—¿Qué coño…?, ¡un hacha!, eso es… ¡sangre! y eso gris... ¡coño, eso es… es el coco de alguien!, por favor, cerebro, prometo salir más a la calle, pero sácame de aquí ya.
Cerró los ojos con fuerza, «vamos, despierta, despierta, ¡joder, no funciona!», quería llorar, pero el miedo, ahora dueño de cada célula que formaba su cuerpo se lo impedía, empezó a caminar más rápido por la enorme sala, quería atravesarla de una vez, pero tenía que esquivar demasiados obstáculos, se le estaba haciendo eterno, llegó a la sala de recepción de visitantes, estaba igual que el hall, había sido expoliada y destrozada, necesitaba vomitar, así que corrió a los mismos baños donde la primera vez que fue a pedir trabajo tuvo que casi volar para hacer exactamente lo mismo.
No había puerta, había sido destrozada, literalmente estaba partida en dos, no reparó en aquello después de lo que ya había visto, con la mano apretándose los labios entró desbocada, sin esperar que allí se encontraría lo peor, cuerpos putrefactos que por el nivel de descomposición deberían llevar meses, vomitó sobre ellos, sin poder avanzar más por el pasillo del baño, no se atrevió a meterse en alguna de las cabinas individuales de los inodoros por si acaso había más sorpresas, estaba tan asustada que gritó hasta quedarse sin voz, no había nadie que la escuchara y socorriera, sus testigos, cadáveres descompuestos de los que alguna vez fueron sus compañeros de trabajo.
Habían sido masacrados de una forma tan extrema que no podía creerse que su mente reprodujera un asesinato en masa de manera tan perfecta.
—Juro que no vuelvo a leer libros de asesinatos, ni de zombis, ni de nada que contenga sangre, esto es demasiado…
Salió fuera, volviendo sobre sus pasos, analizó la escena, cada rincón tenía restos de muerte, ahora veía con claridad que los restos de esa enorme hoguera en el hall eran humanos, cientos de huesos humanos, a muchos se les observaba a simple vista cómo habían sido golpeados de manera violenta, partidos o dañados gravemente, sintió cómo sus piernas la avisaban de que dejarían de un momento a otro de sostenerla, el nudo en el estómago le apretaba con fuerza, notó el impacto contra el frío suelo, lo último que sus ojos vieron fueron aquellos restos de la macabra hoguera.
Dolorida, refunfuñaba, se quejaba, casi no tenía ni fuerzas para ello, le quemaba la cadera, supuso que debió golpeársela en la caída, no entendía nada, los sueños no duelen, estaba muy asustada.
Aquel horrible olor, ocupaba permanentemente el interior de su nariz, el sabor del vómito negándose a desalojar su boca, por un segundo pensó que aquello había terminado, todo se tiñó de oscuro, logró tranquilizarse, estaba en su cueva...
—¡Shamsha, Shamsha despierta!
¡PLAS PLAS!
Recibía golpes en sus mejillas, le picaban, algo húmedo impactaba con suavidad sobre su cara, intentaba abrir los ojos, le era difícil, había mucha luz, gruñía, su vista sufría.
—Ahhh, gracias, qué pesadilla más realista he tenido —balbucea de manera casi ininteligible.
Mentalmente daba gracias una y otra vez a que todo fuera eso, un horrible sueño, ya había pasado, sintió calor, olía extraño, pero no estaba del todo mal, le resultaba familiar, se sentía bien, gimoteaba y balbuceaba; aún se encontraba demasiado mareada para despertar del todo.
De repente, su mente soltó un fogonazo gritándole a quien pertenecía aquella voz y olor tan familiares, abrió los ojos con rapidez. Se asustó al sentir que alguien la sostenía, no veía bien por la intensa luz, estaba acurrucada, la adrenalina se le disparó, sentía cómo su corazón bombeaba con intensidad, entonces lo vio, «no sé cómo lo hace este hombre para salvarme siempre de la adversidad, parece de aquellos jodidos cuentos antiguos en los que el príncipe siempre rescata a la tía, bueno, al menos el sueño va mejorando, Sham, nunca has sido princesa y tu cuento de normal es un culebrón», pensó.
