Una de las principales animadoras de la historia social de la ciencia ha sido la doctora Diana Obregón Torres. Su más importante y representativo trabajo Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia (2002), junto con el de Jorge Tomás Uribe Ángel, Las reformas administrativas para el tratamiento de la lepra en la segunda mitad del siglo XVIII (1999), ha conseguido ampliar el estudio de la lepra en Colombia, desde la época colonial al presente. Recientemente, la antropóloga Claudia Platarrueda Vanegas y la historiadora Catherín Agudelo Arévalo lograron compilar una importante base documental, consignada en Ensayo de una bibliografía comentada sobre lepra y lazaretos en Colombia, 1535-1871: representaciones, prácticas y relaciones sociales (2004), que le sirvió a la primera para escribir su monografía de maestría en Antropología Social y luego convertirla en libro: La voz del proscrito. Experiencias de la lepra y devenir de los lazaretos en Colombia (2019), interesante intento por historiar el Lazareto de Contratación en el departamento de Santander, trabajo que tiene un alto grado de carga emocional, de memorias familiares y personales, se centra mucho en los prejuicios, los escrúpulos y la exclusión que tuvieron que enfrentar los enfermos confinados. Tiene un alto componente de la obra de Obregón Torres, por lo que en algunos momentos se acerca al tema que nos interesa, el de la relación de la masonería con la beneficencia. Es así como, por ejemplo, señala que
Obregón ha mostrado que, en Colombia y desde temprano en la Colonia, se consideró a la lepra como una enfermedad especial y, como ninguna otra, necesitó de un aparato normativo y administrativo complejo para manejarla. Aunque el influjo de la acción católica sobresalió en la administración de la lepra, así mismo lo hicieron los esfuerzos gubernamentales por regular un espacio social donde modelos como la caridad, la filantropía, la beneficencia... pudieron expresarse y ocupar los lugares complementarios.22
Sin embargo, en casi todos esos trabajos poco o nada se habla de la vinculación de la masonería con los médicos, o viceversa, en la formulación de políticas, etc., que ha sido nuestro propósito. Sin dejar de mencionar que, en una charla informal con Néstor Miranda, él me comentó que el doctor Quevedo tenía información y reflexiones al respecto, pero hasta el momento no los había hecho públicos.
El mismo año de la publicación de su tesis doctoral, Loaiza Cano fue colaborador del tomo I de la Historia de la vida privada en Colombia. Las fronteras difusas del siglo XVI a 1880, dirigida por Jaime Borja Gómez y Pablo Rodríguez Jiménez, con el artículo “El catolicismo confrontado: las sociabilidades masonas, protestantes y espiritistas en la segunda mitad del siglo XIX”, en el que amplió algunos aspectos del devenir del espiritismo durante el siglo XIX, como de las prácticas asociativas, destacando su influencia cultural y política en la esfera pública; toca entonces su incidencia en la caridad y su relación con la Iglesia católica y el Partido Conservador a partir de la erección de la Sociedad de San Vicente de Paúl en 1857.
Muy sugerente es el planteamiento de que el espiritismo fue una práctica asociativa que se separó de los círculos de la ortodoxia católica, y de alguna manera intentó ocupar espacios que hasta entonces habían sido dominio exclusivo de la Iglesia católica, especialmente la experimentación de acontecimientos sobrenaturales.
Loaiza Cano retomó un aspecto planteado por Jean-Pierre Bastian y otros autores en un volumen editado a principios de la actual centuria,23 el de la laicidad institucional o política, y la secularización social a contrapelo de la religión católica, lo que implicó la separación entre el Estado y la Iglesia, muy influida por las fuentes teóricas norteamericanas, pero esencialmente francesas, que condujo a un choque frontal entre el poder temporal y el de la Iglesia.
