Las escuelas y los museos se necesitan porque no podemos perder ninguno de estos privilegios con los que se identifican muchos de nuestros rasgos culturales. Pero tanto los museos como la escuela se fortalecen al conectar sus especificidades, para evolucionar y para adecuarse a la realidad social. Ahora bien, ni los museos ni las escuelas son meros monumentos, edificios dotados con mayor o menor acierto arquitectónico. Las escuelas y los museos son esencialmente personas. Están construidos por personas y colectivos que deciden los caminos que seguirá la institución. Profesionales y públicos. Trabajadores y visitantes. Estrategas y espectadores. Personas con intereses propios y necesidades específicas, colectivos que ansían evolucionar. Se trata de organismos en los que el factor humano resulta tan esencial que ciertamente no tendrían sentido si su fuerza no partiese de las inquietudes, y si además sus ideas no estuviesen al servicio de la ciudadanía. Hasta en sus negaciones y contradicciones son similares las escuelas y los museos. Ambos, por suerte, existen y nos interesan.
Fig. 1.1 Muro exterior del Museo Precolombino de Montevideo.
Hablamos de espacios públicos, de escenarios que nacieron para servir a la colectividad. Todos tenemos derecho a una educación (escuela) y a un enriquecimiento personal que comprenda tanto el ocio como la reflexión cultural (museo). Se trata de entidades excepcionales, capaces de fomentar las adquisiciones con las que podemos generar nuevas interpretaciones del mundo, lanzando nuestros sondeos en varias direcciones. Tanto desde la escuela como desde el museo engendramos nuevas preguntas y descartamos respuestas convencionales. Las escuelas y los museos nos pueden hacer más libres, más generosos, más entusiastas con todo aquello que nos envuelve.
El presente libro reúne varios ángulos desde los que analizamos la cuestión (escuela y museo), habiendo colocado el centro de atención en las personas, y más concretamente en los educadores. Nos detenemos a observar cómo funcionan los educadores, cómo aprenden, cuáles son sus inquietudes, qué aspectos les motivan o les molestan. Cuando hablamos de educadores nos referimos tanto a los maestros y las maestras, a los docentes de los centros escolares, como a los educadores de museos, a los profesionales que trabajan en los departamentos educativos o en otros ámbitos con intenciones similares dentro del museo. Nos adentramos en su mundo gracias a sus aportaciones, ya que los hemos observado, hemos compartido con ellos sus actividades, han contestado a nuestras encuestas, documentos en los que han podido exponer su propia visión sobre cada aspecto del tema sobre el que hemos tratado.
Consideramos importante que la escuela y el museo trabajen conjuntamente, ya que los profesionales que nos han ayudado a confeccionar el presente estudio así lo sugieren. Escuelas y museos son esencialmente personas, gente que trabaja en edificios con unas características específicas, gente que se ocupa de gente –a través del currículo, de las colecciones, de las exposiciones, de las clases, de las actividades–, gente con sus propias contradicciones, personas capaces de construir un tejido educativo apto para transformar la sociedad, para mejorarla, para reconstruirla y redefinirla constantemente. En ese sentido, nuestro trabajo ha utilizado una metodología ambientada en un análisis de orden cualitativo, acercándose a los individuos mediante cuestionarios semiestructurados y también a partir de la observación directa, mediante reuniones que aportan información suficiente como para describir el escenario propicio de estudio. Dicha metodología cualitativa parte de lo que denominamos estudios de caso, un modelo de investigación que se aproxima al objeto de estudio contando con sus protagonistas, con las voces de las personas que son en verdad partícipes y responsables de lo que ocurre en los museos y en las escuelas.
Fig. 1.2 Alumnas de una escuela pública uruguaya, con su característica moña.
