Hacia el final de su vida, tiene Juan un extraño encargo: la dirección del Seminario de Nobles de Madrid, desde 1770, año en que regresa de la embajada en Marruecos, hasta su muerte. Era una tarea al parecer de poca importancia para tal personaje, pero muy reveladora de los mecanismos por los que la ciencia se introducía. El Seminario de Nobles deriva del interés de los jesuitas –con los que se educó y también relacionó, por ejemplo con Burriel– por formar a las elites. A principios del siglo XVII habían solicitado universidad en Madrid, con la oposición de las mayores castellanas. Argumentan que en las principales capitales europeas había centros de enseñanza superior, su propia tradición docente y la dificultad de los hijos de la nobleza para abandonar la Corte y el aprendizaje junto a la familia y el trono. Se les concede el Colegio Imperial y, más tarde, por mediación de Felipe V, los Seminarios de Nobles. Tras la expulsión, estas instituciones tuvieron distintos fines, como seminarios conciliares e institutos como el de San Isidro.
Vemos pues a un marino que se acerca a las otras dos formas de enseñanza, las aulas y la Iglesia. No es extraño, los jesuitas habían tenido un papel importante tanto en la Universidad, como en algunas escuelas para militares. Consagrados los jesuitas a la formación de nobles, tenían manga ancha y en el Imperial formaron a ilustres literatos de extracción social inferior. Por tanto, ahora hubo a su vez varios militares al frente del Seminario de Nobles. Se quiere sustituir a la Compañía, pero también mejorar la enseñanza de los aristócratas, con destino en la administración o los ejércitos, pues siempre ocupaban sus más altos puestos. Jorge Juan querrá introducir la ciencia, mejorar la enseñanza del dibujo, de artístico a técnico, e insistirá en los libros y las instalaciones, de ahí el observatorio astronómico. Pero no se consigue atraer a la nobleza, en buena parte por el aumento del gasto, supongo que también por el esfuerzo en el estudio. Se prefería la sangre heredada o vertida a los méritos en el estudio. Nos dice el marino que los estudiantes han pasado de 100 a 15 y los gastos de sesenta mil a doscientos mil reales. El destino es sobre todo el Ejército, pero también la Iglesia. En fin, para su último año había preparado Jorge Juan su discurso Estado de la astronomía en Europa, pero muere antes de pronunciarlo. Suponía la defensa de Copérnico ante una institución de los jesuitas, quienes lo negaron en público. Se añadirá a la segunda edición de las Observaciones astronómicas.
De este modo, volvemos al principio de la carrera de Jorge Juan, esa expedición que supuso la entrada de las matemáticas y la física modernas en España. Sarmiento se hará eco de la importancia de este evento, que consagró la mayoría de edad de nuestro saber. El militar de Novelda se ocupará de la construcción de barcos y de su mejora, siendo un gran experto en navegación. Esto lo llevará a realizar muy notables estudios en mecánica aplicada a la navegación, que supondrán tanto un importante impulso a las instituciones científicas españolas como una aportación notable a la ciencia europea. Entre sus libros, destaca el Examen marítimo. Otros valencianos –y otros españoles– seguirán las sendas abiertas, con los mismos intereses. Así, vemos a algunos ocupados o bien en la mejora de los manuales y libros de estudio, en las medidas de los arcos terrestres y en la cartografía y la topografía, o bien en la introducción del sistema métrico decimal. Debemos recordar a José Chaix y a Gabriel Císcar, este último sobrino de Mayans, autor de una importante propuesta para construir las nuevas medidas a partir de la tradición hispana, lo que suponía una preocupación por la lengua y la cultura propias que siempre fue habitual en estas generaciones de inteligentes militares.
JARDINES Y FLORES
La historia natural es una disciplina básica en el mundo moderno, que cuenta además con una muy importante tradición desde el clásico. Se puede decir que se actualizan las tradiciones heredadas, en especial a partir del Renacimiento. Hay tres líneas principales que se pueden encabezar con tres nombres de la Antigüedad. Una sería la médica, con Dioscórides como apóstol, en la que se acentúan los intereses en la curación del enfermar. Otra, la científica, con Plinio como representante, en la que es esencial la admiración de las obras de la naturaleza. Aúna la curiositas pagana con la contemplatio cristiana, siempre con tirantez entre ambas (Gadamer, 1993). Y, por último, estaría la agrícola, con Teofrasto al frente. En España serían sus representantes Andrés Laguna, Gonzalo Fernández de Oviedo y Gabriel Alonso de Herrera. Personajes de alto vuelo como Francisco Hernández o Cavanilles reúnen varias tendencias.