Tanto Bastian como Loaiza Cano coinciden en que, durante el siglo XIX, en las sociedades latinas de Europa y América, se experimentó, a pesar de la Iglesia católica, una modernidad religiosa, pero que, ante el intento de construcción de un Estado nuevo y moderno, laico y civil, se transformó, por el influjo de los nuevos tiempos, en una Iglesia católica romanizada y reformada, dispuesta a luchar contra aquellos que consideraba errores del mundo moderno, lo que se plasmó en 1864 con la publicación del Syllabus de Pío IX, el que se condenaron 80 errores, entre los que fueron incluidos la masonería, el liberalismo, el progreso, la civilización moderna y la separación entre el Estado y la Iglesia.
En efecto, de haber sido una religión totalizadora en la etapa colonial, luego de los cambios revolucionarios de principios del siglo XIX, pasó a ser cuestionada por su relación con el antiguo pacto colonial, en especial por los nuevos sectores dirigentes; el catolicismo intentó una nueva presencia en el continente americano a partir de la romanización y de un nuevo catolicismo que hizo del rechazo a las innovaciones políticas, ideológicas, sociales y religiosas de los liberales el eje vertebral de su accionar.24 Para imponer su propia racionalidad, el catolicismo romano construyó una estrategia de aglutinar fuerzas y de posicionarse social y políticamente, por lo que en los Estados Unidos de Colombia su gran aliado fue el Partido Conservador.
Como se sabe, a partir de la primera administración de Tomás Cipriano de Mosquera, y sobre todo en el gobierno de José Hilario López, con las reformas de medio siglo y con la expedición de la Constitución de 1853, el 15 de junio, durante los primeros meses de gobierno de José María Obando se inició y se puso en marcha el proceso de laicidad, pues los liberales en el poder, agrupados en el sector Gólgota, germen directo del radicalismo, y muchos de sus miembros afiliados a la logia Estrella del Tequendama, estimaron que un mayor vínculo con el mercado mundial requería un Estado liberal y democrático en el que existiera una libertad total: comercial, de expresión, religiosa, en el que la religión tenía que volverse un asunto privado e individual. En oposición, los conservadores, en alianza con la Iglesia, consideraron inmorales las doctrinas que propagaban el materialismo y el ateísmo, por lo que defendieron la subsistencia de un orden social garantizado por la moral cristiana y la doctrina civilizadora de la Iglesia, bajo el control estricto de las autoridades en el poder.25
El proceso de laicización fue simultáneo en los otros países latinoamericanos, aunque con especificidades: en Argentina, con la Constitución de 1853, de espíritu liberal, fue ambiguo en sus formulaciones. No propuso la independencia entre la Iglesia y el Estado, pero tampoco una integración total. Así, el artículo 14 permitió a cada persona profesar libremente su culto, pero en el artículo 2° dice que “el gobierno federal sostiene el culto apostólico romano”. En las atribuciones del Congreso, en el artículo 67, inciso 15, se afirmó que esa Cámara debía “proveer la seguridad de las fronteras; conservar el trato pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo”. Se conservó el criterio de que había ciudadanos de primera, que podían ejercer la libertad de cultos; y de segunda, que estaban obligados a convertirse a una religión instruida, o, si son analfabetos, por ejemplo, impedidos para votar.26
En México, por su parte, el proceso de laicidad y secularización arrancó en 1857, liderado políticamente por el liberalismo, luego por los positivistas y después por los revolucionarios; con la búsqueda de la separación de esferas, la del Estado y la de la Iglesia, fundamentalmente en el campo educativo, defendieron la necesidad de mantener una neutralidad en lo religioso y un jurisdiccionalismo sobre los efectos sociales de las manifestaciones religiosas.27
En general, en Colombia y otros países latinoamericanos existieron diferencias en el proceso de separación entre el Estado y la Iglesia. En México y Centroamérica predominó el anticlericalismo y la separación; en el Cono Sur prevaleció un jurisdiccionalismo concordatario; en la Región Andina, luego de cortas etapas radicales, se fortaleció el conservadurismo y la preservación de los privilegios eclesiásticos. En Cuba, las clases gobernantes identificaron al clero con el gobierno de la antigua metrópoli, siguiendo, en consecuencia, un modelo de separación de corte liberal. En República