Otra perspectiva destacable en nuestra metodología de trabajo es que utilizamos el paradigma de la cultura visual como entorno útil para aproximarnos al universo de la imaginería que nos ofrecen la escuela y el museo. Ambas instituciones están implicadas en la formación de los sujetos, de los individuos, de las personas que observan la extraordinaria proliferación de imágenes del mundo contemporáneo. Los medios de comunicación y las tecnologías de la información influyen de manera decisiva en aquello que ocurre tanto en las escuelas como en los museos. El nivel de comprensión que los sujetos adquieren del mundo, bien a través de la escuela, bien a través del museo, está tremendamente inundado de imágenes que provienen del resto de los ámbitos comunicativos, informativos y educacionales. Como profesor de educación artística estoy muy pendiente de todas estas transformaciones, alteraciones que fomentan intoxicaciones diversas, flujos e intersecciones de ideas, transiciones de imágenes y conceptos. Esta compleja maraña es en realidad un factor de enriquecimiento para las personas. Lo complicado del asunto radica en poder gestionar dicha información, disfrutar con ella, reconducirla hacia donde realmente nos interese y favorecer así nuestra formación y nuestro criterio personal. La educación artística es un campo de acción con una trayectoria histórica que permite avanzar en este sentido. A través de los estudios culturales, y más concretamente de la llamada cultura visual, pretendemos ofrecer un panorama sugerente de lo que está ocurriendo en las escuelas y en los museos, sin perder de vista las aportaciones y el peso específico que tiene el resto de entidades o instituciones formativas, informativas y comunicativas.
La cultura visual refleja la crisis y la sobrecarga informativa de la vida diaria. En sus estudios atiende a la vida cotidiana, a las personas, a los consumidores (de productos diversos, entre ellos imágenes), explorando las ambivalencias y los lugares de resistencia desde la perspectiva del consumidor. La cultura visual como paradigma, ciertamente vinculada en sus inicios al ámbito anglosajón, aunque extendida ya por el resto del panorama internacional, no tiene ningún reparo en el tratamiento de aspectos tan presentes en nuestras vidas como el cine y la televisión, los videojuegos, la moda, los supermercados, las grandes superficies comerciales y un largo etcétera. Los medios y las marcas son tratados como esencia cultural del capitalismo posmoderno. Tal y como la ha descrito Mirzoeff (2003), la cultura visual podemos considerarla como una «estructura interpretativa fluida, centrada en la respuesta a los medios visuales, tanto de individuos como de grupos». Entendemos que buena parte de la experiencia de lo visual en la vida cotidiana tiene lugar en el territorio de la cultura visual. El consumidor, como agente clave de la sociedad, no es tan sólo un objeto manipulable por las estrategias de mercado. Cada persona, incluso como consumidora, o como miembro partícipe de la sociedad del espectáculo (en línea con lo aportado por Guy Debord y los situacionistas), genera una serie de miradas particulares. Los síntomas culturales varían, se alteran, cambian, del mismo modo que evolucionan las miradas de las personas, que no solamente observan su entorno, sino que también generan nuevas miradas hacia ellas mismas (la idea del cuerpo como nueva geografía, un mapa visual y cultural). Todo lo cual nos lleva a asumir que las lecturas son participaciones implicadas en los procesos culturales. Y un modo de analizar esta transformación constante es el que nos propone la cultura visual. En ese devenir de miradas, la cultura visual nos sirve para describir campos de acción.
Fig. 1.3 Niña cubana colaborando en la limpieza y preparación de su escuela el día antes del inicio de curso.
Dentro de nuestros intereses por los colectivos de educadores, inducidos por el análisis que aportamos a través de los parámetros de la cultura visual, atendiendo en ocasiones a las coordenadas metodológicas del estudio de casos, cabe incidir aquí en la presencia que adquiere el entorno de la llamada realidad virtual. Ya no podemos actuar ajenos al impacto que revela nuestra sociedad como una red de conexiones virtuales, de intercambios en los cuales se introduce como factor relevante la conectividad, la interacción. El presente libro tiene también una clara vocación de acercamiento a la realidad virtual, a los procesos que genera Internet y el resto de mecanismos tecnológicos en los que estamos inmersos. En el presente trabajo reflexionamos sobre un conjunto de aspectos que nos parecen importantes y que conviene abordar (la escuela, el museo, la formación de educadores), pero consideramos relevante extender su permanente actualización,