1. Sobre la novela corta española, véanse Menéndez y Pelayo (2008, II: 5-207), González de Amezúa y Mayo (1982), Pabst (1972), Krömer (1979), Laspéras (1987 y 1999), Rabell (2003), Pedrosa (2008), Núñez Rivera (2013), Muñoz Sánchez (2016 y 2018c).
2. Resulta sorprendente que el Lazarillo no se catalogue nunca como uno de los hitos de la novela corta española del siglo XVI, cuando, en esencia, cumple todos los requisitos –dimensión; exposición centrada, sin adherencias, de un caso; silencios y blancos narrativos que sugieren sin mostrar– para serlo; al punto de que si formara parte, pongamos, de las Novelas ejemplares, nadie dudaría de su adscripción genérica, como no se hace con ninguno de los «doce cuentos» que conforman la colección cervantina. De hecho, su tamaño no es mayor que el de La gitanilla, La ilustre fregona o El coloquio de los perros, así como el de otros representantes preclaros del género, como los cuentos VI («De cómo una princesa italiana fue cautiva por un cosario africano y ella cautivó con su hermosura un gentil mozo español que padeció por ella muchas fatigas») y VIII («De cómo por la maldad de un traidor un rey y un fiel vasallo suyo padecieron muchas fatigas y trabajos») de las Novelas de Pedro de Salazar, la Historia de Ozmín y Daraja de Mateo Alemán o Las fortunas de Diana de Lope de Vega.
3. Geoffrey L. Stagg (1994) defiende la hipótesis de que una parte significativa de La Galatea, prácticamente los libros I-III completos y quizá parte del IV, fueron compuestos por Cervantes en los últimos años de la década de 1560, cuando contaba apenas con veinte años, y el resto, así como un repaso general, entre 1581 y 1583. No solo no queda el más mínimo vestigio de que así fuera, puesto que no consta que ningún poema ni fragmento en prosa de los libros I-IV tuviera circulación de manera independiente –manuscrita o impresa– antes de la publicación del texto en 1585, sino que los únicos testimonios literarios que se conservan de Cervantes antes de su marcha a Italia en 1569 (cinco composiciones poéticas de circunstancias de conmemoración áulica: un soneto al nacimiento de la infanta Catalina Micaela, acaecido el 10 de octubre de 1567, y un soneto fúnebre, cuatro redondillas, una copla en redondillas y una elegía dedicada al cardenal Diego de Espinosa compuestas para las exequias de Isabel de Valois en 1568) permiten pensar que la práctica literaria era para él antes un medio para alcanzar un puesto de letrado en la corte (escribano, secretario, ayuda de cámara, etc.) que las primicias de un escritor en ciernes. De hecho, estos poemas pudieron ser su carta de presentación para asistir a la academia literaria que, sufragada, primero, por el duque de Alba y, después, por el cardenal Espinosa, se celebraba en la «alcobilla» del alcázar del príncipe Carlos, en donde, además de conocer a Diego Hurtado de Mendoza, trabó amistad con poetas como Pedro Laínez, Francisco de Figueroa y Gálvez de Montalvo, con los que mantendría una estrecha relación, sobre todo a partir de su regreso del cautiverio en Argel. A ella pudo asistir asimismo el nuncio papal Giulio Acquaviva d’Aragona entre septiembre y diciembre de 1568.
4. Sobre la historia del texto y la demora de un año y medio entre la finalización y la impresión, véase Juan Montero (2010).
5. Sobre la estructura de La Galatea y la articulación de los cuatro episodios novelescos, véanse, entre otros, López Estrada (1948), Sabor de Cortázar (1971), Avalle-Arce (1974: 229-249), Rhodes, (1989), Rey Hazas y Sevilla Arroyo (1996: XIII-XXVI), Muñoz Sánchez (2003a y 2003b), Güntert (2007: 25-52), Baquero Escudero (2013: 51-63).
6. Agustín de la Granja (1998) opina que los seis entremeses de Cervantes escritos en prosa –El juez de los divorcios, La guarda cuidadosa, El vizcaíno fingido, El retablo de las maravillas, La cueva de Salamanca y El viejo celoso– podrían haber sido confeccionados y pensados para la escena en este periodo, concretamente en torno a la estancia en la cárcel de Sevilla en 1597, y que luego, con vistas a su publicación, en 1611 o 1612, los retocaría hasta conferirles su forma final. Su propuesta, a contracorriente del dictamen mayoritario de la crítica, que los ubica a partir de 1606-1607, resulta difícil de aceptar, por lo menos para los seis casos, pero coadyuvaría a explicar el empleo sistemá tico de técnicas dramáticas entremesiles por Cervantes en el cambio del siglo tanto en El ingenioso hidalgo como en algunas de las Novelas ejemplares.
