Quizá el resumen de su posición sobre la relación entre la paz y el cosmopolitismo, y el documento más amplio en el que habla de Saint Pierre, es su obra de 1769 De la paix perpétuelle, par le docteur Goodheart. Ahí señala que la paz propuesta por Saint Pierre es una quimera que no vale para animales carniceros como son los príncipes. Lo principal es que todo el pueblo esté ilustrado, porque así todo hombre que por su ambición empezase una guerra sería mirado como enemigo por todos. Entonces el establecimiento de una dieta europea podría ser muy útil para resolver las controversias (Voltaire, 1832: 57 y 58).7 Incide en el aumento de la tolerancia y la Ilustración como medios para reducir la guerra. Además, realmente, como se ve en su Rescrit de l’empereur de la Chine, el objetivo de su crítica y sus burlas era más Rousseau que Saint Pierre. La verdad es que desde que Rousseau8 hizo un resumen de la obra de aquél, estos dos autores quedaron unidos en la mente de sus contemporáneos. Era una obra de encargo, según cuenta en Las Confesiones, donde afirma de Saint Pierre que aunque era «el honor de su siglo y de su especie, quizá el único desde la existencia del género humano que no tuvo otra pasión que la de la razón, fue de error en error por tomar a los hombres no como son sino como era él» (Rousseau, 1959: 422). Como Rousseau no podía presentar las ideas de Saint Pierre, ya que le parecían impracticables, ni refutarlas, porque esto no hubiera sido honesto con el encargo que tenía, decidió hacer un resumen de las ideas, por un lado, y un juicio sobre ellas, por el otro. El Extrait du Projet de Paix Perpétuelle se publicó en 1761 y alaba el proyecto de Saint Pierre al decir que es el proyecto más grande, más bello y más útil que haya concebido el espíritu humano (Rousseau, 1964d: 563). Jugement sur la paix perpétuelle fue publicado después de la muerte de Rousseau, en la edición de Moultou y de Du Peyrou de 1782. En él hay una alabanza general a Saint Pierre y a su obra, pero pasa enseguida a señalar sus defectos. El problema principal, indica, es que se basa en los príncipes, pero éstos, guiados por la ambición, confunden su interés real, que sería la paz, con su interés aparente. Además, los príncipes jamás aceptarían verse forzados por una federación y privados de su real arbitrio, porque una federación supondría que habría un Estado de derecho por encima de los príncipes y, señala, aquélla tendría que proteger a los súbditos contra la tiranía de los príncipes. Suprimir la guerra no es, pues, sólo librarse del enemigo exterior, sino también no poder tiranizar a los súbditos, porque los príncipes hacen tanto la guerra a sus súbditos como a sus enemigos exteriores (Rousseau, 1964e: 593). Éste es el punto débil de Saint Pierre: que no entendió que las mismas resistencias que hay a la constitución de un Estado de derecho son las que hay a un proyecto de paz perpetua (cf. Guineret, 2004: 55).
La verdad es que el trabajo de Rousseau, aunque a veces de una manera un tanto sesgada, ayudó a extender más las ideas de Saint Pierre, quien llegó a ser el principal difusor de sus ideas en la segunda mitad del siglo. Pero otros muchos también hablaron de él. Grimm y Diderot, en su correspondencia de 1758, hablan de Saint Pierre como una buena persona, pero afirman que tiene proyectos quiméricos (cf. Stelling-Michaud, 1964: CXXVI). El marqués D’Argenson, que era compañero de Saint Pierre en el Club de l’Entresol, señala en sus Memorias que la meta del proyecto era buena, aunque los medios no eran practicables. De él señala lo que hoy podríamos llamar cosmopolitismo ético: «tal era su amor por la Humanidad que no se limitaba a su patria, sino que extendía sus actos de generosidad a todos los habitantes del globo» (Argenson, 1857: 271). CharlesMarie de la Condamine (1701-1774), miembro de la Academia francesa, admirador de Saint Pierre, compuso unos versos a su memoria y cuenta la confidencia que le hizo el Duque de Orleans, quien fue regente de Francia durante 8 años, acerca del plan de Saint Pierre: «se piensa que es una quimera, pero si quisiéramos el Emperador y yo o el rey de España y yo, sería una realidad» (Ferry, 2000: 206-207). Condorcet, en su obra de 1786 De l’influence de la révolution d’Amérique sur l’Europe, habla muy positivamente de Saint Pierre y sus sueños, diciendo que no son algo quimérico, aunque están lejos de realizarse, y sostiene que en Europa los considerables progresos de la filosofía dan lugar a esperar ver un día una confederación que podría disminuir infinitamente los males de la humanidad (Condorcet, 1847: 10, 21 y 97).
