—¡Cómo te gusta que te humillen!
—Pará, pará. Si metés esta…
—¿Qué vas a apostar ahora?
—Si metés esta… —dijo como evaluándome—, hago lo que quieras.
—¿Lo que quiera?
—Sí, cualquier cosa.
Metí la bola.
—¡Sí! —festejé—. Te cambiás esos pantalones.
—¿Vas a desaprovechar esta oportunidad solo para que me cambie los jeans? ¿No querés reconsiderarlo?
—No.
—Ok, si yo meto tres seguidas, mañana vas a clase con mi jean y te lo dejás puesto todo el día.
—Jaja. Nunca vas a meter tres seguidas.
—Arriesgate.
—Ok.
En un tiro metió dos bolas.
—Te van a quedar muy lindos —dijo mientras le ponía tiza al taco.
—No te hagas el profesional.
Estaba renerviosa, había una lisa justo al lado de la tronera. Era un tiro refácil. Cualquiera podía meterla.
—¿Nerviosa?
—Ni ahí. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Que tenga que usar tus asquerosos jeans? —dije mientras me desabotonaba el botón de la camisa.
—¿Esa es tu estrategia? —me miró a los ojos, evitando mi escote.
—Sí —lo desafié.
—Los vas a amar —tiró y entró la bola.
Cuando salió de su habitación, estaba divino. Se había puesto un pantalón Príncipe de Gales, que tenía mucha onda, una camisa blanca. Y una sonrisa de sobrador insoportable.
—Acá están —me dijo—. Te odio.
Los agarré con asco.
—¿Por qué no me das los que tenés puestos? —le pregunté.
—Sabía que te iban a gustar, me disfracé de tu príncipe azul. Pero mañana te toca a vos disfrazarte de mí.
—Ja.
—Lo único que te pido es que me los devuelvas limpios.
Mientras me iba, le hice fuck you.
Esa no era yo
Di vueltas y vueltas en la cama, hasta que me levanté y me probé los jeans. Aunque no eran mi onda, no me quedaban tan mal. Si bien el corte era de hombre, zafaban. Un tanto rebelde, descuidada, provocadora. Una remera blanca, básica; los Dr. Martens.
Me miré al espejo, esa no era yo, pero me gustaba.
Soñé que nos besábamos. Por fin estaba callado.
A la mañana, me despertó Odile.
—¿Qué haces durmiendo vestida?
—Perdí una prenda.
Me miró sin entender.
—Apostamos. Si él metía tres bolas seguidas, yo tenía que usar sus jeans.
—¿Y dónde te cambiaste? —me preguntó mordaz.
—Acá, no pasó nada.
—¿Y?
—No sé.
—No sabes, dormiste con su jean toda la noche y no sabes.
—Me quedé dormida. Es tan raro, no para de hablar. Está todo el tiempo provocándome, seduciéndome. Y nada, ni un beso.
—Capaz tiene miedo de que lo botes.
Vos, yo y el silencio
Tenía un mensaje de Mora: estas reborrada. q pasa?
En el desayuno, Cata estaba justo al lado de Facu. ¡Qué casualidad! Sabía lo que estaba haciendo. No le alcanzaba con Thiago, ahora también me quería robar a Facu.
—¡Qué cambio de look! —le dijo babosa—. Se nota que Sofi tiene influencia.
—No solo ella —le respondió él señalándome.
—Ah —dijo Cata—. ¿Qué hacés vestida así?
—¿Qué te importa?
—Dale, no podés seguir enojada.
—No estoy enojada, pero ya no soy más tu amiga.
—¿Qué tenés?, ¿cuatro años? —y lo miró a Facu buscando complicidad.
Él la ignoró y ella se fue.
—¡Estás hermosa! —me sacó una foto con el teléfono.
—¿Qué hacés?
—Un recuerdo.
—Sos un tarado.
—Estás hermosa, y te juro que no miento.
Me sentía expuesta.
—Jamás creí que mis jeans podían quedarte tan bien —agregó.
—¿No parás nunca de hablar?
Sonrió y se notó que le dio vergüenza. Por primera vez lo vi vulnerable, tierno, y me encantó. Hubiera acariciado las ondas de su pelo desprolijo.
—Hoy, después de la cena, hagamos una salida sin palabras —dijo—. Vos, yo y el silencio.
—Ok, pero si hablás, te toca una prenda, y esta vez me voy a vengar.
Le respondí a Mora: A full leyendo, me pasé a Literature. London me dio vuelta la cabeza, pero no como yo pensaba.
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