Aún en el discurrir del libro I, Galatea y Florisa se topan con Teolinda, labradora de una aldea del vecino Henares, la cual narrará su aventura amorosa con Artidoro, ganadero foráneo de su aldea, y que quedará inconclusa tras la desafortunada intervención de su hermana gemela Leonarda, diferenciándose así de la primera historia, que finaliza en el texto de La Galatea, aunque más allá de él se vislumbra un futuro harto nebuloso para Lisandro, sobre el que planea la sombra del suicidio en forma de un lento dejarse morir. Además, la narración que Teolinda realiza de su biografía o prehistoria, a consecuencia del fin de la jornada pastoril del segundo día de la narración, se cuenta a caballo entre el final del libro I y el inicio del libro II.
Devolviendo la narración a los pastores Elicio y Erastro, con esa alternancia sexista ya apuntada más arriba, acompañados de Tirsi y Damón, pastores, como Teolinda, de las riberas del Henares, que se encuentran en las del Tajo con motivo de las bodas de Daranio y Silveria, nuestros pastores conocen a Silerio, un ermitaño que, tras los ruegos encarecidos del grupo, narrará su desdichada historia de amistad y amor,8 dando paso a la típica novela de amor y aventuras incorporada a la tradición pastoril.9 De la misma manera que Teolinda, Silerio, sin lugar a dudas el personaje más logrado de toda la novela por su sufrimiento y profundo debate psicológico entre la amistad y el amor, divide su narración intradiegética entre el final de libro II y el inicio del III. Y, como la historia de Lisandro, es una narración que transcurre lejos del Tajo, pues su origen está en Andalucía; su desarrollo, en Cataluña e Italia; entre nobles, la acción. Por otra parte, a diferencia de la primera historia intercalada y como la de Teolinda, la historia quedará sin resolución final, al menos por el momento. Así, se dará paso a uno de los grandes acontecimientos del devenir de la obra: las bodas de Daranio y Silveria.
Con el comienzo de un nuevo día y de un nuevo libro, el IV, Galatea, Florisa y Teolinda, como Elicio y Erastro con respecto a la primera historia, se van a topar con lo que parece el supuesto final del cuarto episodio, que no es otro que el concertado matrimonio entre Rosaura y Grisaldo. Sin embargo, ante nuestra sorpresa, y la de Teolinda, Leonarda, su gemela, acompaña a la rica aldeana Rosaura. De tal modo que, en una narración trabada y simultánea, se nos da buena cuenta de la prehistoria de la cuarta novela y de la ampliación de la segunda. Rosaura, en efecto, narra a Galatea y a Florisa su historia de dudas amorosas y de celos con Grisaldo y con un caballero aragonés amigo de su padre, Artandro; mientras que Leonarda pone en conocimiento a su hermana Teolinda de la existencia del hermano gemelo de Artidoro, Galercio, del que está perdidamente enamorada, al tiempo que le refiere el impacto que ha ocasionado su marcha en su aldea de las riberas del Henares. Así, las historias segunda y cuarta están estrechamente vinculadas, pues ambas transcurren en aldeas próximas al río Henares, y, además, Galercio y Artidoro apacientan el ganado del rico Grisaldo, mientras que Leonarda y la hermana de estos, la joven Maurisa, sirven a Rosaura.
Con el fin de la narración, que no de las historias, entran en escena otros casos de amor en el devenir pastoral, como el del enamorado Lauso, y se produce la arribada al locus bucólico de unos personajes de altos vuelos, conocidos ya por algunos de los pastores de las riberas del Tajo –y por el lector–, Timbrio, Nísida, Blanca y un cuarto acompañante, que tendrán el honor de presidir el debate que sobre el amor mantendrán el desenamorado Lenio y Tirsi, después de comentar y alabar la vida pastoril en detrimento de la cortesana. Con el vislumbre del final de la historia tercera, acaece la ampliación de la segunda, al quedar patente la pasión que suscita en Galercio la pastora libre de amor, Gelasia, que pone fin, con la vuelta a la aldea, al libro IV.
