Ciencia y fe: ¿Un equilibrio posible?. Mario Salvador Arroyo Martínez Fabre. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Mario Salvador Arroyo Martínez Fabre
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786079706555
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cómo es el cielo, sino cómo llegar allá.

      Galileo tendrá un antecedente inmediato, Nicolás Copérnico (1473-1543), de quien se hablará más tarde. Por ahora es suficiente con afirmar que Copérnico fue el primero que difundió modernamente la hipótesis de que no es el sol el que gira alrededor de la Tierra, sino al contrario, basado en pacientes y largas observaciones del espacio sideral. A partir del siglo xvi, tímidamente algunos intelectuales seguirán las hipótesis de Copérnico, que al final fue condenada por la Inquisición como veremos más adelante. A la hipótesis heliocéntrica, es decir, la propuesta de que es la Tierra quien gira alrededor del sol y no al revés, se le llamará en ese contexto «copernicanismo», el cual va a ser defendido por Galileo.

      Galileo nació el 15 de febrero de 1564 en Pisa, Italia. Desde muy joven destacó por sus habilidades matemáticas y por su manejo original del anteojo, utilizado por primera vez como telescopio, el cual modificó para poder observar con mayor precisión el firmamento. En 1610 publica Sidereus Nuncius («El Mensajero Celestial»), como resultado de sus observaciones. Los descubrimientos que realizó sobre las fases de Venus, los satélites de Júpiter, las irregularidades en la superficie lunar, la existencia de estrellas no visibles a simple vista, y más tarde las manchas solares, le dieron rápidamente fama internacional; fama que fue respaldada por importantes pensadores cristianos, como Christopher Clavius (1538-1612) del Colegio Romano de los Jesuitas, institución considerada el corazón intelectual del mundo católico de aquellos años. En 1611 fue recibido como un héroe en Roma, particularmente en el Colegio Romano, que organizó un acto en su honor. Clavius y los jesuitas gestionaban un observatorio astronómico que confirmó los resultados de las observaciones efectuadas por Galileo. No hay que olvidar también, que pocos años antes había nacido en Roma la Academia dei Lincei, antecedente de la Pontificia Academia de las Ciencias, y Galileo fue nombrado primer presidente de la misma (1603); es decir, en 1610-1611 se encontraba en el cenit de su fama.

      Sin embargo, pocos años después, Galileo cayó en sospechas por parte de la Inquisición Romana. La causa es clara y compleja, pues al mismo tiempo se dio toda una madeja de factores que implicaba la cosmovisión del hombre de aquella época, a los que sus descubrimientos parecían cuestionar fuertemente. El hombre de fe es también hombre de su tiempo, y no siempre es sencillo discernir qué forma parte de la fe y qué, en cambio, es un elemento transitorio. Un problema de carácter temporal ligado a una cultura y una época determinadas. El caso Galileo es el típico ejemplo de confusión entre ambos elementos.

      En efecto, Galileo, por diversos motivos, cuestionaba fuertemente la cosmovisión de su época y es por ello uno de los primeros hombres modernos. Primeramente tenía que enfrentar un modelo astronómico con más de mil años de vigencia: el modelo ptolemaico, bastante complicado, parecía explicar todos los movimientos estelares, solares y planetarios del firmamento con bastante exactitud. Tenía que ir también contra la filosofía de la naturaleza en boga en aquella época, el aristotelismo, para el cual el mundo supralunar, es decir, el mundo del firmamento estaba hecho de una sustancia especial (la quintaesencia o éter) que tenía un carácter eterno de movimiento circular y perfecto. Las manchas que detectó en el sol, así como los valles, cráteres y montañas que descubrió en la luna desmentían tal teoría, con toda la autoridad que Aristóteles tenía por entonces. Sus explicaciones estaban en contra de la experiencia natural y universal de los hombres, que ven moverse el sol desde el amanecer hasta el ocaso, y nunca han sentido que son ellos los que se mueven. Va en fin, contra la interpretación literal de algunos pasajes bíblicos.

      Como se ve, la presunta «evidencia» en su contra para un hombre de su tiempo era abrumadora. En ella se mezclaban desde aspectos de fe hasta la experiencia cotidiana, iba en contra de autoridades filosóficas como Aristóteles o cosmológicas como Ptolomeo (100-170 d.C.), las cuales gozaban de más de mil años de reconocimiento. No era tarea fácil cambiar toda esa visión de un plumazo; y en ese esfuerzo por dar a luz a un nuevo paradigma, Galileo tuvo que pagar las consecuencias de su saber.

