Laberinto en Londres. Verónica Médico. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Verónica Médico
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878721156
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—y me llevó a la pista.

      No bailaba tan mal, pero seguía con esos jeans desastrosos. Pensé que con un cambio de look podría ser el modelo con el que había soñado. ¿No me estaría conformando con poco?

      Me tomó de la mano y me hizo dar una vuelta por debajo de su brazo. Al girar vi a Cata que me miraba y se reía. Yo estaba haciendo el ridículo.

      Me solté y me fui. Esta vez no me siguió.

      Algo estaba fallando

      Entré en mi habitación, abrí la valija y saqué al osito. Lo abracé, pero no sentí ningún alivio. Algo estaba fallando: ni el perfume ni el peluche podían consolarme.

      Desde que había salido de Buenos Aires, había disfrutado un solo momento y había sido con Facu. Pero no me podía gustar él; no era mi tipo, no era como yo. Guardé el oso en la valija.

      Le escribí a Mora: No sé lo que te contó Cata, pero es una tarada. Por suerte, borré el mensaje antes de mandarlo.

      Entró Odile y me preguntó:

      —¿Por qué lo dejaste en la pista?

      —Me sentía una tonta dando vueltas. Todos me miraban.

      —De la envidia, a las tías les mola Facu.

      —¿Les mola?

      —No te hagas la “boluda” —dijo haciendo las comillas con sus dedos, que entendiste bien.

      —No sé qué le ven —disimulé.

      —¡No te creo!

      —Cata se reía.

      —Está celosa.

      —No puede tener celos de Facu, se levantó en el avión al chico más lindo que vi en mi vida.

      —Capaz se reía de otra cosa.

      Apostemos

      Al día siguiente me metí en el aula de Odile y abrí el cuaderno de Facu. Estaba lleno de dibujos. Me hubiera quedado mirándolos, pero tenía miedo de que alguien apareciera. Mientras ella estaba en la puerta monitoreando que no viniera nadie, escribí apurada:

      Sé que soy una desubicada y no sé cómo pedirte perdón. ¿Querés jugar a los dardos conmigo?

      Si seguís con bronca, avisame y llevo el bearskin.

      Estaba renerviosa porque no sabía si me dejaría plantada. Odile me iba a acompañar por las dudas. Era la primera vez que me sentía tan insegura frente a un chico. Me puse mi mini de jean Armani y una camisa blanca.

      —Hola, viniste sin el sombrero —dijo tocándome el pelo.

      —Os dejo que tengo que chatear —dijo Odile—, ¿así decís vosotros?

      Asentimos con una sonrisa.

      —¿Qué pasa? ¿Por qué os reís?

      —Nos da risa que nos trates de “vosotros”.

      —¡Que sois complicados! —y se fue.

      —Gracias por venir —le dije a Facu.

      Me miró a los ojos y, sin sonido, me dijo:

      —Estás loca.

      No era un insulto, todo lo contrario, parecía un “me gustás” disfrazado, incluso un “me gustás mucho”.

      Sonreí.

      —¿Jugamos a los dardos? —le pregunté.

      —No pienso dejar que me destroces de nuevo. ¿Pool?

      —Bueno —le respondí desafiante.

      —Uhh, me vas a hacer bolsa, lo presiento.

      —Mejor no apuestes.

      —Decime en qué sos mala.

      —Jamás.

      —Creo que ya lo sé —dijo provocándome.

      —Morite.

      —Rayadas —dije luego de haber embocado una.

      —Lisas.

      —Obvio, es lo que te queda.

      Yo estaba a punto de tirar y vi que se me abría el escote. Lo miré y estaba mirando mi pecho. Lo odié.

      —Confesá, ¿para quién es el oso? —dijo.

      Erré.

      —¿Qué te importa! —me di vuelta y me abroché un botón más.

      Cuando él estaba a punto de hacer su tiro, le dije:

      —Vi tus dibujos —y me pareció que le daba vergüenza.

      Ahora el juego era tratar de distraer al otro.

      —¿Por qué me dejaste bailando solo?

      No le respondí.

      —No hace falta que te acuestes sobre la mesa —le dije—. Igual vas a fallar.

      —Estoy esperando que vos te tengas que acostar con esa minifalda.

      —¡Baboso!

      —Podías haberte puesto un short.

      —No sabía que íbamos a jugar al pool.

      —¿Por qué te hacés la linda? —me dijo cuando pasaba de frente junto a mí.

      El espacio era angosto y sentí la proximidad de su cuerpo que me atraía.

      —Soy linda. ¿Querés que te regale el oso?

      —Seguro —metió una—. ¿Decías?

      —Una bola la mete cualquiera, ahora dos seguidas…

      —Apostemos.

      —Dale —respondí.

      —Un beso.

      —Tu única posibilidad de darme un beso…

      —Entendiste mal. Si yo meto la bola, le das a un beso a alguien, sin explicarle nada.

      —Pero si no embocás —dije—, le tenés que dar un beso a un hombre.

      —Nooo. A cualquier chica, elegís vos.

      —No.

      —Arrugaste.

      —No arrugué —dije—. Pero no me vas a usar de excusa para besar a una chica.

      —La elegís vos. Podés elegirte.

      —Ni loca.

      —O podés besar a tu peluche…

      Le pegué con el taco.

      —¡Violencia, no! —gritó riéndose. Agarró el taco y me llevó hacia él.

      El de Seguridad nos dijo que nos controláramos. Cata estaba mirando y me quise matar.

      —Vos te lo perdés —me dijo Facu y metió la segunda bola.

      —¿Qué me pierdo? ¿Tu beso?

      —Te deschavaste: me ibas a elegir a mí.

      —¡Ni loca!

      Esta vez fui yo la que tenía que pasar por donde estaba él. Pasé de frente sin levantar la vista, sentí su perfume.

      —¿Hugo Boss? —pregunté deteniéndome a su lado.

      —Reconocé que estás muerta por mí —me dijo susurrando.

      —¿Quéeee? Vos estás muerto —me tocaba el turno—. Correte —le dije para que no me viera mientras me reclinaba sobre la mesa.

      —Esta postura sí