estamos acostumbrados a contemplar a Juan Bautista como un asceta que vivía en el desierto, vestía con piel de camello y se alimentaba de langostas y miel silvestre (cf. Mc 1,6) sin probar ni pan ni vino (cf. Lc 7,33). Pero no a Jesús, que, como ya he apuntado más arriba, fue acusado de ser un bon vivant y de no fomentar la práctica del ayuno entre sus discípulos (cf. Mt 5,33-34).

      El término «ascetismo» es un concepto en cuyo origen se encuentra el término griego askein, que inicialmente se refería a las diversas formas de ejercicio o entrenamiento físico de los deportistas. En el lenguaje corriente, calificamos a alguien de asceta cuando nos encontramos ante una persona que practica un estilo de vida austero y de renuncia a placeres materiales, con el fin de adquirir unos hábitos que conduzcan a la excelencia física (p. ej., un deportista maratoniano) o a la perfección moral y espiritual (p. ej., los monjes). Sin embargo, el término encierra una mayor complejidad que necesitamos desentrañar antes de aplicárselo a Jesús de Nazaret.

      a) El ascetismo como propuesta política

      Para Leif E. Vaage, profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de Toronto, el ascetismo no es una cuestión de costumbres particulares, sino básicamente una propuesta política. Lo ascético siempre tiene dos aspectos: 1) el «rechazo del mundo» como marco normativo para conocer una vida buena o plena. El ascetismo cuestiona profundamente la capacidad de este mundo, tal como está, para otorgar la felicidad y otros bienes de la misma índole; 2) la «anticipación de un mundo alternativo». El ascetismo es una propuesta de otra realidad alternativa que siempre busca el bien que todavía falta en el mundo tal como está, insistiendo en encontrarlo dentro de este mundo, es decir, del mundo rechazado. El asceta siempre procura conocer ese otro mundo que todavía es posible desde el propio cuerpo, aquí y ahora, como fruto de una u otra disciplina asumida.

      El ascetismo no es, por tanto, una cuestión de lo prohibido y lo permitido para un determinado modo de vida. Antes que implicar un comportamiento particular, el ascetismo representa el esfuerzo por vivir a contracorriente de lo que en un determinado contexto sociopolítico se conoce como la normalidad o la realidad. El asceta quiere «salvarse» de esa normalidad. La considera el problema al que quiere dar una solución con su forma de vida. Asume, en cuerpo y alma, una postura de profunda discrepancia con la normalidad de su contexto sociopolítico. Su práctica ascética pretende quitarle el derecho a definir cuáles son los límites del bienestar humano. Ser asceta significa no creer en una sola realidad –la dominante de ese momento–, sino también en otra que está presente en otro espacio de este mundo. El esfuerzo o entrenamiento ascético se hace para poder entrar en «otro reino» para «vivir otro mundo», para convertirse en otro «ser humano» en el que la vida, como tal, sea diferente 36.

      Este enfoque del ascetismo nos va a permitir contemplar el celibato de Jesús y su relación con el dinero como dos prácticas de vida alternativa, favorecedoras de la fraternidad en nuestro mundo.

      b) Jesús, «eunuco» por el reino de la fraternidad de Dios

      Parece fuera de toda duda razonable afirmar que Jesús permaneció célibe toda su vida por razones religiosas, que en su caso tenían que ver con el reino de Dios. Probablemente, interpretó su celibato como una necesidad impuesta por su misión profética y escatológica, totalmente absorbente. Es posible, por tanto, que Jesús se contara a sí mismo entre «quienes se hacen eunucos por el reino de Dios» (cf. Mt 19,12). Su celibato nada tuvo que ver con una visión negativa de la sexualidad. En un contexto religioso en el que el celibato era un estilo de vida extremadamente inusitado, pero no desconocido, el celibato de Jesús –igual que su trato familiar con los marginados– fue una parábola en acción; la plasmación de un mensaje sobre el reino de Dios dirigido a inquietar a la gente e incitarla a pensar sobre él y sobre sí misma. Cualquier otra hipótesis, hoy por hoy abandona el terreno de la investigación histórica para pasar al terreno de la novela o el cine 37.

      c) La renuncia sexual como propuesta político-cultural

      Siguiendo lo dicho más arriba sobre el ascetismo, vamos a contemplar el tema de la renuncia sexual de Jesús como una propuesta política. La renuncia sexual acarreaba un problema importante para la normalidad sociopolítica en el antiguo mundo mediterráneo, pues rompía con un estilo cultural de vida –el matrimonio entendido como modo de producir la próxima generación de hijos «legítimos»– que mantenía en pie la institución social –el hogar patriarcal–, que era la primera piedra de la ciudad como comunidad humana 38.

      Para entender esta afirmación necesitamos considerar «la familia» como una construcción social e histórica que, desde sus orígenes, ha ido cambiando a lo largo del tiempo de acuerdo con las necesidades sociales, económicas y políticas de cada época. No existe, por tanto, un modelo tradicional perenne de familia que sea voluntad de Dios, por mucho que algunas voces eclesiásticas se empeñen en afirmar lo contrario. En la Palestina de Jesús se entendía por «familia» algo muy diferente a lo que entendemos en el País Vasco y en la Europa del siglo XXI