      A ello se unieron las coyunturas políticas y religiosas de la época. El primer intento de proceso, o proceso apenas incoado, tuvo lugar en 1616. En él, únicamente se le pedía prudencia y no afirmar como definitiva la hipótesis heliocéntrica, entre otros motivos porque no estaba suficientemente fundada. No hubo condena ni nada semejante, sino que de modo privado y reservado se le amonestó. Galileo se comprometió a no difundir el «copernicanismo» de palabra ni por escrito, pues había sido condenada tal doctrina y se habían incluido en el índice de libros prohibidos algunas obras que la defendían.

      ¿A qué vino tal invitación?, ¿qué objetaron en contra del copernicanismo los teólogos de la Inquisición? Para entenderlo se requiere contar con los antecedentes inmediatos. Pocos años antes (17-02-1600), la Inquisición había juzgado y quemado como hereje a Giordano Bruno (1548-1600) que, entre otras muchas doctrinas, sostenía la del heliocentrismo. No fue condenado por dicha teoría, sino por otras de carácter más teológico, como negar la redención universal realizada por Jesucristo, en concreto considerarlo un mago y no Dios, y en general otros planteamientos de tipo panteísta. Sin embargo, el heliocentrismo era «parte del paquete» por decirlo de algún modo, y quien en ese momento tenía en sus manos el dossier de Galileo, había participado en el juicio de Bruno.

      Además, existía una insuficiencia de carácter científico: en 1616 Galileo no podría demostrar de manera contundente la teoría heliocéntrica. No pasaba de ser una hipótesis, aunque sus observaciones astronómicas fueran en ese sentido. Para el cardenal Belarmino (1542-1621), principal encargado de estudiar a Galileo y el copernicanismo, si se comprobaba la verdad de su propuesta, tendrían que hacerse hondas modificaciones en el modo de interpretar las Sagradas Escrituras de uso común. En efecto, hasta ese momento todo mundo aceptaba la interpretación literal del texto inspirado. De no ser el sol, sino la Tierra quien gira alrededor, no serían verdaderas las interpretaciones literales de algunos pasajes bíblicos como el salmo 19 o Josué 10, 12-13: «“Detente, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Ayalón”. Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo hubo tomado desquite de sus enemigos. Así está escrito en el Libro del Justo. El sol se detuvo en medio del cielo y no se apresuró a ponerse casi un día entero».

      Lo anterior fue visto claramente por san Roberto Belarmino, y con él coincidieron los dictámenes de 11 teólogos. Se adivina además que no lo invitaran a seguir investigando para aclarar las cosas, pues no querían enfrentarse con el problema de cómo deberían entonces interpretar la Sagrada Escritura. Aquí nos encontramos claramente con una intromisión de la teología dentro del saber científico, sin embargo, sirva en descargo de la teología, que en ese momento aún no estaba constituida propiamente la ciencia, se estaba gestando. De hecho, puede afirmarse de un modo general, que fue precisamente Galileo, quien años más tarde establecería de forma estructurada lo que se conoce como método científico. Él mismo gustaba considerarse como filósofo de la naturaleza, pues la filosofía era el saber de prestigio en aquel momento, y la ciencia —siempre en sentido moderno— no había terminado de separarse de ella.

      Con esa situación, Galileo aceptó no enseñar más la doctrina heliocéntrica, aunque en el fondo estaba convencido de su verdad y su no oposición real a la fe ni a la Sagrada Escritura, como se desprende de su carta a la Gran Duquesa de Lorena (1615). Sin embargo, la Inquisición condenó el copernicanismo —inspirado en el heliocentrismo— en 1616 y se incluyeron una serie de obras que defendían esta doctrina en el índice de libros prohibidos.

      Pasaron los años, pero continuó intacto el prestigio de Galileo y siguió investigando. Creyó encontrar el argumento contundente para demostrar la doctrina heliocéntrica en las mareas, pues su existencia evidenciaría que la Tierra se mueve. Como hoy sabemos, eso es falso, las mareas se producen más bien y entre otras causas, por la atracción de la Luna; pero Galileo en este punto fue un tanto necio. Esperó el momento oportuno y el modo adecuado para dar publicidad a su idea, pues se había comprometido bajo juramento a no defenderla más en su vida.

      A tal efecto decidió publicar su teoría en forma de diálogo, y de ahí surgió su gran Diálogo en torno a los dos grandes sistemas del mundo, el Tolemaico y el Copernicano, aparecido en Florencia en 1632 y distribuido por Galileo en toda Europa. En ese diálogo, aparentemente sin concluir nada y dejando