28. Luis Guillermo Vasco, “Replanteamiento del trabajo de campo y la escritura etnográficos”, en Entre selva y páramo. Viviendo y pensando la lucha india (Bogotá: icanh, 2002), s. p., http://www.luguiva.net/libros/detalle1.aspx?id=271&l=3.
29. Jeanne Favret-Saada, “Être Afecté”, Gradhiva. Revue d’Histoire et d’Archives de l’Anthropologie, no. 8 (1990): 6.
30. Tim Ingold, “Conociendo desde dentro: reconfigurando las relaciones entre la antropología y la etnografía”, Etnografías Contemporáneas, Vol. 2, no. 2 (2015): 221.
1. Desplazar lo efímero. Etnografía y modos locales de relación con la diferencia en contextos de ferias en los Andes del sur
Lucila Bugallo1
Francisco Pazzarelli2
DOI: https://doi.org/10.17533/978-628-7519-01-5_1
Introducción
Escribir o hablar sobre etnografía es siempre bastante difícil, dado que es una práctica que solo se entiende, justamente, practicándola. Posee pautas, procedimientos, técnicas; pero así y todo su característica y valor principal provienen del hecho de ser un trabajo artesanal. Es artesanal, pero como práctica es metódica y rigurosa. Al mismo tiempo, nos toca personalmente y nos modifica; nos transforma como personas, para siempre. Nos transforma porque nos desplaza, nos saca de nuestro propio eje, tanto personal como social y nos lanza hacia otros universos de prácticas y sentidos. Es una experiencia que se nos hace cuerpo, relaciones, memoria; se nos hace gusto. La primera experiencia etnográfica es la del descentramiento y, posiblemente, también del encantamiento. Después vienen otras, quizás más cortas, quizás menos centrales, pero siempre intensas.
Se trata de un “método” en el que la “herramienta” es el mismo, la misma investigadora; esto puede resultar asombroso, incluso extraño y sospechoso desde posiciones positivistas. Ser herramienta significa que todos nuestros sentidos, nuestro interés y atención están puestos en el trabajo, en la relación con otros, al igual que nuestra capacidad de afectar y ser afectados.3 Los deseos, expectativas, incomprensiones de los otros, así como de quien hace la etnografía, se entrecruzan, se encuentran e influyen. Se nos atribuyen varios lugares y posiciones que no siempre son fáciles de contradecir o rechazar. Las relaciones que entablamos traducen muchos de nuestros intereses, pero también muchas más cosas: la propia historia de un grupo, los entramados en que se vio inserto, los devenires de las desgracias y opresiones que nos precedieron. ¿Cómo podemos encarnar tantas historias? ¿Cómo asumirlas, cómo rechazarlas? Los y las etnógrafas somos herramientas: percibimos, nos interesamos, nos conmovemos, analizamos, nos insertamos en relaciones, nos comprometemos, a la vez que intentamos desarmar algunas madejas enredadas y desactivar antiguas prácticas colonialistas. Muchas veces es difícil y, a pesar de las primeras décadas de su desarrollo,4 todavía confiamos en que la etnografía puede convertirse en una práctica descolonizadora que ayude a revisar nuestros estereotipos de conocimiento.5 Y para ello es necesario comprometernos con ella, enteramente.
Como sugiere Alejandro Haber6 en relación con las teorías locales que se reproducen en la práctica, y nos conectan en la relación sin hacerse explícitas de manera verbalizada, la etnografía supone adquirir un conocimiento que solo puede ser aprendido en las relaciones y nunca por fuera de ellas.7 El resultado será lo que permitan las relaciones generadas, mantenidas y vividas. Nada más ni nada menos. Ese posiblemente sea, a nuestro entender, un aporte importante de la reflexividad en el método etnográfico: considerarse en las relaciones que se construyen y despliegan en los hilos cruzados de las múltiples reflexividades.
