Y cierra con algunas anotaciones sobre el deber ser de la psicología escolar y de los psicólogos escolares:
El papel del psicólogo escolar debe irradiarse desde su cotidianidad contrastando el metro cuadrado en el que se le permite actuar con las teorizaciones pertinentes. Su conducta debe confluir en la construcción de un mundo armónico en donde el otro sea respetado y reconocido como tal, donde se valore a cada uno de los actores en su propio proceso, todo dentro de un clima que motive y facilite siempre la evolución [del psicólogo escolar] (Bernal, 1999, p. 111).
Otros trabajos también han buscado responder a lo que implica la categoría “psicología educativa” y apuntan a la discusión de esta como ciencia y profesión. Pero dichos trabajos se han centrado en la revisión de aspectos teóricos que son usados para proponer un “deber ser” de la psicología educativa o del psicólogo educativo. Es el caso de Giraldo (2006), Martínez (2008) y Rengifo y Castells (2003), quienes, a partir de un enfoque crítico, proponen un deber ser de la psicología educativa y del psicólogo educativo en el contexto colombiano. Para ello, dichos autores usan algunos referentes teóricos que, como se indicó antes con Bernal (1999, p. 106), también incluyen a los denominados “discursos hegemónicos europeos”, con un tema común y prácticamente obligatorio, presente en la gran mayoría de los trabajos cuando se habla de psicología educativa en la actualidad: los trabajos del psicólogo español César Coll, profesor de psicología de la educación en la Universidad de Barcelona, con más de tres décadas publicando sobre el tema.
Asimismo, en otros trabajos se encuentra un marcado interés por el rol del psicólogo educativo, donde lo proponen como un favorecedor del desarrollo humano (Gravini et al., 2010). Trabajos similares (Martínez, 2008) aportan insumos para pensar lo instituido, la forma establecida, del lugar del profesional de la psicología educativa. De esta manera, el rol del psicólogo educativo, que es un asunto propio de su institucionalización, queda establecido, sin revisar puntualmente las implicaciones del proceso de institucionalización de la profesión y del profesional en Colombia.
Por esto, este trabajo se desarrolla en torno a la revisión del proceso de institucionalización de la psicología educativa en Colombia. Dicha perspectiva se perfila como un asunto de interés, en tanto posibilita comprender la forma en que se presenta la emergencia y la consolidación de la psicología educativa como campo disciplinar y profesional.
El abordaje de la institución del campo permite la revisión de su proceso de inscripción en la estructura social (Dubois, 2014), de su proceso de recepción, aceptación social e instalación,2 a partir de la revisión de las condiciones históricas de su génesis como campo científico y profesional en Colombia, y de la identificación de las relaciones conflictivas de intercambio social entre los agentes, que han producido las tensiones que generan la energía para su emergencia, ordenamiento y autonomía. Además, se revisan sus modos de organización y la estructura que contiene las instancias de consagración y legitimación de sus formas y productos.
Pero iniciar esta empresa en los términos propuestos de la institución de un campo académico implica tener presente el constante flujo de fuerzas que se produce en los intercambios entre los agentes, las prácticas, los saberes, las disciplinas, las ciencias y, por supuesto, otros campos. Estas fuerzas producen una suerte de estructuras y regularidades que funcionan como hilos invisibles. Para poder dar cuenta de estos últimos, de sus tensiones, de su fuerza, y de su red, hay que mantener en el objetivo dos planos que se encuentran en interacción en este tipo de procesos: la institucionalización social y la cognoscitiva (Fuentes, 1994, p. 17).
Esto obliga a pensar la psicología educativa no solo en su relación con el contexto, pues esto sería una visión limitada que conduce a la reducción de las estructuras a las interacciones sociales. Este riesgo se puede mitigar mediante el abordaje desde las implicaciones de pensar en términos de campo, en la línea de lo que propone Bourdieu (2007) para la producción cultural.
