“ ¡Olvídalo! Esta es mi casa. Ya me puse de acuerdo con la vieja”, se preocupó él, enojado.
¿Un competidor? Pero ¿cómo era posible?
“ ¿La señora Rosemary?”, preguntó dudosa.
“ Sí, ella. Vine a ver el apartamento hace cinco días. Le dije de inmediato que me lo quedaba, ya que trabajo en el pub aquí enfrente y ella aceptó de inmediato mi propuesta.”
Abigail había visto la casa hacía cuatro días, pero decidió no decirlo, ya que temía perder el negocio por haber llegado después. Además, adoraba esa casa y estaba en una ubicación estratégica, además de ser muy espaciosa como para tener lugar incluso para Otelo y los demás.
“ ¡Este apartamento es mío!”, se preocupó enojada y angustiada por la idea de tener que pasar otro mes buscando casa.
“ Eres una boba, si crees que te dejaré esta casa”, la atacó él a su vez.
Los dos contrincantes estaban por comenzar una sanguinaria batalla de insultos, cuando de repente se abrió la puerta delantera.
Una frágil y delicada señora sobre los ochenta años salió y, ayudada por su bastón, vino hacia ellos.
“ ¿Los señores Camperg?”, preguntó con un tono de duda.
“ ¡Camberg! ¡Abigail Camberg!”, la corrigió Abigail, levantando la voz todavía furiosa por esa discusión.
“ Sí, soy yo. Ethan Campert”, respondió al mismo tiempo el tipo a su lado, levantando la voz.
Ni siquiera su leve sonrisa de triunfo se le escapó mientras avanzaba hacia la dama.
“ Buenos días. Soy Teresa, la hermana de Rosemary Dowson. Lamentablemente mi hermana tuvo que internarse, pero me ha dejado las llaves del apartamento, diciéndome que se las entregue hoy. Más tarde llegará también mi sobrina con el contrato”, les informó, dándoles un manojo de llaves a cada uno, con las manos temblorosas y volviendo hacia la puerta.
“ Señora, ¿el apartamento para quién es?”, le preguntó nervioso Ethan.
“ Para ustedes.”
“ Nadie me había hablado de un compañero de departamento”, intervino la muchacha, pero la mujer no dio señales de haberla escuchado.
“” ¡Sorda como la hermana!””, pensó irritada.
“ Espere, la casa no puede ser para ambos. Esta muchacha está loca”, se entrometió el joven, haciéndola poner más nerviosa, pero la viejita les sonrió comprensiva.
“ Escúchenme. Tomen las llaves y entren en la casa. No está bien que esposa y marido discutan sus problemas personales en el corredor”, los regañó.
“ Nosotros no estamos casados”, aclaró Abigail inmediatamente, mientras intentaba detener las ganas de golpear la cabeza contra la pared para despertarse de esa pesadilla.
“ Tiene razón. Ni siquiera nos conocemos”, respondió el muchacho.
“ Tendrían que haberlo pensado antes de casarse”, dijo la viejita antes de encerrarse en su casa.
“ ¿Pero entendió lo que le dijimos?”, preguntó Abigail desmoralizada, dirigiéndose a Ethan.
“ Creo que es sorda”, murmuró él, mirando la puerta de la señora.
Ese día Abigail se prometió agregar también la sordera a su lista de “Enfermedades a no contraer por ningún motivo.”
Después de un momento de desorientación y dudas, Ethan abrió la puerta de la casa.
El interior era precisamente como se lo recordaba la muchacha: un pequeño saloncito sólo con un diván de tres cuerpos y un pequeño soporte de TV de color blanco como la mesita frente al diván, al que habría agregado un par de estantes para poner sus DVD y cursos de Pilates. Además, Emma había prometido ayudarla con la decoración.
La cocina daba a la sala de estar con la mesa del comedor colocada para que se pudiera ver la televisión mientras comía... Lo que nunca sucedería en esa casa, mientras ella viviera allí.
La cocina blanca, simple y ligeramente deteriorada por los años era funcional pero discreta.
Una cosa que había adorado desde el comienzo era la gran terraza que unía la cocina con la habitación principal. Daba casi toda la vuelta al apartamento y, aunque era un poco angosta, ya había tenido algunas ideas para organizar todas las macetas con hierbas aromáticas y medicinales que quería tener para preparar tés biológicos y jugos frescos y especiados.
El minúsculo corredor que unía el área pública con el baño y las dos habitaciones era oscuro y angosto, pero su fantástica amiga diseñadora de interiores ya había llamado a su albañil de confianza para hacer instalar lámparas alógenas en el techo.
El baño era pequeño, pero tenía el espacio necesario para un lavarropas y para las necesidades de Otelo.
Finalmente, las dos habitaciones completaban el apartamento.
Una era un poco más grande, pero en ambas había una cama matrimonial y un pequeño armario. Abigail ya había pensado separar la ropa en base a la estación y poner una en la habitación que habría usado para dormir, mientras lo demás lo hubiera dejado en la habitación de Otelo y de los otros.
Volvió a mirar toda la casa y se sintió a gusto.
Había sólo un elemento extraño: esa alma que vagaba y curioseaba entre la vajilla y el refrigerador, buscando quien sabe qué cosa.
“ ¿Qué estás buscando?”, le preguntó con cautela, acercándose.
“ Platos.”
“ ¿Platos?”, repitió confundida.
“ Sí, yo no tengo y la vieja me dijo que me habría dejado alguno, pero no los veo.”
“ Habría que comprarlos. En el Al Backtable’s siempre tienen ofertas de decoración”, dijo con la voz apagada. Estaba deprimida por esa situación que se había creado y ya no tenía energía.
“ Quizás…”, suspiró Ethan ausente. Por lo que parecía no era la única que sufría por ese desastre.
“ ¡Aquí estoy!”, dijo una voz a sus espaldas, haciéndolos sobresaltar. “Discúlpenme, pero después del hospital me llamaron del trabajo y ahora tengo que irme rápidamente.”
Era la hija de la señora Rosemary Dowson.
“ Buen día”, la saludaron, intentando mostrar una sonrisa, a pesar del temor de ser descartados y dejados fuera para dar lugar al otro.
“ Buenos días, muchachos. ¿Han visto la suciedad que hay aquí afuera? Alguien ha fumado y ha tirado todo al piso. ¿Saben quién fue?”, se quejó la mujer.
“ No sabría. Yo no fumo”, se apresuró de inmediato Ethan, ganándose la clásica mirada homicida de Abigail.
“ Yo tampoco fumo”, dijo Abigail, pero por la expresión de la señora se dio cuenta que no le había creído.
“” ¿Prefieres creerle a este tonto antes que a mí? ¡Machista!””, gritó su mente rencorosa.
“ ¿Entonces, la casa está bien? Les gusta, ¿no? ¿Está todo en orden?”, se apresuró a decir la mujer, sacando de la enorme cartera el contrato de alquiler arrugado.
“ En realidad, hay un problema”, dijeron al unísono Abigail y Ethan.
“ Lo sé, lo sé… los platos. Sí, mi madre se olvidó, aunque lo ha escrito en el inventario del contrato. Con todo lo que sucedió, temo que tendrán que ocuparse ustedes, pero no se preocupen. Siéntanse libres de