“ Tengo miedo”, confesó, volviendo a llorar.
“ Abigail, tesoro, tú tienes miedo de todo, pero quizás Rachel tiene razón. Esta convivencia podría ayudarte a crecer y a aprender a correr riesgos en la vida.”
“ ¿Están seguras?”, preguntó, torturándose las manos por la tensión.
“ Sí. Además, esta situación también tiene un lado positivo”, dijo Emma.
“ ¿Cuál?”
“ No estarás sola. Admito que la idea de saber que estabas sola me ha preocupado un poco, mientras saber que siempre estarás con alguien en caso de necesidad, me tranquiliza”, le confesó Emma, haciéndola conmover.
“ Y además te habíamos prometido que te habríamos ayudado a ordenar la casa, mudarte, decorar y a este punto… también a averiguar quién es este Ethan Campert”, exclamó Rachel alegre, guiñándole un ojo.
¡Abigail confiaba ciegamente en el juicio de Rachel y sabía que su instinto era infalible!
Resignada, se dejó envolver por el entusiasmo de ese paso tan importante que estaba por dar y finalmente tomó una decisión.
“ ¡Acepto ir a vivir con Ethan Campert!”, declaró triunfante entre los gritos de felicidad de sus dos mejores amigas.
“ Siempre será mejor que volver a la casa de mi madre.”
9
“ Me parece que alguien te ganó de mano”, exclamó Rachel, apenas llegaron a la entrada del apartamento junto con Emma y su empleada doméstica, que llevaba a cuestas un bolso de gimnasia abierto, de donde sobresalían jeans y camisetas.
“ Por lo que parece, este Ethan ya trajo sus cosas. Pocas cosas, por lo que veo”, comentó Emma, viendo las únicas cuatro cajas que habían sido tiradas de mala manera en el ingreso.
Abigail no pudo decir una sola palabra frente a esa invasión desordenada y tan extraña a sus ojos.
Había vivido toda su vida sólo con su madre, una mujer que dejaba dando vueltas únicamente el maquillaje y algún zapato de taco 12, que tanto odiaba su hija.
No estaba acostumbrada a ver dardos, una pelota de rugby y una de fútbol, una mountain bike completamente tirada sobre el sofá, revistas pornográficas de mujeres desnudas, como las que estaba hojeando Rachel que había ido de inmediato a hurgar entre los efectos personales de Ethan, buscando alguna pista para saber si era un potencial maníaco asesino.
“ ¿Estás de verdad segura que quieres vivir aquí?”, preguntó Emma a su amiga, con un tono poco convencido y una leve mueca en el rostro. “Estoy segura de que hay lugares mejores.”
“ No a este precio”, le respondió la amiga, pero más miraba Emma a su alrededor y más quería escapar de ese lugar. Ese apartamento estaba en mal estado y el mobiliario era un revoltijo de objetos rescatados colocados al azar y sin seguir una lógica o estilo.
La diseñadora de interiores que había en ella le estaba gritando que hiciera algo con esa cocina anónima toda blanca, con mosaicos y muebles blancos, o con esa habitación que había elegido Abigail y donde sólo había una base de cama chirriante y un colchón sucio. Sólo el armario empotrado con las puertas corredizas espejadas se salvaba. ¡Por no hablar de ese sofá horrible!
Afortunadamente, llegó Carmen a distraerla, volviendo a la cocina.
“ Señorita Camberg, ¿qué es esto?”, preguntó la doméstica, dándole a Abigail un paquete de platos de plástico descartables envueltos en celofán.
“ ¡Los platos!”, respondió Abigail sorprendida.
“ ¿De plástico?”, intervino Emma con la frente arrugada.
La amiga se limitó a encogerse de hombros, rendida.
“ ¡No puede ser! ¡Esto es demasiado!”, dijo Emma indignada por la sola idea de comer en esos platos. Desde hacía dos años daba consejos de diseño interior a través de su blog y en el último año también había trabajado como decoradora de casa para casas de lujo en venta, a través de la agencia Valdés. Incluso había alquilado un almacén donde guardaba los muebles más hermosos para usar en la puesta en venta de las casas.
“ Bart, Carmen, limpien a fondo toda esta casa y desháganse de este sofá y todo lo que hay en la habitación, excepto el armario. ¡Rachel, Abby, vengan conmigo!”, decidió Emma con las ideas ya muy claras sobre cómo habría transformado ese apartamento.
Cuando Emma había hablado de almacén, ni Rachel, ni Abigail se habían imaginado un verdadero showroom de muebles de lujo.
Roche Bobois, Fendi, Missoni, Louis Vuitton, Kartell, Bugatti Home, Armani, Kate Spade, Kravet y un montón de marcas italianas.
Además, los muebles estaban separados por estilo y tipo de habitación.
Como Emma esperaba, Abigail se dirigió de inmediato hacia los dormitorios de tipo bohemio romántico.
“ ¿Puedo vivir aquí?”, suspiró enamorada Abigail, tirándose sobre una cama.
“ Lamentablemente no, pero te prometo que haré que tu habitación sea tan hermosa como para enloquecer.”
“ Sí, pero no con éstas cosas. Yo no tengo el dinero para permitírmelos”, murmuró molesta, tomando un almohadón de Fendi.
“ Te lo daré en comodato. Mientras vivas allí, podrás tener todo lo que elijas.”
“ ¡Gracias!”, se conmovió Abigail corriendo a abrazarla.
Después de cuatro horas bajo la supervisión de Emma, cada objeto elegido fue llevado al apartamento y después de otras dos horas, había sido completamente cambiado.
Emma tenía razón: Abigail ya había perdido la cabeza por su apartamento.
En el cuarto, el estilo romántico parisino que la muchacha amaba tanto, resaltaba por la cama con el cabecero acolchado forrado en suave chenilla color crema, del lino de algodón blanco y rosa de la línea floral bohemia de Kerry Cassill, la alfombra de damasco Kravet con efecto desteñido color perla, y la lámpara Kartell en policarbonato de color cobre.
A todo eso, Abigail agregó las cortinas de lino belga color blancas de su abuela y su colección de fotografías en blanco y negro, de una mujer en París: a los pies de la Torre Eiffel, de frente al Arco de Triunfo y sobre las escalinatas de la basílica del Sagrado Corazón tomando un helado.
Finalmente, no podía faltar la cucha de Otelo de Louis Vuitton, un regalo de Emma.
En referencia al lugar del área diurna, Rachel aconsejó hacerla menos romántica, pero más colorida y vistosa, ya que era un ambiente que habría sido compartido con Ethan, quien ni siquiera había sido consultado el respecto.
Finalmente optaron por un toque rojo para contrarrestar todo el blanco de la cocina.
Rachel eligió una batería de ollas color cereza de Rachel Ray y un juego de platos, tazas y vasos blancos con bordó de la colección de cocina de Kate Spade, mientras Emma eligió un mantel blanco con amapolas rojas en los bordes y una pegatina larga transparente, también con amapolas rojas, para pegar en los azulejos de la cocina.
Abigail se limitó a elegir un reloj cucú de pared de los mismos colores.
El problema surgió por la elección del sofá, pero al final Emma ganó con su amada Roche Bobois en colores vivos e hipnóticos, tendiendo a estampados rojos y florales, combinados con una enorme alfombra patchwork de los mismos colores.