El propósito de «La Galatea», una novela de novelas no es la literatura pastoril, el amor en sus distintas casuísticas o la consideración de las clásicas convenciones del género, que también están presentes, sino poner el acento en la necesidad de abordar este texto como un todo que solo se puede entender en la disección de sus partes, en el análisis de su morfología y en el modo en que cuatro episodios de distinta naturaleza, que tal vez fueron gestados de manera independiente (los protagonizados, respectivamente, por Lisandro y Leonida; Teolinda, Artidoro, Leonarda y Galercio; Timbrio, Nísida, Silerio y Blanca, y Rosaura, Artandro y Grisaldo), se engastan en la trama pastoril de los amores de Elicio, Erastro y Galatea.
De la mano de la narratología, Juan Ramón Muñoz apela al arte de contar y nos habla de la deriva de estos relatos en boca de quienes los narran y a partir del concepto de novela corta tan pocas veces asociado a Cervantes. Desvela, con maestría, la urdimbre con que el alcalaíno trenzó las historias de su primera novela, cuyos hilos, cruzados con diferente artificio –advierte–, tejen los episodios de otras de sus obras. Por eso, no ha de extrañar que, por estas páginas, se paseen Persiles y Sigismunda, don Quijote, Rinconete y Cortadillo o el curioso impertinente y que, capítulo a capítulo, asistamos al diálogo que entablan entre sí las obras de Cervantes; no importa el género al que se adscriban o el año en que se publicaron. Todo gracias a la admirable capacidad de Juan Ramón Muñoz no solo de retener argumentos, motivos y personajes, sino también de establecer afinidades entre ellos de una forma certera, ilustrativa y apasionada. Me consta que esta cualidad se extiende a autores de inabarcable producción literaria como Lope de Vega, pero esa es una certeza que no cabe en un simple prólogo.
En definitiva, con esta obra insta a revisitar La Galatea con otros ojos, a codearse con los pastores, aldeanos y caballeros que se pasean por las riberas del Tajo y del vecino Henares, porque son personajes con más vida que los perfilados en la pastoril primera, pues son capaces de amar y de derramar sangre, de acatar las normas y de rebelarse, e incluso, según señala, de actuar por sí mismos, sin intermediarios, como hace Galatea al oponerse a ser malmaridada. Son personajes, ellos y ellas, algo más fuertes, con una dimensión más humana y tal vez por eso no les asistan la magia ni fuerzas sobrenaturales. Con todo, todavía estamos muy lejos de don Quijote, cierto; pero ya no tan cerca de Diana. Sucede así porque Cervantes coquetea sutilmente con la realidad en una novela dominada por el mito, como bien lo muestra el autor de este ensayo al hablar del desarrollo progresivo de lo «universal poético» a lo «particular histórico». Por todo ello, decir que «La Galatea», una novela de novelas trata solo de la arquitectura narrativa de la primera novela de Cervantes sería insuficiente, pero eso habrá de descubrirlo el curioso y desocupado lector.
CRISTINA CASTILLO MARTÍNEZ
Jaén, 21 de mayo de 2020
NOTA PRELIMINAR
El proyecto de armar un libro sobre La Galatea se fue gestando a lo largo de 2019, cuando, después de tres lustros largos sin dedicarle un trabajo, volvimos sobre ella, se puede decir que por una invitación ocasional, para realizar un estudio sobre el episodio de Teolinda, Artidoro, Leonarda y Galercio, al que siguieron otros dos sobre el de Lisandro y Leonida y el de Rosaura, Grisaldo y Artandro. La idea principal que nos propusimos a la sazón no consistió sino en rescatar y aprovechar los trabajos publicados tiempo atrás, para, sumados a los nuevos, componer un texto coherente y orgánico que se centrase en el análisis de la estructura del libro de pastores cervantino. Prestando primordial atención a los relatos de segundo grado que salpican, aderezan y complementan la trama, examinando su particular idiosincrasia, su factura y su desarrollo temático, las relaciones intratextuales que exhiben entre sí y con la fábula que los engloba y que les confiere su sentido cabal, así como las funciones de capital trascendencia que desempeñan en ella. Todo ello puesto además en relación con el conjunto de la producción literaria de Cervantes.
