De esta manera, es decir, como ejemplo de una verdadera democracia cualitativamente superior a la “democracia burguesa”, se presentará a la Unión Soviética en los escritos de los comunistas chilenos durante toda su existencia y la tristemente célebre “Constitución de Stalin” del año 1936 sería aplaudida por ser “la más democrática del mundo” y la obra, como escribió Pravda en su momento, de “un genio del mundo, el hombre más sabio de la época, el líder más grande del comunismo”. Como veremos, esta es la misma forma en que hasta nuestros días se califica a la dictadura comunista cubana, sintetizando lo que el PCCh siempre ha entendido y sigue entendiendo cuando habla de “democracia superior”, “democracia popular”, “democracia avanzada” o “democracia real”.
De vital importancia para Corvalán y sus camaradas ha sido limpiar la figura de Lenin de toda mancha. El principal culpable del desastre sería Stalin, pero la culpa también la comparten quienes posteriormente lo reemplazarían en la dirección comunista soviética, incluido por supuesto quien, de facto, sería el gran enterrador de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov. El relato de Corvalán nos dice que a partir de la muerte de Lenin en enero de 1924:
“la democracia soviética no siguió desarrollándose. Y si bien hubo períodos en que se advirtieron progresos en este campo, se puede afirmar que en el mediano plazo sufrió una involución, un retroceso funesto, y la dictadura pasajera se fue transformando en permanente, con la particularidad de que dejó de ser la dictadura del proletariado propiamente tal, de la mayoría sobre la minoría, para convertirse en la dictadura de la minoría, de la burocracia del poder.” (Ibid.)
Así fue, efectivamente, pero ya desde los tiempos de Lenin. El PCCh fue uno de los cómplices más constantes y entusiastas de esta dictadura de una burocracia en el poder que cometería incontables fechorías tanto contra su propio pueblo como contra otros pueblos que cayeron bajo su ámbito de poder. Por ello mismo, resulta patético que el mismo Corvalán intente justificar esta larga complicidad con la dictadura soviética describiéndola como la expresión correcta de lo que él llama una “posición clasista”:
“Desde aquellos ya lejanos días de octubre de 1917, por espacio de casi tres cuartos de siglo, el Partido Comunista de Chile apoyó resueltamente a la Unión Soviética en las grandes encrucijadas de la historia. La defendió de todos los ataques de que fuera blanco. Marchó siempre, codo a codo, con su Partido Comunista. Hoy se puede discutir y reconocer que en una u otra situación ello fue o pudo ser equivocado. Pero como línea general esa conducta fue correcta. Fue la expresión de una posición clasista.” (Ibid.: 132-133)
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