Medio siglo atrás, Marx había ubicado el carácter social de la conciencia humana (Marx y Engels, 1876, edición 1976); y ahora, el psicoanálisis –en especial en la versión de Fromm– encontraba el carácter social de nuestro inconsciente. Marx había considerado que nuestras ideas tenían un origen social, cultural e histórico; Freud encontrará que también nuestras represiones y temores tienen un origen social; pero será propiamente Fromm, particularmente en su obra Espíritu y sociedad, quien identifique el carácter histórico y cultural de los complejos e instintos (Fromm, 1996: 32) y quien reconoce como propias de un período histórico algunas características atribuidas por Freud a la naturaleza humana. Algo similar propondrá Erikson en su teoría del desarrollo humano al crear propiamente una teoría sociobiológica (Erikson, 1950, edición 1993 y 1963, edición 1993).
El padre del psicoanálisis había demostrado que deformábamos la realidad por nuestros tabús, temores, mecanismos de defensa, proyecciones y deseos reprimidos. Lo que vemos e interpretamos también proviene de las represiones de las que hemos sido presos. En sus propios términos (Freud, 1930, edición, 1979 5):
En condiciones normales nada nos parece tan seguro y establecido como la sensación de nuestra mismidad, de nuestro propio yo. Este yo se nos presenta como algo independiente unitario, bien demarcado frente a todo lo demás. Sólo la investigación psicoanalítica –que por otra parte, aún tiene mucho que decirnos sobre la relación entre el yo y el ello– nos ha enseñado que esa apariencia es engañosa.
Al ubicar y estudiar este conjunto de características, bien podría considerarse a Freud como el gestor del concepto que siete décadas después divulgaría con incalculable éxito Goleman (1997): la inteligencia emocional. Lo que intentó hacer Freud fue bastante similar a lo propuesto décadas después por Goleman: mejorar la conciencia de nuestros actos inconscientes; y al hacerlo, que esto nos ayude a manejar de mejor manera la neurosis generada por la represión. En este sentido, volver consciente el inconsciente tendría el papel liberador que se busca a través del psicoanálisis. Fromm irá más lejos, ya que para él, el psicoanálisis facilitaría nuestra humanización en tanto permitiría superar la enajenación de la que nos hace presos el inconsciente (Fromm y Suzuki, 1960, edición, 1994: 116).
La tesis central que desarrollará Fromm es que la sociedad es represiva y creativa frente al ser humano, en tanto que para Freud la sociedad es esencialmente represiva.
Toda sociedad –afirma– excluye ciertos pensamientos y sentimientos de ser pensados, sentidos y expresados. Hay cosas que no sólo “no se hacen” sino que ni siquiera “se piensan”. En una tribu de guerreros, por ejemplo, cuyos miembros viven de matar y robar a los miembros de otras tribus, podría haber un individuo que sintiera repulsión a matar y robar. Sin embargo, es muy improbable que tuviera conciencia de este sentimiento, porque sería incompatible con el sentimiento de toda la tribu… (Fromm y Suzuki, 1960 edición, 1994: 112).
El anterior apretado marco conceptual, nos permite entender por qué en la caracterización evolutiva freudiana lo esencial es la tensión de la pulsión sexual y la manera como se maneje. Para Freud los estadios evolutivos son modos de organización psicológica relacionados con la pulsión sexual. Los estadios son, de esta manera, modos de organización psíquica que se caracterizan por su enraizamiento biológico, ligado a una zona erógena y un determinado modo de relación con la realidad (citado por Clapier-Valladon, 1987: 76). Por su parte, Fromm (1996) criticará el excesivo peso dado por el psicoanálisis al individuo, y mostrará la conveniencia de involucrar las condiciones sociales en su estudio.
