Preparación para la Vida. Dr. Héctor Caram-Andruet. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Dr. Héctor Caram-Andruet
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789878716244
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precisamente así en las Escrituras:

      “En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio junto a Dios. Todo llegó a ser por medio de ella, y sin ella nada se hizo de cuanto fue hecho” (Jn1:3). Esta revelación bíblica nos habla del Hijo de Dios, por intermedio de quién el Padre realizó la creación. Y por cuanto que Él era, y es, la luz verdadera, ilumina a todo hombre y disipa las tinieblas. Por eso, nosotros lo vemos en su gloria, “como de Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn.14:14). No obstante, debemos diferenciar entre lo que el Señor nos dice respecto de la palabra que oímos y de la que hablamos (Sant.1:19-27):

       Nos advierte a ser prontos para escuchar, tardo para hablar, tardo para la ira;

       Nos insta a recibir con mansedumbre la Palabra plantada en nosotros;

       Llevarla a la práctica y no limitarnos a ser meros escuchas;

       A no creernos religiosos y no saber “frenar la lengua”.

       Los que así actúan se engañan a sí mismos, pues seremos juzgados tanto por nuestras palabras como por nuestras obras. ¿De qué sirve si alguien dice tener fe y no tiene obras? Peor aún: si se dice cristiano y sus obras no concuerdan con su confesión. La hipocresía es profundamente desagradable a Dios porque es la negación de la Verdad (que está en Cristo), se disfraza de verdad y se sustenta en la arrogancia y el engaño. Es necedad el creer que se pueda engañar a Dios.

       En definitiva, por cuanto el hombre es espíritu, alma y cuerpo, y la carne tiene enemistad en contra del espíritu, “la Palabra de Dios que es viva y eficaz, y más tajante que una espada de dos filos, penetra hasta la división de alma y espíritu, de articulaciones y tuétanos, y discierne las intenciones y pensamientos del corazón” (Heb.4:12).

      La libertad, por otra parte, es el fundamento del libre albedrío otorgado por Dios a los hombres, y que lo hace a imagen y semejanza del Él. El amor, la cualidad esencial de Dios, porque Él es amor, requiere de la libertad para su expresión y autenticidad. Por eso el Señor busca que lo conozcamos y coparticipemos del plan divino que Él concibió para nosotros. Porque: ¿cómo podríamos amar a quién no conocemos íntimamente? Temerlo, sí; respetarlo, tal vez; soslayarlo, aún; amilanarnos, probablemente; y aún ignorarlo. Pero el amor que Dios desea de nosotros requiere de nuestro libre albedrío. Por eso Jesucristo nos ofrece: “Si vosotros permanecéis en mi Palabra, sois verdaderamente discípulos míos: conoceréis la verdad, y la Verdad os hará libres” (Jn.8:31-32).

      Y el amor a Dios es el Gran Mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente….El segundo es semejante a él. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas” (Mt.22:37-40). Al margen de ser nuestro Creador, Emanuel, el Mecías, el Hijo del Hombre, tiene todo el derecho de reclamar nuestro amor e infinita gratitud por sobrellevar nuestros pecados, afrontar la infamia de ser golpeado, escupido, azotado, ridiculizado y finalmente crucificado por nosotros. La plenitud de esa ofensa no la podemos comprender ahora, porque no nos es posible identificarnos con su naturaleza divina, con su inconmensurable amor, así también como con la magnitud de su poder. Un pensamiento del Él hubiese bastado para pulverizar a sus malhechores. Pero lo aceptó todo por nuestra salvación, sin defenderse, sin condenarlos, como ofrenda de justicia. Y oró por ellos.

      Este sacrificio vicario se magnifica más aún si consideramos que entonces éramos todos pecadores, no había un justo, ni siquiera uno! No merecíamos sino el castigo por nuestra vanidad, maldad e ignorancia. Gracias sean dadas a Jesucristo, que con su sacrificio habilitó la salvación para aquellos que creyeron, y que creen en Él.

      capítulo 2

      Jesucristo en la Trinidad

      “Apenas bautizado Jesús, salió enseguida del agua, y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y venir sobre Él, mientras de los cielos salió una voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en quién me complazco” (Mt.3:16-17)

      Quienes con el Espíritu Santo constituyen la Trinidad Divina, y a quienes reconocemos como “Dios”. Si bien la tradición judía considera a Dios como “uno” (“`el”), en las Escrituras israelitas del Viejo Testamento el uso predominante (2.600 veces) para Dios es “ ‘Elohim”, que es el plural de “‘el”, lo cual es consistente con la pluralidad de la Trinidad. En la creación, “Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, semejante a nosotros” (Gn.1:26).

      El Nuevo Testamento, y las múltiples referencias del propio Jesucristo, de sus apóstoles, profetas y escribas dirigidas al Padre y al Espíritu Santo, no dejan duda alguna sobre la revelación de Dios como la “Trinidad”. Por cuanto que los humanos somos seres individuales (además de egocéntricos, narcisistas, egoístas y materialistas), dotados de un cuerpo corrupto y singular, nos es difícil comprender la consustanciación, comunión y concordancia de tres seres espirituales y divinos en una Deidad, que piensa y actúa en unidad de propósito y perfecta armonía:

       Cristo da siempre deferencia al Padre:

       “sed, pues, perfectos, como perfecto es vuestro Padre Celestial (Mt.5:48);

       Nos enseñó a orar al Padre (Lc.11:2);

       Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su temor reverente, y aunque era Hijo, “aprendió, padeciendo, a obedecer” (He.5:8);

       Y ante Poncio Pilato, Cristo le increpó: “ninguna autoridad tendrías sobre Mi si no te la hubieron dado de lo alto (Jn.19:11).

       No obstante, Jesucristo, en sus días de hombre, tuvo autoridad para dar su vida, y para volverla a tomar. “Porque del mismo modo en que el Padre posee vida por sí mismo, así también concedió al Hijo el poseerla por sí mismo” (Jn.5:25).

       De igual manera, estando Jesucristo con sus discípulos, Felipe le pidió: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Jesús le contesta: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me Has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ´Muéstranos al Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os digo, no las digo por Mi cuenta, el Padre que mora en Mí es quién realiza sus obras” (Jn.14:8-10).

       En Fil.2:5-8 (referida en el Prólogo de este libro), la Palabra nos exhorta a ser semejante a Cristo en su humildad “el cuál siendo de condición divina, no se encastilló en ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres”.

      Un serio problema de los no creyentes, o de aquellas religiones politeístas y panteístas, es la humanización de Dios, o la necesidad de “ver para creer”. Por el contrario, el Cristianismo se fundamente en la fe, que la Palabra nos indica que “es anticipo de las realidades que se esperan y prueba de las que no se ven” (Heb.11:1). No obstante, Jesucristo apelaría a los milagros y prodigios de manera tal que, si la gente no creía en sus palabras, por lo menos creyesen en Él por sus obras (Jn.5:36). El propio apóstol Juan dio testimonio de ello, al decir que Jesús hizo muchas cosas que, si se quisieran narrar una por una, ni en todo el mundo cabrían los libros que serían necesarios escribir.

      Pero la gran mayoría de la humanidad no cree verdaderamente en Dios porque acorde a su percepción egocentrista de la vida, y basados en eventos o circunstancias que desde su perspectiva no le son positivos o productivos, para ellos eso probaría la inexistencia de un “Dios Bueno”. Porque de no ser así, piensan ellos, no les causaría dolor y sufrimientos, no los mantendría en la pobreza, no les ocasionaría tristeza y depresión; y por otra parte,