[80] Geneviève Fraisse: Los dos gobiernos..., p. 108.
INSTRUCCIÓN Y MILITANCIA FEMENINA EN EL REPUBLICANISMO BLASQUISTA (1896-1933)
Luz Sanfeliu
Universitat de València
NOTA: Este capítulo se inscribe el proyecto I+D+I HAR2008-03970/HIST Democracia y culturas políticas de izquierda en la España del siglo XX, en el que participa la autora, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación.
INTRODUCCIÓN. ESTAMPAS DE VETERANOS REPUBLICANOS
Entre los años 1928 y 1930, aparecieron regularmente en el diario El Pueblo varios artículos firmados por Julio Just, que posteriormente se publicarían en forma de libro.[1]En dichos artículos rememoraba la biografía de republicanos y republicanas «venerables», que en el pasado habían contribuido a levantar el partido Unión Republicana fundado por Blasco Ibáñez en Valencia en torno a 1895. Aquellas historias de vida vieron la luz en los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera, en un clima en el que el republicanismo blasquista continuaba manteniendo en Valencia su arraigo popular, cuando el refundado Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) comenzaba a dar síntomas de agotamiento y de cierta indefinición política. El desarme ideológico del partido y del movimiento que le daba soporte, se concretaría años más tarde en un claro viraje a la derecha cuando, en 1931, ya en tiempos de la Segunda República, el nuevo equipo dirigente del PURA presidido entonces por Sigfrido Blasco Ibáñez, se unió al proyecto lerrouxista. En las elecciones municipales de 1934 recibió todavía un respetable soporte electoral; pero en las de 1936, no consiguió ni un solo de los diputados de la circunscripción de la ciudad. El blasquismo agotaba su razón de ser, y las fuerzas sociales que en su origen le habían dado el triunfo en las urnas, se agruparon alrededor de los partidos políticos del Frente Popular.[2]
Sin embargo, en el contexto de la dictadura de Primo de Rivera y tras la quiebra del sistema constitucional, el partido blasquista mantenía al menos formalmente su ideario democrático y radical, y era una de las escasas facciones organizadas y vivas del republicanismo «histórico» español.[3]
En ese ambiente sociopolítico, las intenciones de Julio Just al publicar las biografías eran, según sus palabras, volver la vista atrás para recuperar las hazañas de republicanos y republicanas ilustres y glosar sus «luchas» en pro de la democratización nacional. El autor expresaba también que convenía transmitir brío y fiebre combativa, «en horas malas para la causa de la libertad española». Asimismo, se hacía necesario aleccionar a la juventud, mostrándoles el camino emprendido por quienes habían sabido mantener «el espíritu» republicano, ya que de este modo, se consolidaría además el vínculo que ligaba a las viejas y a las nuevas generaciones de militantes.[4]
En las citadas biografías, el autor había elegido tres mujeres que representaban los modelos femeninos adecuados para cumplir estas funciones. Rita Mas –la Rulla– per sonificaba a la mujer fuerte y valiente, agitadora popular y promotora de revueltas callejeras. Dolores Ferrer, que representaba a la mujer culta que se ocupaba de su familia, siendo además el «alma» vigorosa que sostenía el casino republicano de su localidad. Y Elena Just, que simbolizaba la feminidad que había logrado una posición de liderazgo en las filas blasquistas, impulsando la acción pública de las mujeres y reclamando su instrucción para que fuesen también independientes de la infl uencia clerical.
La elección de estas biografías por parte de Just no era casual, ya que a través de referentes simbólicos y emocionales extraídos del pasado, trataba de fomentar la identificación colectiva y reconstruir identidades femeninas que sirvieran de ejemplo en el presente. Puesto que la construcción de la memoria es una relación social, el autor, como miembro destacado del blasquismo,[5]en última instancia elegía con propósitos jerárquicos a determinadas mujeres siguiendo criterios de valor instituidos por la cultura política de la que formaba parte. Como señala Maurice Halbwachs, la identidad individual constituye un punto de vista de la memoria colectiva originada por el grupo social al que pertenece el individuo.[6]Así, la recuperación del pasado tenía la función de ofrecer un repertorio de modelos femeninos estimulantes y adecuados que guiaran los actos y las conductas de las jóvenes militantes
Por ello, y en base a dos de las biografías reseñadas por Julio Just, la de Dolores Ferrer y la de Elena Just, el presente trabajo se propone, en primer lugar, analizar las identidades de mujeres que, con perfiles similares, constituyeron los modelos femeninos «apropiados» que difundió el republicanismo histórico valenciano. En ese periodo, en torno a 1900, la posición subsidiaría de las mujeres en la vida social y su exclusión de la participación en la vida pública experimentaron un punto de inflexión, y los roles femeninos se adaptaban en el blasquismo a la intensa actividad política que se vivía la ciudad. En la práctica, el acceso lateral de las republicanas a las actividades formativas relacionadas con las redes de sociabilidad del partido se completó con la atribución a los roles femeninos de importantes cometidos ideológicos. A las mujeres blasquistas se las representaba como modernas, instruidas, y defensoras del republicanismo y el librepensamiento, aunque en gran medida, funcionales a la propia familia republicana y a los intereses del movimiento.
Pero como también explica Rafael del Águila, la rememoración es necesariamente plural, aunque dicha pluralidad se haya escindida en contradicciones que dan lugar a determinadas omisiones selectivas. Omisiones que convierten en relevante lo que se pre tende resaltar y en silente lo considerado insignificante para los propósitos que se pretenden.[7]En el mismo periodo temporal, las maestras Amalia y Ana Carvia Bernal, que no menciona el texto de Just, impulsaron un movimiento feminista de carácter laicista e implicado en la educación de las niñas, y posteriormente sufragista, que demandaba la igualdad de derechos civiles y políticos para integrar a las mujeres en un nuevo orden social y político que les permitiera avanzar en una espacio «entre iguales».[8]
Por ello, incorporar al presente análisis la trayectoria de Amalia y Ana Carvia Bernal nos va a permitir analizar, en segundo lugar, la forma en la que estas mujeres, en buena medida transgresoras, adaptaron la cultura política republicana para fundamentar sus estrategias de acción feministas.
A lo largo del tiempo, las retóricas masculinas y femeninas, no siempre coincidentes, configuraron en el blasquismo un repertorio de ideas, valores y conductas que permitieron a ambos sexos plantear debates y argumentaciones en torno a la feminidad, y que abrieron para las mujeres nuevos espacios sociopolíticos de participación ciudadana. Los discursos y actuaciones femeninas/feministas contribuyeron con ello a modificar las identidades masculinas, y fueron transformando progresivamente las prácticas de la propia política. No en vano, y como afirma Alessandro Pizzorno, la cultura política es el ámbito en el que se representa y se da forma a la experiencia de los sujetos, produciendo identidades colectivas, y donde se definen y redefinen continuamente los intereses ciudadanos.[9]
A partir de estas formulaciones, más o menos adecuadas o conflictivas del ideal de mujer blasquista que se fue consolidando en el primer tercio del siglo XX, este trabajo se plantea, en tercer lugar, examinar los cambios y las permanencias que se produjeron cuando, en 1931, se organizaron las Agrupaciones Femeninas Republicanas (AFR) en el entorno del PURA. Ya en la Segunda República, una nueva readaptación de los roles de género consolidó formas de actuación de las mujeres que, de algún