De hecho, la filantropía es una característica de las sociedades de clases, liberales e individualistas, así como de las sociedades cristianas occidentales, más de las protestantes que de las católicas u ortodoxas; gran parte de su desarrollo y tendencias se ubican a partir de la Revolución Industrial, y del crecimiento de las ciudades, en las que surgieron instituciones benéficas de carácter secular y privado, que con el tiempo entraron bajo la jurisdicción del Estado. Durante el siglo XIX, a consecuencia de la modernidad religiosa, el laicismo promulgado por el liberalismo y la masonería, la filantropía se convirtió en una importante herramienta de acción.
En España, a los inicios de la filantropía se los ubica a fines del siglo XVIII, muy vinculada con las sociedades económicas de amigos del país, promovidas durante el reinado de Carlos III. La primera sociedad económica fue creada en 1765, en las provincias vascongadas, y llegaron a existir 56 en territorio español.
Las sociedades económicas fueron trasladadas a América. En el Virreinato de la Nueva Granada, la primera comenzó a funcionar, en 1781, en Medellín, a la que siguió la de la Villa de Mompox, a partir de septiembre de 1784, que se preocupó especialmente por el adelantamiento del cultivo del algodón.
En el año de 1791, Pedro Fermín de Vargas, Antonio Nariño y algunos otros criollos, muy vinculados al inicio de la masonería en el interior del Virreinato, insistieron en la necesidad de establecer sociedades económicas, pero hicieron énfasis en que debían procurar el adelantamiento de todos los aspectos relacionados con la agricultura. Los sucesos en que se vieron involucrados Nariño y Vargas impidieron que se cristalizase la idea.
Diez años después, Jorge Tadeo Lozano promovió la fundación de una sociedad patriótica en Santafé de Bogotá, con fines mucho más amplios que la que pensaban los dos precursores, pues su fin fue el de promover y auspiciar el comercio, la industria y la agricultura.42
En las sociedades españolas, se promovió una filantropía que unió la caridad, el espíritu cristiano y la asistencia, pero su labor no fue desinteresada: utilizaban los socorros que administraban como vía de penetración con el mundo de los valores para imponerles nuevos valores y aptitudes políticas.43
La filantropía tiene una relación directa con la masonería, pues, de hecho, a la segunda se la define como una
asociación universal de carácter filosófico que práctica la filantropía e inculca en sus miembros el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y de las artes. Es una orden iniciática, es decir que se fundamenta en símbolos, leyendas y tradiciones que devienen de las antiguas iniciaciones, ritos y mitos... Tiene como emblema fundamental los principios enarbolados en la Revolución francesa de LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD.44
El templo de la masonería es la logia, en él se borran las diferencias de clases, razas, fortuna y religión, de acuerdo con los señalados principios de libertad, fraternidad e igualdad, y de ayuda a los demás, que podían dar cauce de un modo especial a la filantropía y a la educación.45 Así, “la filantropía representa la virtud fundamental de la masonería, la cual están obligados a practicar celosamente sus miembros”.46
Sin embargo, la masonería no es una asociación exclusivamente filantrópica, pues no solo está dedicada a la caridad y el auxilio al necesitado. Tampoco es una institución de admiración recíproca “establecida con el fin de satisfacer la ambición y la vanidad de los que desean ocupar posiciones elevadas, usar insignias, joyas, epítetos sonoros y retumbantes”.47 Obviamente que no es un club social, ni una organización política, no es una iglesia, ni una orden religiosa.
En los templos masónicos se práctica
el libre examen, se propicia la libre investigación científica, se le rinde culto a la libertad de pensamiento, a la tolerancia por las ideas ajenas y contrarias, es adogmática, respetuosa de la ley del país donde actúa, del Estado de derecho, de la igualdad humana. Es ajena a la frivolidad de nacimientos y circunstancias determinadas por títulos, preeminencias y fortunas. Solo reconoce la superioridad del talento y el ejemplo de vida digno, respetuoso, racional, donde se alberga la tolerancia y el amor al prójimo. Su misión es luchar contra la ignorancia, la ambición y la hipocresía. No es una secta, no es un culto. Es una escuela de moral, un centro de estudios, un taller donde se procura formar líderes y buenos ciudadanos.48
Desde que la masonería especulativa arrancó, a comienzos del siglo XVIII, sus organizadores y promulgadores se preocuparon por organizar un cuerpo destinado a promover acciones benéficas y caritativas. Fue así como, en Inglaterra, en 1724, bajo la égida del Gran Maestro, el duque de Richmond, se organizó la Comisión de Beneficencia y el Instituto de Caridad, constituyéndose un fondo general destinado a socorrer a los hermanos pobres o desgraciados, a sus viudas y huérfanos.49
Entre beneficencia, filantropía y masonería existe una estrecha vinculación, pues los masones, si bien muestran una sincera preocupación por el problema social, acaban decantándose siempre hacia posiciones que preconizan la necesidad de armonizar los intereses de capital y trabajo, de restablecer las buenas relaciones entre patronos y trabajadores, cumpliendo cada uno de sus deberes y derechos. Sus intervenciones en este terreno, por lo tanto, rara vez van más allá de la práctica de la caridad y la beneficencia hacia los más necesitados.50
La estrecha relación entre beneficencia-filantropía-masonería siempre fue considerada por la Iglesia católica como “una careta... como también lo era que se repartieran, distribuyeran y parapetasen en sociedades anodinas de socorros mutuos, con nombres diversos y reglamentos incoloros de idílica simplicidad e inocencia”.51
Por lo demás, dados sus menguados y prácticamente insignificantes recursos económicos, las obras benéficas o caritativas, realizadas por los masones, difícilmente tienen una trascendencia pública. En la mayoría de los casos se vieron limitados a socorrer individualmente a familias indigentes o a miembros de la orden que por distintas razones se encontraban en apuros económicos. Así, en los siglos XVIIII y XIX, el reparto de limosnas de pan o la organización de rifas para fines benéficos eran prácticas habituales en el seno de las logias, aunque también se realizaban para conmemorar algún acontecimiento importante.52
1.3. El liberalismo y la masonería colombiana y su papel en la implantación de la beneficencia
A partir de la década de los treinta del siglo XIX en Francia e Inglaterra y de la de los cuarenta en España, se abrió camino y se hizo realidad la idea que el progreso de la civilización y la industria implicaban importantes costos sociales. Se configuraron entonces dos tendencias irreconciliables frente al desarrollo del catolicismo: la liberal, que pensaba que el pauperismo, la nueva miseria, era un tributo que exige el proceso civilizador; la socialista y comunista, que proclamó la lucha de clases y la revolución social como medios para terminar con la explotación del hombre por el hombre, por lo que la economía social se presentó como el mejor amortiguador de la lucha de clases.53
La pequeña y mediana burguesía, representada por médicos, filántropos, higienistas, economistas, alienistas y otros reformadores sociales, muchos de ellos vinculados a la masonería, se propusieron mediar en la guerra social imprimiendo unas obligaciones que sirvieran de lenitivo a las duras condiciones de vida de los trabajadores. Simultáneamente, propusieron una tutela diversificada de las clases populares que evitara las insurrecciones, las epidemias, los baños de sangre, y redujera y neutralizara su peligrosidad social.54
En la Nueva Granada esas ideas fueron trasladadas. En un primer momento, entre 1845 y 1849, durante el primer gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera. A continuación, en el gobierno de José Hilario López, entre 1849 y 1853, con la implantación de las reformas de medio siglo. Además de ser oriundos de Popayán y amigos