Teniendo en cuenta estas ideas, nuestro objetivo en este ensayo es presentar y discutir algunas relaciones entre “espacio” y “etnografía” desde nuestra experiencia de campo. Pero, antes que discutir los métodos y desafíos de hacer etnografía sobre el espacio (algo sobre lo cual existe una copiosa bibliografía), nos interesa reflexionar acerca de las formas en que ciertas espacialidades, especialmente aquellas conectadas con ferias de intercambio, nos confrontan en nuestras experiencias de campo y nos obligan a modular constantemente nuestras perspectivas. La pregunta aquí sería ¿por qué el análisis de una feria y de sus espacialidades podría ser de importancia para pensar el trabajo etnográfico? Aquí proponemos que las prácticas, operaciones, emociones y disposiciones que los espacios efímeros de las ferias habilitan y promueven8 nos devuelven una imagen cercana a lo que es practicar la etnografía. Así como las interacciones en los contextos efímeros de ferias ayudan a deslocalizar y desplazar productos para que la vida productiva y ritual sea posible en regiones lejanas, así la etnografía ayuda a desplazar experiencias sin las cuales la antropología tampoco sería posible. Proponemos, entonces, un ejercicio de pensamiento sobre esa idea en particular: el desplazamiento de lo efímero.
Para avanzar en nuestros argumentos, presentaremos primero algunas características de nuestras etnografías en comunidades rurales indígenas de las tierras altas de Jujuy, Argentina. A pesar de sus especificidades,9 en un primer momento elegimos situarnos en un nivel que nos permita comprender aspectos en común relativos a ciertas cuestiones de la espacialidad pastoril. Luego, incorporamos reflexiones sobre el trabajo etnográfico en ferias de intercambio y comercialización de productos, enfatizando una experiencia etnográfica conjunta en Huari, un pueblo del departamento de Oruro, Bolivia, en la región del altiplano colindante con el lago Poopó. En estos casos, el desplazamiento y lo efímero aparecen asociados, conectando contextos que poseen más resonancias que las que aparentan a primera vista.
Espacios y etnografías en las tierras altas de Jujuy
El tipo de trabajo de campo que desarrollamos suele asociarse a unidades de análisis de “pequeña escala”, que refiere al tejido relacional implicado en la observación. Este ha sido un aspecto característico de la antropología social y cultural desde sus inicios, que ha persistido luego de los profundos cambios de la década de 1970 y posteriores.10 Nuestras experiencias etnográficas incluyen observación, participación y observación participante en comunidades indígenas caracterizadas por economías pastoriles y agrícola-pastoriles, que habitan en las tierras altas de la provincia argentina de Jujuy. Estas comunidades comparten ciertas relaciones productivas, presentan similitudes en sus prácticas rituales y emplean una variedad del castellano andino (que incluye préstamos y sobrevivencias de lenguas indígenas –especialmente quechua y aymara–). Por tierras altas referimos aquí de modo general a las regiones geográficas de Prepuna y Puna, entre los 3200 y 3800 metros de altura sobre el nivel del mar.
En las economías domésticas de los pastores con los que trabajamos existen muchas prácticas que generan y ayudan a mantener circuitos de movilidad y espacialidades diferenciadas. La antropología ha dedicado muchos esfuerzos a la descripción de estas relaciones en distintas regiones de los Andes, enfatizando, mediante diferentes abordajes y supuestos, las articulaciones entre “escalas” espaciales.11 Aunque no es aquí nuestro objetivo, sí debemos resaltar algunos aspectos que son de interés para los argumentos que siguen. En primer lugar, el espacio y el tiempo siempre plantean desafíos a la observación participante. En las dinámicas pastoriles, muchas prácticas y relaciones se desarrollan simultáneamente en diferentes espacios donde no podemos estar/participar a la vez. La primera experiencia etnográfica en relaciones de este tipo es, entonces, la de una elección y selección, en ocasiones intuitiva, de los espacios físicos a donde podemos llegar y, consecuentemente, de las prácticas y relaciones en las que podremos participar.
En segundo lugar, el pastoreo supone recorridos con los animales en el espacio, ya sea pastoreando o llevándolos a algún sitio. Los pastores también se mueven para conocer el estado general de sus pasturas o de las vertientes de agua; muchas veces, deben desplazarse diariamente para regar áreas de cultivo alejadas de las casas. En ocasiones, las familias cambian de residencia, mudando buena parte de sus pertenencias,