El único alivio para los combatientes jubilados consiste en que sus guías y traductores les aseguran que todos los verdugos de Côn Son y Phu Quoc eran sudvietnamitas, a quienes los centuriones yanquis encomendaban las tareas más sucias y degradantes. El personal estadounidense se reducía a grupos de asesores militares que, a través del programa de Seguridad Pública, formaban a sus subalternos locales en los métodos de interrogatorio y no llegaban a participar en las torturas, aunque estuvieran presentes para sugerir formas más eficaces. Una actividad legal, dado que los convictos en Phu Quoc no estaban calificados como prisioneros de guerra sino como criminales y, por tanto, no los protegía la Convención de Ginebra. A diferencia de las guerras posteriores en Afganistán e Iraq, donde el Pentágono convertiría a sus tropas en criminales de oficio, los soldados de medio siglo atrás sólo torturaban en casos de urgencia o capricho, aunque siguiendo las instrucciones detalladas en folletos editados y masivamente distribuidos por el Departamento de Estado.
[1] Fue el contralmirante más joven de la Armada, con 44 años. También el vicealmirante, con 47. E igualmente, el almirante y jefe de Operaciones Navales, con 49. Tras estar al frente de la US Navy en Vietnam de 1968 a 1970, recibió una Medalla de Servicios Distinguidos por su actuación. El presidente Clinton le otorgaría en 1998 la Medalla de la Libertad, como «uno de los más grandes modelos de integridad, liderazgo y humanidad».
[2] En 1984, una querella colectiva contra siete empresas fabricantes del agente naranja produjo una indemnización global de 2.320 millones de pesetas para veteranos de Vietnam. De ellos, 38.000 recibieron pequeñas sumas, pero otros 28.000 se encontraron con una negativa, al no quedar probado que sus enfermedades se debieran al herbicida.
[3] Más de cinco mil científicos norteamericanos, incluidos diecisiete premios Nobel y 129 miembros de la Academia de Ciencias, firmaron un documento contra «las armas químicas y biológicas utilizadas en Vietnam».
[4] Sigla de Bomb Live Unit.
[5] Dos semanas después de la rendición de Saigón, la aviación norteamericana utilizó por última vez una BLU-82 en el Sudeste asiático, cuando se produjo el denominado «incidente del Mayagüez», un barco de carga norteamericano que fue asaltado por los Jemeres Rojos. El choque –debido a un trágico malentendido– causó las últimas bajas oficiales norteamericanas en la guerra de Vietnam, al caer en poder de las fuerzas de Pol Pot tres marines que quedaron abandonados en la isla de Coh Tang.
[6] Artículo 19 de la Ley de 15 de febrero 1966.
[7] Firmados el 23 de enero de 1973 tras largas negociaciones.
[8] Los acuerdos de París plantearon la distinción entre prisioneros civiles y militares, así como inspecciones para garantizar su seguridad en los establecimientos carcelarios, pero nunca llegaron a ser aplicados. Sobre las condiciones de encarcelamiento en Poulo Condor y Phu Quoc, véanse las páginas 92-94. En cuanto a Chi Hoa, el periodista y parlamentario sudvietnamita Ho Ngoc Nhuan denunció que en su interior permanecían confinados por delitos políticos más de 500 chicos entre doce y quince años de edad.
[9] Frente de Liberación Nacional, al que los norteamericanos denominaron Vietcong.
[10] Adams siempre se arrepintió de haber tomado aquella fotografía. Primero se deprimió y después desarrolló un complejo de culpa que le llevó a defender al general.
[11] Se publicaron distintas cifras. Éstas son las que figuran en el monumento erigido en My Lai como homenaje a las víctimas de la matanza.
[12] Equivalente al grado de alférez en el escalafón español.
[13] Ernest Medina, apodado Mad Dog (Perro Loco), denominaba a sus hombres «los traficantes de la muerte». De origen humilde, quiso hacer carrera en el Ejército labrándose fama de oficial duro y despiadado.
[14] Según el testimonio del soldado de primera clase Dennis Buning, recogido en el largo artículo de Shaun Raviv, «The ghosts of My Lai», Smithsonian Magazine (febrero-marzo de 2018).
[15] Literalmente «teniente Cabeza de mierda», puede traducirse como «teniente Gilipollas».
[16] Simpson, afroamericano, abandonó los estudios para enrolarse en el Ejército. Tenía 19 años cuando participó en la matanza de My Lai. Sufrió estrés postraumático y fue medicado durante años por trastornos nerviosos y psíquicos. El remordimiento le atormentó toda su vida. Achacó la muerte de sus hijos (uno, por un disparo accidental; otra, por meningitis) al castigo divino por sus crímenes de guerra. Se suicidó con 48 años, el 4 de mayo de 1997, tras varios intentos frustrados, pegándose un tiro en la cabeza.
[17] Declaración que después repitió varias veces ante la prensa. Figura en el documental Four hours in My Lai (Yorkshire TV, 1989) y en un libro con el mismo título (Michael Milton y Kevin Smith, Penguin Books, 1993).
[18] En el libro de Mark Lane Hablan los desertores de Vietnam (Barcelona, Dopesa, 1970) el soldado Jerry Whitmore afirmó que «si uno mataba a cierto número de enemigos tenía derecho a tres meses de permiso, con la condición de presentar las orejas de los cadáveres».
[19] John Sacks, Lieutenant Calley: his own story, Nueva York, Viking Press, 1971.
[20] Titulado «Los fantasmas de Vietnam», presentado por Miguel Romero y Vicente Romero, con fotografía de Antonio Urrea. Emitido por TVE-1 el 11 de diciembre de 2012.
[21] Abierto desde 1958 y declarado Lugar Histórico en 1988.
[22] Derivado del malayo Pu Lao Kundur. La isla, situada a unos 230 kilómetros de Saigón, en el mar del sur de China, ya había sido lugar de destierro durante el reino anamita. El Gobierno francés mantuvo allí encarcelados a destacadas figuras del Viet Minh, como Le Duc Tho, Pham Van Dong o la esposa del general Giap.
[23] Los demócratas Augustus Hawkins y William Anderson, que viajaron acompañados por el entonces asistente de su grupo en el Congreso, Tom Harkin, y por el director de la Oficina de Seguridad Pública de la agencia estatal USAID, Frank Walton. La primicia de su informe apareció en la revista Life el 17 de julio de 1970.
[24] Un equipo de la Cruz Roja inspeccionó la prisión de Phu Quoc en 1969 y 1972. Aunque ante las visitas programadas siempre se trata de ocultar lo peor, los informes del CICR destacaron que muchos prisioneros acusaban graves daños físicos,