El celo por la paz que tenía Saint Pierre no lo tuvo nadie en su siglo, sino quizá Pierre-Andrè Gargas (1721-1801), quien siendo galeote escribió un proyecto de paz. Nacido en una pequeña aldea, fue acusado de la muerte de un hombre, torturado en los interrogatorios y condenado a veinte años de galeras (1761-1781). Parece ser que los tres últimos años de trabajos forzados estuvo con el capellán de la penitenciaría, que le podría haber ayudado en su educación. La preocupación por la guerra la pudo sentir allí, pues conoció a muchos desertores que estaban presos. En 1776, todavía en galeras, envía a Voltaire un proyecto de paz perpetua, pidiéndole que le dé su opinión. Éste le contestó con algunos versos del mismo poema La Tactique que había utilizado para criticar a Saint Pierre, pero cambiando el verso final para alabar a Gargas; así, de «la impracticable paz del Abbé de Saint Pierre» pasa a poner «la bellísima paz de Pierre Andre Gargas» (cf. Gargas, 1797, portada). En 1779 le envía el proyecto a Franklin, firmando como «forzado n.º 1.336», y nada más salir de galeras va a París a ver a Franklin, quien, verdaderamente impresionado por este honesto campesino, de apariencia rústica y pobre, imprime su folleto titulado «Conciliateur de toutes les nations d’Europe ou projet de paix perpétuelle entre tous les Souverains de l’Europe et leurs Voisins». En 1785 Gargas publicó una versión un poco más amplia: «Union Souveraine et Conciliatrice, de toutes les Nations d’Europe et de celles qui en sont connues. Ou Projet de paix générale et perpétuelle». Este proyecto lo envió a todos los embajadores en Francia y a los principales políticos franceses. Los destinatarios estaban invitados a devolver el ejemplar si no estaban de acuerdo con sus ideas. Quedarse con el ejemplar significaba, pues, una cierta adhesión al plan. De los sesenta ejemplares que envió sólo le devolvieron seis (Ferry, 2000: 110 y 111). En 1794 envió a la convención el tercer proyecto de paz perpetua en manuscrito y en 1796 publicó «Contrat social surnomé Union francmaçone, entre tous les bons citoiens de la Republiqe Françoise e entre la meme Republiqe e toutes les Nations de la terre». El folleto finalizaba con un modelo de impreso para que los presidentes de las asambleas municipales lo enviasen al Gobierno. Gargas envió esta obra a los cuatro puntos cardinales de Francia. Pero en este momento tan inoportuno, diríamos, de la Revolución francesa, la mayoría de los lectores lo vieron peligroso y lo remitieron a la policía. Las pesquisas llevaron, como no podía ser menos, al propio Gargas, al que simplemente se le prohibió la difusión del folleto, al comprobar que no era un peligro para el Estado, pues estaba viviendo la etapa final de su vida como portero del hospital de la penitenciaría de Toulon (Ferry, 2000: 118-152).
Gargas se definía a sí mismo como una piedrecilla que produce una chispa y tenía un verdadero ardor por que esa chispa se convirtiese en un gran incendio de paz que consumiese a toda la humanidad. Conoce la obra de Saint Pierre, copia algunas de sus ideas y lo cita, aunque dice que su proyecto es mejor (Gargas, 1782: 39). Reconoce la personalidad de las naciones y no propone una unión en la indiferenciación. Además, habla de una dimensión verdaderamente cosmopolita, al señalar que la unión es para Europa, Asia, África y América (Gargas, 1782: II), aunque suele tener en mente principalmente a Europa. Parece que Gargas es el primero que utiliza la expresión «Nations Unies», que, esbozada en los dos primeros ensayos de 1782 y de 1785, aparecerá muchas más veces en la Memoria de 1794 y en el Contrato Social de 1796 (Gargas, 1796: 3, 6 y 7; cf. Ferry, 2000: 127).
También Bentham hizo sus incursiones por el tema de la paz y el cosmopolitismo. Escribió entre 1786 y 1789 una hoja con una nota en la que esboza con vagas indicaciones un ensayo que debería titularse Plan of universal and perpetual peace, confeccionado con ideas de algunos manuscritos de la misma época: Pacification and Emancipation, Colonies and Navy y Gabinet No secrecy.10 Bentham creyó que en general sus ideas eran practicables. En unos papeles de 1827-1830 encontramos la siguiente frase: «de la impracticabilidad del Projet de paix perpetuelle del Abbé de Saint Pierre no se puede sacar ninguna inferencia que afecte a la impracticabilidad del sistema aquí propuesto» (BL add. MS 30151, cf. Hoogensen, 2005: 100).
