Toda sociedad o grupo humano tiene mecanismos para organizarse y lo hace a partir del consenso, en unos casos, o de la imposición, en otros. Esos mecanismos pasan por el control de los horarios, las funciones, los roles, las jornadas e, incluso, los temas de conversación, las creencias. En principio, el control como mecanismo de organización ha sufrido variaciones, dados los intereses de cada comunidad que pretende organizarse. En cada estadio de las formaciones sociales, en cada institución y en cada organización humana surge el control con el propósito de revisar, evaluar, confrontar, etc., las acciones o roles asignados a los grupos humanos. Es cierto que dicha táctica es necesaria para lograr que un trabajo funcione bajo ciertos criterios de calidad de producción y de organización, pero no siempre el control tiene esos fines “administrativos”.
Según Gilles Deleuze (1990), mientras en la era de las sociedades disciplinarias, las fábricas concentraban y ordenaban el tiempo al interior de ellas, en la transformación hacia las sociedades de control el encierro se da “al aire libre”. En las sociedades disciplinarias, las fábricas buscaban un control del cuerpo total; ahora, en las sociedades de control, este se enfoca en la empresa; y las prácticas de control, entre otras cosas, individualizan, dividen e imponen competitividad.3 En las sociedades disciplinarias, el dinamismo lo imponían los lugares de encierro, “siempre había que volver a empezar” (1990, p. 4); así que terminada la escuela, se iniciaba la fábrica como otro encierro. En las de control, el encierro es estable. La sociedad de control controla con cifras, con datos, con porcentajes, como lo expone Deleuze (1990, p. 4).4
Cada vez más los trabajadores deben a las empresas sus salarios, gracias a las facilidades que les otorgan para cubrir todas sus necesidades. De esta forma, imponen otros modelos de vida y educación, porque prestan el dinero a los empleados para que puedan acceder a vivienda y educación, imponiendo las reglas y los montos a descontar. Así los encierran las empresas, a través de las deudas que adquieren con ellas. Así dominan al trabajador, quien está en deuda permanente con ellas, y con este argumento lo controlan para que sea más afecto al lugar que, además de darle trabajo, lo beneficia con miles de soluciones, mientras queda “empeñado”. La transformación de una sociedad a otra no es calificada como mejor o peor por Deleuze, pero sí llama la atención a los trabajadores y sus representantes para que comprendan los cambios y los nuevos roles que dicha transformación les exige.
La relación entre control y sociedad que presenta Deleuze la complemento con la definición consignada en el Diccionario de política de Bobbio, Matteucci y Pasquino (1997) y la de Teun van Dijk. En el diccionario se evidencia que el control depende básicamente del tipo de gobierno de una u otra época:
Se entiende por control social el conjunto de medios de intervención, sean positivos o negativos, puestos en marcha por toda sociedad o grupo social a fin de conformar a los propios medios a las normas que la caracterizan, impidiendo y desaconsejando los comportamientos desviacionistas y reconstruyendo las condiciones de conformidad incluso respecto de un cambio del sistema normativo (Bobbio et al., 1997, p. 368).
Los autores establecen dos formas principales de control social: controles externos y controles internos. Los primeros son mecanismos que se ponen en marcha en caso de que los sujetos no se conformen a las normas dominantes (sanciones, castigos, acciones reactivas). Esto se hace, por ejemplo, mediante la interdicción, el aislamiento, la reprobación social, el rechazo, la sátira. Los segundos son medios con los cuales los sujetos interiorizan normas, valores, metas sociales fundamentales para el orden social; son los controles interiores, insertos en la conciencia del sujeto (Bobbio et al., 1997, p. 368).
Respecto a la relación del control con la sociedad, Van Dijk aporta un análisis del discurso del poder, especialmente en Discurso y poder (2009), donde convierte las nociones de abuso de poder y desigualdad social en los fundamentos lógicos de la investigación crítica. Es decir, analiza críticamente lo que, de acuerdo con normas y valores sociales, “es injusto, ilegítimo, está desencaminado o es malo” (p. 29). Examina las diversas maneras como se abusa del discurso, bajo el estudio de la manipulación discursiva, las falacias, la información distorsionada, las mentiras, la difamación, la propaganda y otras formas de discurso encaminadas a manejar ilegítimamente la opinión y controlar las acciones de la gente con intención de sustentar la reproducción del poder.
