Por qué se suicida un adolescente. Héctor Gallo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Héctor Gallo
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789878372693
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sino más bien un llamado al Otro, no tiene en nuestro estado de civilización actual más remedio que ocultarse detrás de la casualidad o manifestarse imitando el comienzo de una enfermedad espontánea. Antiguamente era signo usual de un duelo y podía ser expresión de ideas de piedad y renunciamiento al mundo. (6)

      No son pocos los seres humanos en quienes, por distintos medios, se evidencia una tendencia a la autodestrucción, manifestando cierto furor contra la propia integridad y la propia vida, un cierto desprecio del cuidado de sí y el empecinamiento compulsivo en hábitos de vida nada saludables. Esta tendencia inconsciente a la autodestrucción –que, por cierto, contradice la idea del cuidado de la vida como valor fundamental– aprovecha momentos de debilitamiento existencial y alguna culpa inconsciente que empuja hacia el autocastigo, para ponerse en escena bajo la forma del daño.

      El suicidio de un ser humano, se lleve a cabo individual o colectivamente, es un misterio sin solución, algo frente a lo cual no hay vacuna que funcione. Cada vez que se trata de una epidemia en donde está involucrada la subjetividad, el modelo epidemiológico para explicarla e intervenirla se queda muy corto, pues ataca la causa objetiva y deja intacta la causa subjetiva, que nunca es univoca, sino múltiple y variable. La variable desconocida del suicidio exige ser despejada de manera muy cauta, nadie tiene la solución con respecto al mismo, y habrá que pensar detenidamente qué posibilidades hay de prevenirlo tanto a nivel subjetivo como familiar, social, educativo, e incluso empresarial. Nada de lo que se diga del suicidio logrará despejar el misterio inefable que alberga.

      Con respecto a la cuestión preventiva, Freud señala que una institución educativa –agreguemos también la institución familiar–,

      Hay dos recomendaciones que hace Freud a la escuela, en el texto que se acaba de citar, para prevenir el suicidio en los niños y adolescentes: que les infunda a sus alumnos el placer de vivir y les ofrezca asidero, es decir, puntos de anclaje. Mientras asisten a las aulas de clase, suele producirse, en la actualidad, algo que a niños y adolescentes los confronta: que se encuentran en trance de soltar sus vínculos paternos, quedando el niño en cierto desamparo a nivel simbólico. Dado que estos vínculos se sueltan en nuestro tiempo cada vez más rápido, la responsabilidad de la escuela, y con ello de sus educadores, se vuelve más grande.

      Las identificaciones a los significantes amo familiares y sociales suelen aflojarse con la entrada en la pubertad e incluso desde antes, y con ello el futuro adolescente queda sin una orientación que le sirva de soporte simbólico, siendo ahí donde queda al borde de caer en un vacío que lo conduce a elecciones que pueden ser letales. Las posibilidades de contrarrestar elecciones del adolescente que pueden conducirlo a lo peor para sí, para la familia y la sociedad son cada vez más precarias en nuestro medio, pues las ofertas sublimatorias por parte del Estado que nos rige son mínimas: se prefiere invertir más en seguridad policial, que en seguridad humana.

      Otro elemento que Freud introduce en el texto citado con respecto al colegio y que es importante evocar, porque hoy más que nunca tiene vigencia, consiste en que queda muy a la zaga de cumplir la misión de inculcar el placer de vivir y el amor por la vida, pues en lugar de inventar estrategias para educar en esta dirección, se ofrece educación para todos y de la peor calidad. El Estado les exige a los docentes de primaria y secundaria implementar programas de intervención y prevención contra los males de la sociedad actual: consumo de droga, violencia intrafamiliar, violencia escolar, criminalidad y suicidio, como si la escuela fuera una panacea que tiene en sus aulas el remedio contra todas las enfermedades del vínculo social. Entre tanto, la mayoría de los docentes, sobre todo los que trabajan en colegios públicos, se quejan, se agotan, se enferman física y psíquicamente, se sienten impotentes, desencantados de su profesión, pasando a transmitir a los estudiantes más su depresión, falta de entusiasmo y frustración, que un amor al saber que esperan les sea supuesto por los muchachos.

      No son pocos los docentes que dicen vivir aburridos, estresados, angustiados, y que desencadenan enfermedades psicosomáticas o, como hoy se dice, “autoinmunes”. Esto suele ser atribuido a la presión a la que viven sometidos por parte de las autoridades educativas, y también a la decepción de su profesión, debido a lo poco que es valorada. Es desesperanzador el desgano generalizado de los profesores, la desidia de los escolares, su actitud desafiante y a veces violenta, sin contar los usuales improperios de los padres, e incluso las amenazas de actores armados cuando la labor es desempeñada en barrios populares o en regiones en donde las bandas delincuenciales ejercen un poder alterno al