¿Cómo, entonces, fue que Machu Picchu pasó de ser un lugar tan oscuro que pocos –si alguno– recordaban su nombre original a ser una representación tan poderosa del Perú? Es más, ¿cómo fue que el Estado central decidió adoptar un símbolo que representaba al Perú como una nación indígena andina? La respuesta yace en la comprensión de la importancia histórica que el turismo tuvo para el ascenso de Machu Picchu. Los estudios recientes de este lugar se han concentrado fundamentalmente en los factores arqueológicos y culturales que le ayudaron a alcanzar renombre global (Burger & Salazar, 2004; Cox Hall, 2017; Shullenberger, 2008; Tamayo Herrera, 2011). Dichos trabajos en general asumen que el turismo surgió gracias a la creciente fama de Machu Picchu. Sin embargo, este libro sostiene que el desarrollo del turismo no se debió al ascenso y prominencia de Machu Picchu, sino que esta actividad tuvo un papel central en su reinvención moderna desde el principio mismo.
Para comprender por qué razón el turismo tuvo un papel tan importante en el ascenso de Machu Picchu, debemos resaltar a los actores transnacionales que guiaron su desarrollo. Estos actores –a los cuales Micol Seigel describió idóneamente como «unidades que rebasan, y se filtran a través de las fronteras nacionales, unidades que son al mismo tiempo más grandes y más pequeñas que el Estado nación» (2005, p. 63)– tuvieron un papel clave en el desarrollo de Machu Picchu, en tanto centro turístico y en tanto símbolo. Como veremos, en el Cusco el turismo dependía de los vínculos políticos, económicos y culturales que la población local estableció con actores que trascendían las fronteras del Estado peruano. En ocasiones, estos vínculos los forjaron instituciones transnacionales poderosas como Unesco o la banca de inversión. En otros momentos, las amistades personales, los movimientos culturales e incluso los mochileros hippies tuvieron papeles importantes en la promoción del turismo en Machu Picchu. Lo que se mantuvo constante a lo largo de su historia moderna fue la presencia de instituciones y lazos transnacionales que a menudo actuaron independientemente del Estado nacional.
En efecto, este libro le sigue la huella a cómo fue que la naturaleza transnacional del turismo tuvo un papel central en alentar al Estado nacional a adoptar a Machu Picchu y a la cultura indígena que este representa. Una razón clave de por qué fueron pocos los que predijeron que Machu Picchu habría de convertirse en un destino turístico se deriva del hecho de que, al comenzar el siglo XX, la élite nacional peruana encontraba escaso potencial político, económico y cultural en las regiones andinas del país. Para estos observadores, el Perú debía dejar atrás su pasado andino e indígena a cambio de la modernización, la urbanización y la industrialización en sus ciudades a orillas del Pacífico, en Lima en particular (Burga & Flores Galindo, 1980; Drinot, 2011; Kristal, 1987). No obstante, a medida que la industria del turismo iba promoviendo a Machu Picchu como lugar de interés internacional, el Estado central se halló más dispuesto a adoptar como símbolos nacionales a incas y signos andinos. El turismo fue –de varias formas– la fuerza más importante que transformó a Machu Picchu en lo que Mary Louise Pratt ha teorizado como una «zona de contacto transnacional»; esto es, en esencia, un lugar en donde las nociones globales y locales de la «peruanidad» se intersectaron, imbuyéndolo de significados y elevándolo a símbolo nacional (2008, p. 6). Esta zona de contacto transnacional no solo afectó la naturaleza del turismo en el Cusco, sino que contribuyó, además, a la difusión de Machu Picchu como símbolo empleado con numerosos fines, dentro y fuera del Perú, como representación de su cultura andina.