«La Galatea», una novela de novelas se conforma de cuatro apartados, precedidos de un prólogo y proseguidos de la bibliografía y de la procedencia de los textos. El primero de ellos, la «Introducción», consta de un capítulo, «Entre episodio y novela (corta): Cervantes frente a su género dilecto», que persigue como propósito realizar una visión de conjunto, desde La Galatea hasta Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de la relación de Cervantes con el relato breve, a fin de situar los de la novela pastoril como punto de partida del cultivo de un género que habría de ser no solo su preferido, sino también el único que ejercitaría de principio a fin en su trayectoria como escritor y que aun proyectaría más allá de su última obra publicada.
El segundo apartado, «La arquitectura narrativa de La Galatea», se compone igualmente de un único capítulo, «Hacia una nueva visión de la estructura de La Galatea», que, en buena medida, compendia una parte significativa de los objetivos fundamentales del conjunto, cuales son redibujar la habitual disposición narrativa de la novela en torno a dos partes completamente asimétricas, por un lado los cinco primeros libros y, por otro, el sexto y último, al arrimo tanto de la relación de la materia interpolada con el relato de base y de la función que se les asigna en ella, como del desarrollo temporal interno de los acontecimientos medulares.
El tercer apartado, centrado en «La historia principal de La Galatea», que consta asimismo de un capítulo único, «El Amadís de Gaula como posible fuente de La Galatea», aborda la posibilidad de que la exitosa refundición de Garci Rodríguez de Montalvo sirviera a Cervantes como fuente de inspiración para la recreación de la trama principal de su primera obra impresa. Ocurre que los amores de Elicio y Galatea, en su desarrollo, no en su planteamiento, que sigue los de la pareja protagonista de La Diana de Jorge Montemayor, se asemejan bastante a los de Amadís y Oriana. Esta eventualidad, además de los parecidos entre las dos historias, se ve reforzada por la estrecha vinculación que se produce entre los dos modos narrativos de mayor difusión del Siglo de Oro español: los libros de caballerías y la novela pastoril, así como por el conocimiento exhaustivo que Cervantes poseía del Amadís de Gaula.
El cuarto apartado, «Los episodios de La Galatea», compuesto por seis capítulos, es el más extenso del libro. Como el resto de novelas pastoriles españolas y aun de las narraciones en prosa de largo aliento del Siglo de Oro, La Galatea se caracteriza por estar conformada, desde una perspectiva estructural, por dos niveles narrativos distintos, uno primario y otro secundario, a saber: la trama principal y los episodios intercalados. Ellos son cuatro: el de Lisandro y Leonida; el de Teolinda, Artidoro, Leonarda y Galercio; el de Timbrio, Silerio, Nísida y Blanca, y el de Rosaura, Grisaldo y Artandro. Pues bien, este apartado tiene el designio principal de ofrecer un pormenorizado análisis, tanto temática como formalmente, de los cuatro, antecedido por una sucinta introducción y seguido por unas conclusiones generales.
Es importante destacar que, en líneas generales, hemos dejado los artículos tal cual han aparecido publicados o han sido redactados, sin más modificaciones que las necesarias, encaminadas primordialmente a unificar criterios tipográficos y de citación, y sin apenas actualizaciones bibliográficas, salvo uno de ellos, «Un ejemplo de interpolación cervantina: el episodio de Timbrio y Silerio de La Galatea», titulado ahora «El episodio de Timbrio y Silerio, los “dos amigos” de La Galatea», que ha sido ligeramente remozado. Y lo hemos hecho así para respetar la esencia, los condicionamientos y las perspectivas con que fueron pergeñados en su momento, aun cuando ahora se integren en un todo consonante y armónico; e igualmente, con la esperanza y el deseo de que a través de su lectura se pueda colegir nuestra evolución crítica y analítica.
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Este libro, como reza el epígrafe, quiere rendir un homenaje, un tributo, a mi madre, Ángela Sánchez López, que ha sido víctima de la pandemia que nos azota de la COVID-19. Pero quisiera dedicárselo asimismo a mi querido maestro, Antonio Rey Hazas, jubilado prematuramente por cuestiones de salud; mi dedicación a Cervantes y, en general, a la literatura española del Siglo de Oro se debe, en parte, a su magisterio y a su labor investigadora tanto como a su amistad y a la confianza que siempre ha depositado en mí. Quisiera agradecer, por último, a mi compañera