7. A pesar del consenso crítico alcanzado últimamente a propósito de la génesis del Ingenioso hidalgo como una novela corta, que comprendería íntegra la primera salida de don Quijote (capítulos I-VI, aunque hay quienes la alargan hasta el VIII), pensamos que el texto fue concebido desde el principio como una narración extensa aderezada de episodios novelescos. Recordemos ahora las, a nuestro juicio, certeras palabras de Edward C. Riley (2000, 92-93): «Desde 1900, por lo menos, se ha creído comúnmente que Cervantes empezó su libro pensando en escribir una novela corta. La brevedad de la primera salida de don Quijote, sin Sancho, sugirió sin duda esta idea. Pero si Cervantes empezó la obra con esa intención y cambió de propósito al ver las posibilidades que se le abrían, llevó a cabo su cometido tan bien que es difícil imaginar lo que habría podido ser la historia original y, concretamente, cómo habría terminado. En nuestra novela el Caballero acude a su hogar para equiparse tal como le aconsejó el ventero, y no ha dado ni un paso hacia la recuperación del juicio». Exactamente lo mismo sostiene Canavaggio (2014: 40-41); véanse también Moner (1993) y Close (2007: 58, n. 57; 2019: 58-70). Por el contrario, véanse Rey Hazas y Mariano de la Campa (2006: 13-76), García López (2015: 145-185) y Pontón Gijón (2015).
8. De entre los abundantes estudios dedicados a la estructura del Ingenioso hidalgo, véanse Togeby (1991), Orozco Díaz (1992: 173-211 y passim), Neuschäfer (1999: 49-96), Riley (2000: 92109), Muñoz Sánchez (2000), Zimic (2003: 15-197), Rey Hazas (2013), Baquero Escudero (2013: 70-110).
9. Sobre su introducción en el léxico castellano, procedente del italiano, por el Marqués de Santillana, en la Comedieta de Ponça (c. 1436), y Juan Rodríguez de Padrón, en el Triunfo de las donas (1438-1441) y en el Siervo libre de amor (1439), y su evolución hasta las Novelas ejemplares, véanse González Ramírez (2013 y 2017) y, desde otro ángulo, Muñoz Sánchez (2018c: 255-264).
10. «Sacolos el huésped, y, dándoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos escritos de mano, y al principio tenían un título grande que decía: Novela del curioso impertinente… Cierto que no me parece mal el título de esta novela… Si la novela me contenta… Que la novela comienza desta manera» (Cervantes, Don Quijote de la Mancha, I, XXXII, 410-411). «Donde se cuenta la novela del “Curioso impertinente”» (I, XXXIII, 411). «Donde se prosigue la novela del “Curioso impertinente”» (I, XXXIIII, 433). «Donde se da fin a la novela del “Curioso impertinente”. Poco más quedaba de leer de la novela… Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela… Bien –dijo el cura– me parece esta novela» (I, XXXV, 454, 458 y 463). «El ventero se llegó al cura y le dio unos papeles, diciéndole que los había hallado en un aforro de la maleta donde se halló la Novela del curioso impertinente, y que pues su dueño no había vuelto más por allí, que se los llevase todos, que pues él no sabía leer, no los quería. El cura se lo agradeció y, abriéndolos luego, vio que al principio de lo escrito decía: Novela de Rinconete y Cortadillo, por donde se entendió ser alguna novela» (I, XLVII, 593).
11. Resulta llamativa la denominación como tal del relato del capitán Rui Pérez de Viedma, por cuanto en su contexto es designado en tres ocasiones «cuento» (Don Quijote, I, XXXVIII, 492; XL, 504; XLII, 540) y en una «extraño suceso» (I, XLII, 540). Pero sucede que Cervantes emplea la palabra «novela», en El ingenioso hidalgo, para designar exclusivamente a una narración escrita, y «cuento», «historia», «suceso» o «caso», para una narración oral, tal y como acaece con las relaciones primopersonales episódicas verdaderas del cabrero Pedro acerca de Marcela y Grisóstomo (I, XII), de Cardenio (I, XXIV y XXVII), de Dorotea (I, XXVIII), de Clara de Viedma (I, XLIII) y del cabrero Eugenio sobre la bella Leandra (I, LI).
12. Miguel de Cervantes: Don Quijote de la Mancha, II, III, 710 y II, XLIIII,