Sus dos temas centrales son la emancipación de las colonias y la eliminación del secretismo en los asuntos exteriores. Para Bentham, una parte importante del problema reside en la diplomacia secreta del Departamento de Asuntos Exteriores, que compromete al pueblo a luchar en guerras que no son de su interés. El producto del secreto, decía, es la guerra (Gabinet No secrecy, citado en Hoogensen, 2005: 88-90). La otra causa principal de la guerra es el mantenimiento de colonias, lo que supone la guerra contra los colonizados para mantenerlos sujetos y contra las potencias extranjeras para defender la posesión de las colonias.
Aunque Bentham le da menos importancia, en sus escritos de política internacional suele aparecer el tema de un tribunal y un parlamento común. Bentham, en Pacification and Emancipation y Colonies and Navy, abogó por la creación de un fórum internacional para la opinión pública a través de un tribunal común. El papel más importante del tribunal –se llame corte, congreso o dieta– es expresar y publicar una opinión respecto a los conflictos entre los estados, sobre todo si esas opiniones estuvieran enraizadas en argumentos universalmente conocidos y que tuvieran una probabilidad de que todos los experimentasen y los aceptasen (BL add. MS 30151; cf. Hoogensen, 2005: 100).
Un punto importante que destacar de las ideas de Bentham con respecto a las relaciones internacionales es el de la igualdad entre todas las naciones. En Projet Matiere (1786) dice: «Si un ciudadano del mundo tuviera que preparar un código internacional universal, ¿qué se propondría a sí mismo como tema? Sería la utilidad común e igual de todas las naciones» (UC XXV. 58; cf. Hoogensen, 2005: 95). Para asegurar la consecución de la mayor felicidad para el mayor número, cada soberano debería ser sabio para considerar los intereses de todos los pueblos. Esta igualdad va unida a la idea de respetar las diferencias entre las naciones y la soberanía de cada una, lo que es inconsistente con el intento de establecer una república universal, que, por tanto, no quiere Bentham (BL add. MS 30151; cf. Hoogensen, 2005: 96-99).
Jean-Baptiste du Val de Grace (1755-1794), barón de Cloots, que había nacido en una familia prusiana noble, llegó muy joven a París para educarse, e imbuido del espíritu cosmopolita y prerevolucionario parisino, se dedicó a gastar su dinero viajando por Europa y difundiendo ideas revolucionarias. Cuando empezó la revolución en París regresó y, con gusto por la teatralidad, compareció ante la Asamblea Constituyente al frente de una Embajada de la Humanidad, compuesta por 36 extranjeros, para declarar que el mundo se adhería a la Déclaration des droits de l’homme et du citoyen. Renunció a su título y a su nombre, eligiendo el de Anacharsis Cloots, que rememoraba al célebre filósofo griego, viajero y crítico de las convenciones establecidas. Se autodenominó «orador del género humano». Donó dinero a la República francesa para que avanzase en la revolución. La Asamblea nacional le otorgó la ciudadanía francesa y fue elegido miembro de la convención. En 1792 publicó La République universelle ou Adresse aux tyrannicides, obra que, transida de un ferviente cosmopolitismo moral, propone la República Mundial. Realmente, la propia lógica de La Déclaration des droits de l’homme et du citoyen, cree, lleva a considerar que los derechos humanos no son sólo para los franceses, sino también para todos los hombres (Anacharsis Cloots, 1980: 369).11 Ese universalismo moral es el que le lleva a un explícito cosmopolitismo político, proponiendo que todos los hombres sean ciudadanos de un único país. Para él no hay pueblos que deban tener entidades políticas independientes, pues todo el género humano pertenece a la misma nación (Anacharsis Cloots, 1980: 346 y 402). Por eso emprende una feroz crítica del nacionalismo:
Los cuerpos nacionales son el mayor azote del género humano. ¡Qué ignorancia, qué barbarie es colocarnos en diferentes corporaciones rivales, mientras que tenemos la ventaja de habitar uno de los planetas más pequeños de la esfera celeste! Al dividir el interés y la fuerza comunes, multiplicamos nuestros celos y nuestras querellas. Un cuerpo no se hace la guerra a sí mismo y el Género Humano vivirá en paz cuando no forme más que un solo cuerpo, la Nación única (1980: 337).
Ahora bien, eso, para él, no significa