El papel que el turismo tuvo en el ascenso de Machu Picchu como símbolo nacional peruano plantea importantes interrogantes nuevas, referidas a la naturaleza entrelazada del nacionalismo y el transnacionalismo. Cuando los investigadores, encabezados por Eric Hobsbawm, Benedict Anderson y Pierre Nora, comenzaron a examinar críticamente los orígenes del nacionalismo y los símbolos nacionales, buscaron fundamentalmente fuerzas domésticas, tanto políticas como de mercado. Ellos sostuvieron que la «comunidad imaginada» del nacionalismo surgió a partir de la construcción de las estructuras domésticas modernas de la política, la instauración del Estado y la economía (Anderson, 2006; Hobsbawm, 1992). Siguiendo tal lógica, las sociedades que carecían de estas instituciones frecuentemente tuvieron problemas para crear un nacionalismo vigoroso. De este modo, las naciones postcoloniales como el Perú, cuya política y desarrollo económico se hallaban dominados por potencias extranjeras o imperiales, tuvieron que enfrentar obstáculos considerables a la hora de crear una identidad nacional (Centeno & Ferraro, 2014; Chatterjee, 1993). En efecto, los historiadores frecuentemente usan el caso peruano para ilustrar de qué modo la falta de instituciones políticas y culturales inclusivas ha frustrado el desarrollo de un fuerte sentir nacionalista en América Latina (Cotler, 1985; Mallon, 1995; Thurner, 1997). Sin embargo, otros han sostenido que, en este continente, las fuerzas y zonas de contacto transnacionales podrían resultar influyentes en la construcción del nacionalismo (Lomnitz, 2001; Tenorio Trillo, 1996). La historia de Machu Picchu respalda esta interpretación, pues resalta la estrecha relación existente entre el turismo y la construcción de símbolos nacionales en el Perú. En efecto, su notable ascenso sugiere que las fuerzas trasnacionales pueden evitar o evadir los obstáculos locales a la creación de una identidad nacional.
En el caso del Perú y de Machu Picchu, debemos asimismo considerar el papel de la región como parte de este proceso. Al igual que el nacionalismo, la identidad regional no es solo una creación geográfica sino también cultural y política, forjada a través de la performance y la invención (Bourdieu, 1991). Como veremos, la identidad regional del Cusco frecuentemente se formó en contraste con Lima, la capital del Perú. A medida que el poder económico y político quedaba centralizado en esta última ciudad, las élites regionales del Cusco afirmaban su identidad andina como el «auténtico» Perú. Dichos esfuerzos se vieron asistidos por el turismo y por el ascenso de Machu Picchu. Irónicamente, la falta de interés que las élites nacionales tenían por la economía del turismo dio la oportunidad a las élites regionales cusqueñas –en trabajo conjunto con contactos culturales y financieros transnacionales– de usar el turismo para afirmar su identidad regional como representación del Perú. No obstante, la dependencia del turismo generaba riesgos para el Cusco. Si bien es cierto que el turismo internacional ha popularizado el legado cusqueño, también ha obligado a la población local a crear y alterar sus narrativas, para así hacer que estas resulten atractivas para los mercados y los viajeros globales. Las fuerzas transnacionales globales del turismo –culturales y del capital– convierten cada vez más a Machu Picchu en una mercancía para que represente, no tanto al Cusco, sino una imagen del Cusco que se cree atractiva para turistas y visitantes. Al hacer esto, el simbolismo de Machu Picchu se ha transformado en lo que John L. Comaroff y Jean Comaroff (2009) llaman «Etnicidad, Inc.», esto es que la identidad queda marcada no solo por la historia, sino también por su capacidad para ser convertida en mercancía y consumida en la era de la globalización. El turismo ha vuelto a Machu Picchu un lugar famoso, pero, tal como veremos en este libro, es un lugar que cada vez más queda libre y a la deriva de las realidades sociales y culturales de la región y la nación a las que representa.
Resulta tentador identificar el ascenso y la conversión en mercancía de Machu Picchu como producto de los patrones de globalización y neoliberalismo vigentes desde las décadas de 1980 y 1990. Sin embargo, y tal como aquí se muestra, esta historia se extiende a lo largo de un siglo, y el proceso rara vez se vio motivado exclusivamente por la búsqueda de utilidades. Sostengo, en efecto, que la influencia cultural del turismo ha tenido la misma importancia en la reconfiguración de Machu Picchu, o tal vez más. Como veremos, su ascenso como símbolo nacional problemático no hace que sea menos poderoso o menos importante de entender. Resaltar el papel que el turismo ha tenido en su invención moderna nos ayuda a comprender su ascenso hasta alcanzar un renombre global. Aun más importante es que la historia de la transformación de Machu Picchu resalta el papel, antes ignorado, que el turismo en particular, y las fuerzas transnacionales en general, tuvieron en alterar las nociones de la identidad nacional peruana. El