En el libro en mención, Van Dijk define esencialmente el poder social atendiendo al control, esto es, al control que ejerce un grupo sobre otros grupos y sus miembros. Por otra parte, define el control desde el concepto de poder:
El control mental se da, generalmente, a través del discurso: es decir, el control mental es discursivo. […] el poder de los medios de comunicación es generalmente simbólico y persuasivo, en el sentido de tener la posibilidad de controlar, en mayor o en menor medida, la mente de los lectores; sin embargo, el control no se ejerce directamente sobre sus acciones: el control de las acciones, meta última del poder, se hace de manera indirecta cuando se planea el control de intenciones, de proyectos, de conocimientos a alcanzar, de creencias u opiniones (Van Dijk, 2000b, p. 165).
Tradicionalmente, el control se define como el dominio sobre las acciones de otros. Pero si ese control se ejerce, además, en beneficio de aquellos que dominan y en detrimento de los sujetos controlados, se habla, según Van Dijk, de “abuso de poder” (2000a, pp. 30-31). Evidentemente, este autor analiza el control del contexto desde el acceso (quién tiene acceso a la (re)producción de noticias y quién controla ese acceso); el control del discurso (qué se puede o no decir y quién puede o no hablar) y el control de la mente (factores que participan en la modificación del modo de pensar de una persona). Sin embargo, pese a tomar en cuenta estos tres elementos del control, no define su estructura lingüística, como sí lo hace con la estructura lingüística del poder, pues su interés es dar cuenta de esta compleja noción de poder, de modo que permita captar sus implicaciones y aplicaciones más importantes.
Para Van Dijk, la manifestación del poder más pura es el control (2009, p. 29). Además, este es un acto social que se expresa discursivamente bajo varios estilos. Es decir, el control no solo se expone como evaluación o verificación de la labor realizada por un “otro”; también se puede presentar en un discurso regulador sobre un trabajo a realizar, como en el caso del discurso de las organizaciones.
Por su parte, Basil Bernstein analiza el control en relación con el trabajo y con una de sus divisiones más trascendentales, como es la educación. Para este autor, el control simbólico
[…] constituye el medio a través del cual la conciencia adopta una forma especializada y distribuida mediante formas de comunicación que transmiten una determinada distribución de poder y categorías culturales dominantes. El control simbólico traduce las relaciones de poder a discurso y el discurso a relaciones de poder. Y añadiré que puede transformar, también, esas mismas relaciones de poder (1977, p. 139).
En otras palabras, se trata de un control cognitivo, porque el sujeto es capaz de interpretar dónde están en juego las relaciones de poder y cómo participar en ellas, o por lo menos cómo ser un elemento (pasivo o activo) de ellas. El campo del control simbólico cuenta con agentes que dominan el discurso y, por supuesto, con discursos: “Modos de relacionar, pensar y sentir, [que] especializan y distribuyen formas de consciencia, relaciones sociales y disposiciones” (Bernstein, 1977, p. 139).
Bernstein contrasta el campo del control simbólico con el campo del control económico. Mientras los agentes dominantes del control en el campo económico regulan los medios, los contextos y las posibilidades de los recursos físicos, los agentes del campo del control simbólico regulan los medios, los contextos y las posibilidades de los recursos discursivos. Con los primeros aparecen los códigos de producción, y con los segundos, los códigos discursivos.
Si bien Bernstein se especializa en los discursos de la educación, atiende también al discurso de los trabajadores, el cual agrupa con otros discursos, llamados por él dispositivos, es decir, “un sistema de reglas formales que rigen las distintas combinaciones que hacemos para hablar o escribir” (1977, p. 182). Estos dispositivos tienen reglas relativamente