A mediados de siglo los proyectos de paz se multiplican. Señalaremos algunos. En 1747 Johann Michael von Loen, consejero del rey de Prusia, publica Entwurf einer Staatskunst, cuyo capítulo segundo trata acerca de una paz permanente en Europa. Propone una Corte de paz con jueces seleccionados entre las personas mejor preparadas de cada Estado. En 1752, el folleto del alemán Toze, titulado «Die allgemeine christliche republik in Europa», partiendo de las ideas de Saint Pierre, concluía la necesidad de crear una autoridad internacional que fuera capaz de zanjar las diferencias entre los estados. Adjuntaba las conclusiones de otro folleto, éste anónimo, aparecido en 1745 y titulado «Projet d’un nouveau système de l’Europe». En 1758 Johann Franz von Palthen, consejero de justicia y poeta, publicó en Rostock su Projekt einen immerwährenden Frieden in Europa zu unterhalten. Propone, para resolver los conflictos entre estados, un tribunal que tenga poder para declarar la guerra y poner castigos a los estados que no acepten sus veredictos. Incluye a Rusia y Turquía. En 1762 Jean Henri Maubert de Gouvest, secretario del rey de Polonia, escribe la obra titulada La Paix générale ou, Considérations du docteur Manlover d’Oxfordt. Como se ve, el propio título enlaza las ideas de paz y de amor al género humano, pero la obra es una mera crítica de la política exterior inglesa. J. H. von Lilienfeld, en su obra de 1767 Neues Staatsgebäude in drei Büchern, publicada en Leipzig, propone un tribunal de paz, con poder ejecutivo, dependiente de un congreso. Señala que Rusia debería estar entre las veinte naciones que lo componen. Polier de Saint-Germain, escritor suizo que se autoproclama un simple ciudadano del mundo sin otro talento que su fuerte amor por la humanidad, en su Nouvel Essai sur le projet de la Paix perpétuelle, de 1788, propone un tribunal permanente con poder ejecutivo para resolver los conflictos entre los estados. Se trata de un plan para una asociación cooperativa de los estados cristianos, incluyendo a Estados Unidos. Guillaume Resnier, general y precursor de la aviación, publicó en 1788 su obra la République Universelle ou l’humanité ailée réunie sous l’Empire de la Raison, en la que afirma que un pacto universal de amistad entre todos los reyes y pueblos de la tierra, combinado con un sistema legal internacional, produciría una familia global.9
Algunos de los proyectos de paz merecen una descripción más detenida. Empezaré por el plan de 1756 de un colono, Saintard, titulado Roman politique sur l’état présent des affaires de l’Amerique ou Lettres de M*** a M*** sur les moyens d’établir une Paix solide et durable dans les Colonies, et la liberté générale du commerce extérieur. Es una obra escrita desde el punto de vista francés contra la política marítima y colonial de Inglaterra en el contexto prebélico de la llamada «Guerra de los siete años» entre Inglaterra y Francia. Su propuesta es simple: la paz debe ser alcanzada a través de la libertad de comercio, de la que resulta la interdependencia de los pueblos. Afirma que la restricción de la libertad de comercio va contra el espíritu comercial y utilitarista del tiempo. Este ethos de búsqueda de la prosperidad es lo que puede conducir a la paz. Piensa que los proyectos de paz de tiempos anteriores, como el de Enrique IV, no eran viables porque la sociedad no estaba madura, al no tener ese espíritu. Es interesante notar que señala la necesidad de que haya prosperidad para todos los pueblos si se pretende una paz universal y duradera (Saintard, 1756: 333-334). Una vez alcanzado esto, la confederación de estados sería algo factible (Saintard, 1756: XXX y XXXI). La obra se basa en un ardiente cosmopolitismo moral, afirmando que la dignidad de la inteligencia humana iguala a todos los hombres (Saintard, 1756: 2). De esta igualdad moral entre todos los hombres se deriva su crítica del prejuicio de buscar la gloria nacional por encima de todo: «Quien pudiera olvidar un momento su patria y colocarse en el centro del universo, perdería enseguida el sentimiento de la ilusión general: cesando de ser ciudadano, por así decirlo, se convertiría en hombre» (Saintard, 1756: 4). Por eso, desea que todos los pueblos formen una sola sociedad libre y feliz (Saintard, 1756: 11).