El libro V se abre con la continuación de la tercera historia, pero con un forzoso cambio de narrador10 –como ocurrió antes con el episodio de Teolinda y Leonarda–, pues el encargado de seguir la historia será curiosamente «el otro amigo», Timbrio, concluyendo lo que dejó en suspenso Silerio, hasta dar buena cuenta de lo sucedido hasta su llegada a las riberas del Tajo. A partir de aquí la narración general, la que recae bajo el dominio del narrador extra y heterodiegético, se complicará hasta cotas inesperadas, por cuanto se pondrá fin a todas las historias intercaladas, al menos en lo que se refiere a la primera parte de La Galatea: la segunda con el matrimonio entre Artidoro y Leonarda, tras un picaresco engaño de esta a aquel y dejando en ascuas a la sufridora Teolinda, que nos recuerda al villancico de La Diana, «¡Amor loco, ay, amor loco! / Yo por vos y vos por otro». La tercera, con el futuro casamiento en la ciudad de Toledo entre Timbrio y Nísida por un lado, y de Silerio con Blanca por otro, poniendo fin al debate interno de Silerio a favor de la amistad, con lo que se culmina definitivamente esta historia en el texto, al igual que había sucedido con la primera. La cuarta, con el rapto de Rosaura a manos de Artandro, delante de nuestros pastores, que acaban de recibir la triste noticia de las concertadas bodas de Galatea con un rico pastor portugués, tras ordenarlo «el Rabadán mayor de todos los aperos», posible trasunto de Felipe II en el texto.11 Entre tanto desenlace se cuenta también el irónico enamoramiento de Lenio para con Gelasia; el final feliz de la ruptura entre los amores de Lauso y su ya no amada Sileria, que es de una originalidad extraordinaria por cuanto nunca antes se había contado la historia, aunque sea en bosquejo, de un desenamoramiento o de cómo muere un amor –cincuenta años después de La Galatea, Lope de Vega hará lo propio en su espléndida «acción en prosa», La Dorotea, a propósito de la historia de un desenamoramiento–; y «el más grande milagro de Amor», los amores del viejo Arsindo y la joven Maurisa. El libro llega a su fin con el anuncio de las exequias de Meliso para el día siguiente por parte del venerable Telesio, dando fin al sexto día de la narración con la vuelta a la aldea.
A la luz de los acontecimientos parece claro que los cinco primeros libros de La Galatea conforman un bloque homogéneo y totalmente simétrico, que se diferencia radicalmente del libro VI, por otra parte, consecuencia lógica de aquellos. Así, nos encontramos frente a un conjunto magníficamente bien construido y detallado al milímetro por Cervantes, habida cuenta de que rodeó el mundo pastoril de la realidad histórica de su época a fin de proporcionar un aprendizaje a sus pastores del que podían y debían valerse, al mismo tiempo que los introducía en la más pura y dura realidad. Como ya dijimos, lo particular histórico, o, lo que es lo mismo, las cuatro historias intercaladas, queda enmarcado por el ámbito amoroso de la bucólica; si muy lejana al principio, cuando la presentación de Elicio y Erastro y su encuentro con la «historia» al ser espectadores de excepción del homicidio de Carino a manos de Lisandro (libro I), estrechamente unidas al final del bloque, cuando nuestros pastores reciben la noticia del futuro casamiento de Galatea, justo en el momento en el que se produce el rapto de Rosaura, provocando, a través del uso de la violencia, la incursión del mundo pastoril –lo universal poético– en la realidad histórica. Introducción, insistimos, que se produce de manera pausada y gradual, dado que entre estos dos polos se sitúan las bodas de Daranio y Silveria, eje medular del bloque y de las cuatro historias. Así, la primera y la cuarta