Para una crítica del neoliberalismo. Rodrigo Castro. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rodrigo Castro
Издательство: Bookwire
Серия: Fuera de serie
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788483812716
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las fórmulas del liberalismo del siglo xix. Es evidente, al menos para mí, que la libertad no habría sido destruida en la mitad del mundo civilizado, si el serio compromiso de la otra mitad, si el viejo liberalismo no hubiese tenido defectos importantes. Este viejo liberalismo, no se olvide, fue profesado por las clases dominantes de todas las grandes naciones de la civilización occidental. Ciertamente, durante su reinado, se hicieron grandes cosas. Pero no resulta menos cierto que esta filosofía se ha mostrado incapaz de sobrevivir a sí misma y de perpetuarse. No pudo servir de guía para la conducta de los hombres, ya sea mostrándoles el medio para alcanzar su ideal, ya sea enseñándoles a perseguir un ideal realizable. Y no veo ninguna otra manera de concluir que no sea constatando que el viejo liberalismo tenía que ser un conglomerado de verdades y de errores, y que perderíamos nuestro tiempo si nos imaginamos que defender la causa de la libertad es equivalente a esperar que la humanidad retorne ingenuamente y sin reservas al liberalismo de la preguerra (CWL: 420).

      Pero hay que llamar la atención sobre la postura de Rüstow en este escenario de rescate del liberalismo, y en este juego de legitimación-deslegitimación. Los comentarios de Rüstow al respecto aparecerán tarde en el coloquio, recién en la quinta sesión, a diferencia de las intervenciones que he comentado hace poco. Rüstow lanza un ataque directo al ideario de la revolución francesa, concretamente a las nociones de igualdad y fraternidad. Opone ante ello la necesidad de unidad y libertad. La sospecha de conservadurismo de una tal opinión es corroborada por el mismo Rüstow (CWL: 468), que defiende esta concepción y la propone como «objetivo social». No se trataría tanto de entregar solo mayor retorno económico, «sino también una situación vital lo más satisfactoria como sea posible» (CWL: 468). Ya vemos que el programa de cohesión social que Rüstow ha sostenido contra el principio subsidiario de Mises y que he comentado antes tiene unos tintes bien particulares. Esta necesidad de unidad o de inserción social, se explica por la condición natural de los seres humanos. Se expresa en la primera y más simple comunidad que es el matrimonio, y también en el grand mariage que es la sociedad y la comunidad nacional. La unidad es en esta concepción un requisito social equivalente al de la libertad: «Las dos condiciones sociológicas esenciales para la perfección, la salud y bienestar del gran como del pequeño vinculo [mariage] son la unidad y libertad» (CWL: 468). Además del aroma a catecismo de estos comentarios de Rüstow, y la alusión al matrimonio como alegoría social, no hay que perder de vista el desplazamiento a nivel de ideario. La fraternidad y la igualdad son precisamente precondiciones de la integración, de la unidad de la sociedad, la oposición de estos principios solo puede suponer que tal integración o unidad descansa sobre algo que no es la igualdad o la fraternidad, que la unidad se logra de manera diferente. Rüstow hace una doble explicación, siguiendo con la alegoría del matrimonio, la «unidad» puede ser buena, mala o aceptada.

      Así mismo en la más pequeña y más estrecha comunidad de dos seres humanos, en el matrimonio, hay dos extremos el matrimonio dichoso y el matrimonio desdichado: el matrimonio dichoso se caracteriza por la convivencia voluntaria, la armonía, el buen entendimiento, la comunión de concepciones, ideales y metas; el matrimonio desafortunado radica en la falta de esto y se mantiene por una coacción externa. Y, entre estos dos casos extremos, existe, como etapa intermedia, el frio matrimonio por conveniencia [mariage de raison], en el que nos mantenemos juntos más o menos voluntariamente, pero con indiferencia y mal humor. Es lo mismo para la sociedad y la comunidad nacional. Este «gran matrimonio» también puede ser feliz o infeliz; Puede ser mantenido por la simpatía, la conveniencia [raison] o la coacción. (CWL: 468)

      La unión, la integración, o en un lenguaje más actual, la cohesión social se lograría, siguiendo la alegoría del matrimonio, a través de la «convivencia voluntaria, la armonía, el buen entendimiento, la comunión de concepciones, ideales y metas». Uno podría pensar que todo esto se encamina a una imagen comunitarista y no es una explicación contraria a aquella de la igualdad, que todo ese buen entendimiento requiere precisamente igualdad. Pero aquí vemos que la alegoría delata al autor, porque Rüstow aclara pocas líneas más adelante algo en dirección contraria:

      Ya en el pequeño matrimonio, la unidad no tiene una estructura tan simple y tan evidente como puede parecer. Las leyes estructurales de la unidad en «el gran matrimonio» tienen aún más necesidad de ser especificadas. Aquí vale, en general, el principio de la jerarquía, de la construcción piramidal, y este requisito se vuelve tanto más importante en cuanto la comunidad es más grande, en cuanto la división del trabajo es mayor, es decir, en cuanto el nivel cultural es más elevado (CWL: 469).

      La cohesión entonces depende de una jerarquización social, construction pyramidale, igual que el matrimonio. Aunque esta concepción marital tiene cierto sabor, y hasta cierto humor, el tema aquí es el desplazamiento de una concepción igualitaria a la reafirmación de un principio de jerarquización. Es una reafirmación del orden mucho más que de la comunidad, o de lo segundo como fruto de lo primero. Foucault ha comentado algo relacionado, en el sentido de que el principio de igualdad sería modificado ya por los ordoliberales en un principio de desigualdad necesario para la competencia. Se trata de algo que atestigua la gran mayoría de los estudios que aquí se han mencionado. Pero en las concepciones de Rüstow se ven dos elementos adicionales y muy importantes. El primero es una sociología altamente conservadora, muy diferente al ideal de progreso al que aludía Lippmann, por ejemplo, en la alocución. Una forma de entender «lo social» y de teorizar la cohesión social. Lo segundo es que hay un tipo de liberalismo, que no se opone solo al manchesterianismo —estado de ánimo general del comienzo del coloquio— y que podríamos considerar como una posición progresista; sino que se opone directamente al liberalismo republicano y sus posibilidades. El argumento de Rüstow, de una retórica abiertamente pastoral, remata con la mayor solemnidad:

      En el desarrollo de los pueblos occidentales, la exigencia de unidad y construcción jerárquica que ella implica fueron realizadas hasta el siglo xviii en el Estado y en la sociedad como en la religión, la moral, etcétera. Pero esta realización tuvo un carácter completamente feudal, señorial; ella estaba en contradicción con el otro requisito fundamental, el de la libertad. Esta es la razón de las revoluciones de los siglos xviii y xix contra el régimen feudal. Esto es el origen del liberalismo, pero también del error nefasto que dio lugar a una falsa posición. En lugar, específicamente, de reemplazar el escalonamiento artificial y forzado del señorío feudal por el escalonamiento voluntario y natural de la jerarquía; se desechó lo bueno y lo malo, se negó el principio de escalonamiento en general y se puso en su lugar el ideal, falso e incorrecto, de la igualdad y el ideal, parcial e insuficiente, de la fraternidad; porque, en la pequeña como en la gran familia, más importante que la relación de hermano a hermano es la relación de padres a hijos, que asegura la secuencia de las generaciones que mantiene la corriente de la tradición cultural (CWL: 469).