Sigmund Freud (1912) continuará su derrotero sobre la técnica psicoanalítica. Siguiendo con la metáfora iniciática sobre la edificación de una técnica, dice que “he decantado las reglas técnicas”, por eso se cree lo suficientemente maduro para aportar una serie de “consejos al médico”, es decir, al psicoanalista. Establecerá, entonces, claras reglas técnicas, las que debe tener en cuenta todo psicoanalista: atención parejamente flotante mientras escucha el discurso del paciente, no redactar protocolos extensos durante la sesión, abstraerse y no escribir hasta luego de transcurrida la misma; además de investigar sin publicar y poner en práctica la disociación instrumental, que surge del discurso del paciente y que se enlaza con lo que repercute en el analista. En este sentido señala que todo analista posee puntos oscuros, de ahí que tanto su propio análisis como la supervisión sean nodales. Para eso es central registrar la actividad inconsciente como órgano receptor de lo que trasmite al paciente. No ser transparente pero sí ofrecerse como pantalla de las irradiaciones producidas por la proyección del paciente sobre la figura del analista, quien debe evitar toda actividad pedagógica, estimular con sus intervenciones al paciente para que desarrolle su propia y original forma de vivir su vida y perseverar en la regla fundamental: la asociación libre por parte del paciente.
Sigmund Freud luego producirá un nuevo artículo ligado a la técnica psicoanalítica: Sobre la iniciación del tratamiento. Aquí tomará el modelo del juego de ajedrez: se sabe cómo comienza y termina, lo que no se sabe es cómo se desplegará sobre el tablero. Otro tanto ocurre con el inicio de un tratamiento o de una sesión psicoanalítica: se registra la apertura, pero durante el desarrollo ninguno de los dos actores (analista–analizando) saben lo que vendrá. Por eso da lugar a “la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen, por cierto, a una mecanización de la técnica…”.13
Deseo subrayar “las constelaciones psíquicas” y “la extraordinaria diversidad”. Gracias a las investigaciones de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI sobre las constelaciones del espacio sideral por dentro y fuera del sistema solar, podemos modelizarlas en cada sujeto humano, quien posee sus propias “constelaciones” a partir de su gestación o nacimiento. Allí habremos de ser partícipes necesarios, como integrantes de la díada analítica, del desarrollo y puesta en marcha a través de los relatos en palabras, síntomas corporales o gestos de lo que los pacientes aportarán al proceso analítico. En este artículo surge con mayor peso específico el contrato analítico, que tendrá en cuenta: un período de prueba, fijado en algunas semanas y que contiene una “motivación diagnóstica”. Sugiere que las entrevistas de inicio no sean muy prolongadas, por los efectos que la transferencia ejerce sobre el paciente. Allí se deben prefigurar “estipulaciones sobre tiempo y dinero”, o sea, la cantidad de sesiones y el valor pecuniario que el analista solicita por su tarea. Señala cómo ligado al dinero se expresan y “participan poderosos factores sexuales”. Aquí brinda, sobre este inicio, una joya que conlleva toda la actividad inconsciente que el paciente desconoce de sí mismo, por eso le pide: “Cuénteme, por favor, lo que sepa de usted mismo”. Es decir, usted tiene un relato consciente sobre su vida, aquí trabajaremos con él y habremos de darle preponderancia a lo soslayado, que se hallará en la narración inconsciente. La transferencia y la resistencia habrán de ponerse en juego en todo ese proceso analítico.
En su artículo Recuerdo, repetición y elaboración (1914) suministrará la escucha a la forma de rememorar que tienen los pacientes, ya que algunos de sus recuerdos son encubridores y están ligados a la resistencia por la repetición. La resistencia ahora ocupará un lugar central, a través de la labor interpretativa del analista a partir de los dichos del paciente. Esto puede conducir, si hay un auténtico insight, a introyectar nuevas formas de pensar su interioridad, a una reelaboración de los viejos conflictos que lo aquejan. Aún trabaja con la teoría traumática, pero a partir de 1920 introducirá en su teoría la pulsión de muerte, la que tiende al principio de Nirvana, a la destructividad y muerte bajo el ropaje de la reiteración de síntomas por la resistencia tanática. La elaboración, con ayuda de la pulsión de vida, podrá rescatar al sujeto de esta actividad destructiva contra sí y su entorno.
Los aportes de Heinrich Racker, José Bleger y
Horacio R. Etchegoyen
La figura de H. Racker aparecerá tempranamente en el desarrollo del psicoanálisis institucionalizado en nuestro país, con la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) en 1942. Fue de los primeros formados con las normas de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), integradas por el trípode propuesto por Max Eitingon: el análisis personal con un analista didáctico, la formación en seminarios y dos supervisiones didácticas a lo largo de la formación.
Prontamente se descubrió impulsado a desarrollar ideas sobre la técnica en psicoanálisis. Para ello escribió su libro señero sobre el tema −Estudios sobre técnica psicoanalítica− con el que se formaron y forman muchos analistas.
Heinrich Racker desarrolla en su obra lo que entiende como importante en la técnica psicoanalítica y brinda una serie de aportes a los eventuales usuarios. Señala que “el principio básico de toda la técnica analítica es el antiguo ‘conócete a ti mismo’ socrático (…). El verdadero conocimiento es equivalente a la unión consigo mismo (…) la técnica analítica es (…) devolver al ser lo que es suyo.”14 Esto remite a lo que ya hemos rescatado de S. Freud (1905) sobre la contribución de la psicoterapia a un sujeto humano, cuando se la conduce por via di levare: surge algo que estaba en potencia y el analizado toma conocimiento sobre lo ignorado, clivado de sí mismo. Dice que, durante el proceso analítico, como ya lo señalara S. Freud, el analista, en el entramado tejido por el par transferencia–contratransferencia, se tropezará con la resistencia: “el eje alrededor del cual gira todo el tratamiento es efectivamente la resistencia.”15
En todo análisis el paciente revive sus objetos internos centrales, ligados fundamentalmente a la figura de sus padres. El amor, el odio hacia ellos, los sentimientos de ser deseados, amados, los que prohíben o permiten, los que gratifican y frustran, la envidia y la gratitud se reviven en el aquí y ahora del vínculo analítico por medio de la transferencia y la contratransferencia.
Además, da una importancia central a la interpretación: destaca las reacciones del paciente ante esta actividad del analista, si es aceptada, asimilada o rechazada. Aquí se juegan, a su entender, los vínculos profundos del analizando, desde donde surgirá el amor, ligado a la gratitud y el odio, en armonía con la envidia. Para ello, otorga un lugar centrado en la contratransferencia del analista y propone dos aportes centrales e innovadores a la teoría de la técnica sobre este tópico. Distinguirá dos modalidades contratransferenciales, las que poseerán un vínculo estrecho con las identificaciones del analista y del analizado: en la urdimbre y el caldeo del intercambio en sesión surgirán la identificación concordante del analista (que tendrá su origen y se ubicará desde el vértice del Yo y el Ello del analizante) y la identificación complementaria, que “resulta de la identificación del analista con los objetos internos del analizado.”16 Si el analista incorpora a su pensamiento estas dos modalidades contratransferenciales podrá hacer un insight más profundo de cómo y porqué intervino de esa manera y podrá integrar a su torrente de pensamiento el origen de tales formulaciones.
Heinrich Racker enriquece la teoría y la técnica psicoanalítica, como asimismo a sus usuarios, quienes obtienen de su enseñanza otra mirada sobre la tarea que implica recibir las radiaciones