Hay varios motivos de este auge de la historia natural, en especial la botánica. En primer lugar, la influencia de los científicos europeos, en especial de los franceses y de Linneo. También se relaciona con un gusto estético, en cambio, el prerromanticismo de la Ilustración. Si bien se puede considerar herencia de los paisajes de Velázquez o de los bodegones de Zurbarán, ahora cambian esos códigos de expresión, aprisionando la historia natural –ahora convertida en saber– entre códigos científicos y artísticos, neoclásicos y románticos. Se sale a herborizar al campo, que puede ser la cercanía de las ciudades valencianas, pero también las lejanas tierras de América o de Australia. Se vive un nuevo interés por el paisaje, por la naturaleza bruta, la que nos sobrecoge al llegar a América, como sucedió con Mutis cuando acompañó como médico al virrey. Se puede considerar defensa de la naturaleza pero también defensa del Antiguo Régimen. Es la sensibilidad de Rousseau, es el anuncio del Romanticismo.
Pero también es una muestra del poder real: se representa al joven Carlos III con una rama en la mano a través del pincel de Jean Ranc, y Meléndez hará deliciosas naturalezas muertas para un infante. De la real mano se ponen en marcha el Jardín Botánico y el Gabinete de Historia Natural de Madrid. El primero procede de boticarios y médicos reales, el segundo de un coleccionista americano. Pero está por detrás el interés de poner bajo la real mirada las riquezas del Imperio, que dan valor al rey y son valorizadas por éste. Las expediciones científicas sirven a este deseo y sus magníficas colecciones de semillas, plantas, dibujos, minerales, animales, antigüedades..., son atesoradas por estas instituciones. Los especímenes peninsulares y foráneos son necesarios para la economía que se apoya desde el poder, la agricultura, el comercio, la manufactura, en especial textil, la minería, la medicina y la farmacia. Si se descubre la platina, un oro blanco, también se encuentra el oro verde.
La historia natural como ciencia reúne las tres tradiciones a las que me he referido: se buscan las plantas por su belleza y demostración del orden natural y divino, por su interés por su acción médica, como es el caso de la quina, y por su valor como alimento y riqueza, como sucederá con el cultivo creciente del maíz. Se desea conocer de forma científica las plantas, en general se intenta su descubrimiento, clasificación y descripción. Se quiere mostrar que el botánico afortunado ha sido el primer descubridor, al intentar encontrar nuevas especies y géneros; también hay preocupación por la fisiología de la planta, floración y fructificación, por el sistema sexual, siguiendo a Linneo, pero también por la relación con el medio, que es el camino hacia la geobotánica. Esta línea es la que siguieron los que se interesaron por la geografía humana en el pasado, los que escribieron la historia natural de Indias, o las topografías médicas, que toman a Hipócrates como modelo y se reinventan mediante Cisneros en México, o Casal en Asturias.
Cavanilles pertenece a la tradición de los clérigos ilustrados, si bien su formación es peculiar, ya que estudia Filosofía y Teología en la Universidad de Valencia y con los jesuitas, por lo que entra en el círculo de Vicente Blasco y Pérez Bayer..., y tiene relación con Juan Bautista Muñoz (González Bueno, 2002). Pasa por el seminario de San Fulgencio, un centro de renovación de la Ilustración eclesiástica, y redacta unos «Apuntes lógicos». Pronto, su camino se separará por entero de las aulas o los confesionarios, para convertirse en un elegante clérigo de tipo francés, interesado por la ciencia, la belleza y la sociedad. Entra como preceptor en más elevados aposentos, con la familia del duque del Infantado; también tiene relaciones con Santa Cruz o Aranda. Es cercano pues a la nobleza alta y a la nobleza renovadora, lo que le valdrá mucho en el futuro. De momento, estas relaciones lo llevan a París, la capital cultural europea.