Dada la caracterización anterior, los principales estadios para el padre del psicoanálisis serían:
La etapa oral, la cual se establece desde el nacimiento hasta alrededor de los 18 meses. El foco del placer es, por supuesto, la boca. El mundo existe para ser chupado y mordido; y eso es lo que hace el infante en todo momento al llevar a su boca todos los objetos para chuparlos o morderlos. El destete realizado por la madre conducirá al niño a suplantar el pezón por el dedo o el chupo en algunas culturas.
En términos de Piaget, en este período el niño le aplica el esquema de succión al mundo y gracias a él lo “conoce”:
En una palabra, asimila una parte de su universo a la succión, hasta el punto de que su comportamiento inicial podría expresarse diciendo que, para él, el mundo es esencialmente una realidad susceptible de ser chupada (Piaget, 1964, edición 1974: 19).
Según Freud, la pulsión del placer se centra en esta primera etapa en la boca, y de allí que el niño intente llevar los objetos a la boca para ser succionados. Lo que prima –dirá Freud– es la pulsión del placer.
La segunda etapa es la anal y se extiende desde los 18 meses hasta los tres o cuatro años de edad. El foco del placer se traslada al ano. El goce surge de retener y expulsar las heces. Y la actividad central realizada por el niño durante el período es la de controlar esfínteres. A nivel más general, se evidencia el ansia de la posesión. El niño quiere poseer los objetos y las personas; de allí que sea simultáneamente el período de las “pataletas” o mecanismo usado por el niño para obligar a padre y madre a saciar sus personales deseos. Como puede verse, sigue rigiendo la pulsión del placer, y ésta se expresa eróticamente a través del ano, y socialmente, en la búsqueda de la satisfacción a toda costa de su propio deseo.
La etapa fálica va desde los tres o cuatro años hasta los seis o siete. El foco del placer se centra en los genitales. De allí que se inician con frecuencia tactos en los propios genitales. Es también el período caracterizado por el complejo de Edipo en los hombres, o amor sexualizado por la madre que genera celos por el propio padre. Según Freud, este período es acompañado en los niños del temor a la castración que les genera el reconocimiento de las niñas, y el temor de que les pase lo mismo que supuestamente les ha pasado a ellas (la “pérdida del pene”6). A nivel general, es un período de ansiedad muy alto, porque los niños se atemorizan frente a su propio desarrollo. Hipotéticamente el pensamiento mágico, tiene como función esencial tranquilizar al menor de sus propios temores (Saussure en Piaget et al, 1963: 27).
La etapa de latencia dura desde los seis hasta los doce años aproximadamente. Freud supuso que durante este período la pulsión sexual se suprimía al servicio del aprendizaje. Según dicho planteamiento, la mayoría de los niños de estas edades están bastante ocupados con sus tareas escolares, y por tanto “sexualmente calmados”7. Es el período conocido coloquialmente como el “Club de Tobi”8, en el cual niños y niñas se distancian y dejan de reconocerse mutuamente.
La etapa genital9 empieza en la pubertad y representa el resurgimiento de la pulsión sexual, dirigida más específicamente hacia las relaciones sexuales con el otro género. La libido se exacerba y se convierte en el centro del desarrollo social del joven. Se piensa, se siente, se valora y se vive todo desde una perspectiva esencialmente sexual.
Dos ideas de la teoría psicoanalítica deben resaltarse en una actual caracterización de los ciclos en educación:
En primer lugar, el papel concedido a la represión en la formación de la personalidad. De esta manera, un modelo educativo familiar o escolar excesivamente autoritario promoverá la formación de individuos neuróticos, centrados en exceso en la norma y con gran temor frente a la expresión de sus propios deseos10. Al reconocer el papel de la represión, Freud resalta la necesidad de promover la conciencia frente a nuestros propios actos inconscientes. A nivel individual, conocer el origen de los traumas, las frustraciones o las proyecciones, nos ayudaría a conocernos a nosotros mismos, con toda la complejidad que ello involucra ya que somos fácilmente presos de nuestros engaños y nuestros propios mecanismos de defensa (podríamos incluso llegar a pensar que la persona más fácil de engañar es uno mismo). El