Lo miró con una sonrisa de boba dibujada en su boca, recordaba cuando conoció a Charles en su pueblo natal, Vinliz, un pueblito pequeño, aislado del mundo, que ella no cambiaría por nada, dentro de lo que fue la tierra donde el Quijote y su fiel escudero vivieron tantas batallas…
«¡Qué tiempos aquellos!, qué hermoso era el mundo, qué vida, joder, qué bueno está este hombre…», piensa mientras lo mira a los ojos.
Corría el año 2055, eran libres, sus mentes infantiles creaban historias de lugares lejanos, personas que había que rescatar en angostos parajes, amigos imaginarios que les ayudaban, exploraban todos rincones de casas abandonadas y el inmenso campo, las enormes murallas del antiquísimo castillo que coronaba el pueblo servían como escenario de sus juegos, los grandes molinos de viento atestiguaban su espíritu aventurero…
En esa época, la vida separados era inconcebible, jugaban y jugaban hasta que venían a buscarlos, ella nunca se cansaba de estar con él, su creatividad para crear escenarios imaginarios era ilimitada, cuando estaban juntos, su mundo era perfecto.
Conforme crecían intentaban abrirse a otras personas y poner distancia entre ambos, pero siempre volvían, se necesitaban intensamente el uno al otro.
Charles había estado enamorado de ella desde siempre, nunca le importó, era una sensación increíble, una conexión mágica, estar junto a aquella persona era lo único que quería en su vida y ella solo quería estar con él, jugaban a todas horas sin importarles nada ni nadie, todo era perfecto.
Hasta que las hormonas aparecieron…
A los doce años, Shamsha sentía cómo su cuerpo cambiaba, demandaba cosas que no entendía, paulatinamente perdió el interés por explorar y jugar en lugares inventados, empezó a ver a su amigo del alma como a un niño, aunque tuvieran la misma edad, poco a poco se alejaba más y más.
Comenzó a salir con otra gente, chicas y chicos más mayores y de otras zonas, reparaba en él de vez en cuando para contarle los sentimientos que le despertaban los chicos de su nueva pandilla, quién se liaba con quién, lo guapo o feo que era, si le había dicho, etc. Inconsciente de que cada vez que le hablaba de los demás una espada atravesaba el corazón de aquel que siempre anhelaba estar a su lado.
Él no la entendía muy bien, no sentía nada más hacia nadie y no quería estar con nadie más que con ella, se sumía en una profunda tristeza cuando no daba señales de vida, sabía que debía dejarla ir aunque eso le doliera, el tiempo pasó, por fin él también creció, ya no sufría sino que creó un muro de hielo que enterró cualquier sentimiento que fuera más allá de la amistad con ella, siguió su camino, tal como Shamsha un día le indicó que debía hacer.
Shamsha empezó a saber lo que es el amor muy temprano, los juegos inocentes ya no le interesaban, de las pocas veces que volvían a verse, una fue la que marcó a su corazón, algo le punzó, ya no veía a Charles como ese hermano con el que siempre jugaba, que en clase le hacía reír y con el que siempre intentaba quedarse a solas para jugar en sus mundos, pocas veces habían tenido compañía.
Ahora ella volvía a buscar el estar juntos sin ninguna posibilidad de interrupción, pero no para explorar lugares precisamente...
Estuvo esperando su beso de verdad, años y años, salía con chicos, pero él siempre aparecía en su mente en los momentos más inapropiados. Salían, ella se «emborrachaba» (normalmente fingía o exageraba un poquito), lo buscaba con la excusa de que la sujetara entre sus brazos y luchaba contra todos los amigos de Charles para que la acompañara a casa.
Una vez en las Fiestas de las Comarcas Reunidas, exagerando un poquito más que siempre su estado de embriaguez, lo llamó, le necesitaba, solo se fiaba de él para acompañarla, la estrategia era perfecta, su cuerpo ardía de deseo, no dejaba de pensar en el hombre en que se había convertido, en los marcados rasgos de su cara ya adulta.