En esta propuesta de análisis y comprensión de la realidad social, se encuentra que los campos son
[...] juegos en sí y no para sí, no se entra en el juego por un acto consciente, se nace en el juego, con el juego, y la relación de creencia, de illusio, de inversión es tanto más total, incondicional, cuanto se ignora como tal (Bourdieu, 2007, p. 108).
Más allá de las interacciones entre la psicología educativa y el contexto, se pretende entonces dar cuenta del espacio de contención que proporcionan los campos de la educación (Suasnábar, 2013) y de la psicología (Tourinho, Carvalho y Neno, 2004) para la psicología educativa, y del propio campo que esta crea. De esta manera, se hace referencia al análisis del campo de la psicología educativa entre los influjos de dos campos de poder: el educativo y el psicológico,3 y la emergencia de un subcampo con sus propias reglas, lógica y regularidades (Bourdieu y Wacquant, 2005, p. 159). En ese sentido, como campo, la psicología educativa ha sufrido un proceso de autonomización, que ha tenido un espacio social específico para su desarrollo y ejercicio, en el que el psicólogo no solo se debe a la psicología en sus vastos desarrollos teóricos, sino también a fuerzas sociales que legitiman y organizan su práctica y su saber.
Las condiciones para la emergencia de la psicología educativa se presentan como fruto de las tensiones, los conflictos y las luchas dentro del campo de dominación generado por la racionalización del mundo, donde se produjeron rupturas con las formas de hacer educación y acompañamiento a los niños y jóvenes. A raíz de ellas, quedaron abiertos unos espacios en los que se encuentran vacíos de conocimientos científicos. Cada uno de esos vacíos “causa horror a la práctica social” (Lourau, 1975, p. 201), y ese horror y ese vacío propician el lugar en el que se ubican las emergentes ciencias sociales y sus aplicaciones; y dentro de ellas, la que centra el interés de este libro: la psicología educativa.
La educación como campo y, en particular la educación circunscrita a la escuela, enfrentan ese vacío en medio de las nuevas dinámicas sociales, que requieren la renovación de sus recursos de intervención. El panorama de necesidades es amplio y se demandan técnicas y referentes que aporten para la orientación de los niños y de los jóvenes, para su comprensión, su control y la optimización de su aprendizaje.
Otros elementos emergentes en la sociedad de mediados del siglo XX acentúan estas necesidades: la liberación sexual; las separaciones de los padres, que llevan a la reconfiguración de las familias; la popularización del consumo de drogas, y los extensos planes de estudio. Todas estas cuestiones hacen sentir el vacío en cuanto a prácticas educativas eficaces y adaptadas a los diferentes fenómenos de una sociedad que se ha instalado y vinculado en las ideas de progreso y evolución. Y, frente a ello, la ciencia, con sus desarrollos, tiene algo que ofrecer: la psicología educativa.
Todo esto está vinculado con que, en Colombia, haya sido en la década de los sesenta que los profesionales de la psicología entraran a los colegios, en particular a colegios privados confesionales y laicos, que por su vocación humanista tenían oídos para discursos científicos sobre el hombre. La psicología, separada de la filosofía, y que adoptó la experimentación y los modelos de cuantificación (Lourau, 1975) en el camino de su racionalización, se instrumentaliza en cada una de las aplicaciones. De esta forma, la psicología educativa resulta reconocida y legitimada, como saber y como práctica, al interior del campo de la educación y de uno de sus dispositivos:4 la escuela.
Pero, en el caso de la relación entre la psicología y la institución educativa,5 surge una pregunta: ¿cómo la interpretación de dicha relación ha incidido en la relación entre psicología y psicología educativa? La perspectiva de la institución y de los campos permite interrogar el papel de la psicología educativa en la delimitación del campo y en la producción de diferencia, para reducir la competencia al interior del campo de la psicología y establecer el monopolio sobre un subsector del campo, tanto de la psicología como de la educación. Este fenómeno es planteado desde la teoría de los campos de la siguiente manera:
Los participantes de un campo,