En un tercer momento de su obra otorgará un espacio importante a la envidia, a la que define como constitutiva del sujeto humano. Esta es una postura tanática, donde el sujeto de la experiencia trata de destruir al objeto, pero lo central de este sentimiento es que se revierte y ataca al propio sujeto y a sus producciones. Se observa en neuróticos que no toleran sus propias buenas producciones y las atacan. Como contrapartida, propone el sentimiento de gratitud, donde predomina la pulsión de vida sobre la de muerte. Aquí se valora al objeto y las producciones del propio Self. Son un antídoto contra la destructividad de la envidia.
Wilfred Bion −con su formulación sobre la experiencia en grupos, al abrigo de diferentes líderes que gobiernan la vida grupal y su revolucionaria concepción de pensar la mente en un intercambio permanente entre la escisión y la integración−4 enriqueció la obra de M. Klein al proponer el intercambio permanente, en forma de caleidoscopio, entre la escisión y la integración en la vida diaria. Cuestión que se observa indefectiblemente en la clínica.5
Donald Winnicott desarrollará sus propias ideas, pero hará una integración entre las obras de S. Freud y M. Klein. Seguirá al primero en cuanto a la no existencia de una instancia yoica desde el nacimiento: esta habrá de advenir. Por eso no hablará de psiquismo profundo sino de maduración. El bebé que propone está más ligado a lo biológico, pero en los primeros meses de vida surgirá la instancia yoica. Por eso dice: “Profundo no es sinónimo de ‘temprano’, ya que a la criatura le hace falta cierto grado de madurez para poder ser profunda.”6 Para él es muy importante el entorno familiar y la función materna gracias al sostenimiento afectivo (holding). Concede, entonces, al medio ambiente una central importancia y demuestra que cuando falla, el bebé se encapsula en un Falso Self para preservar al Verdadero Self. Una catástrofe para ese ser humano, que sólo podrá ser rescatado por un análisis y una regresión difícil para liberar a ese Verdadero Self, donde un analista de más de 10 años de experiencia (según sus indicaciones) lo acompañará a reencontrar la más recóndita y verdadera subjetividad a través de la regresión. Para ello tendrá en cuenta cómo se constituyó la integración del sujeto en su proceso de personalización y maduración, la que entrará en contacto con la apreciación del tiempo y espacio, desde sus variables subjetivas.
Por su parte, la enseñanza de J. Lacan señala cómo el infant se precipita en la construcción de su Yo (un nuevo acto psíquico), producto de la identificación con la imagen especular desde la mirada del otro. Momento en que se aliena en el poder de la imagen de un otro, lo que nos permitiría, en palabras de Arthur Rimbaud, señalar que “Yo es otro”.7 Se identifica con una imagen que no es la suya. Además, el lenguaje adquiere su lugar nodal según cómo es hablado por ese gran Otro. Esa alienación-fantasma es lo que deberá atravesar el sujeto humano, en el mejor de los casos, para recuperar su propio devenir histórico no alienado.
Heinz Hartmann, fundador de la escuela de “la psicología del yo”, propone un área libre de conflicto que permita al sujeto humano adaptarse mejor al medio ambiente, sin soslayar la importancia tanto de este como del cuerpo y las patologías ligadas al narcisismo. El área libre de conflicto permite al sujeto humano adaptarse bien al medio (intrasistémica). También, siguiendo a S. Freud, explicita un área ligada al conflicto (intersistémica) y a las manifestaciones de las tres instancias (Yo, Ello y Superyó) con el área libre de conflicto.
Este derrotero llega a dos analistas argentinos −Janine Puget e Isidoro Berenstein− que han construido una teoría vincular, tanto para pensar las patologías individuales como las de pareja y las de familia, donde el desconocimiento del otro y de uno mismo es central. En este sentido proponen pensar la subjetividad desde tres dimensiones: la intrasubjetiva, la intersubjetiva y la transubjetiva. Integran al individuo en la conformación psíquica individual, pero agregan la conflictiva del vínculo con el otro y con el medio social.
Por último, abrevamos en las ideas de René Kaës, quien propuso pensar la institución desde las categorías del psicoanálisis. Sostiene que aquella nos sitúa frente a “una cuarta herida narcisista”, dado que debemos renunciar a una parte de nuestro propio narcisismo para integrarnos a la dimensión institucional, la que nos precede y nos trasmite su propia cultura desde lo instituido.8
Teoría y técnica en S. Freud
Sigmund Freud fue “edificando” (1905) una técnica en permanente cambio, la que comenzó a desarrollar en su intervención durante la conferencia que dictó al colectivo de médicos vieneses. Allí dijo que correspondería “edificar” una técnica, la que diera cuenta de una práctica. Esta metáfora “edificar”, que proviene de la arquitectura, es un hallazgo con la que continúa a lo largo de una década, finalizando con la “sedimentación” de sus propuestas técnicas.
Esta edificación había comenzado con su propuesta donde lo psíquico y lo corporal se entramaban en un todo. Por eso proponía a sus colegas médicos que no sólo debían tratar a los pacientes desde la vertiente corporal sino también de la psíquica.9 Continuó su trabajo con J. Breuer (1895) sobre el tratamiento con pacientes histéricas y cómo la paciente Anna O. expresó a aquel que una psicoterapia psicoanalítica es una cura por la palabra (talking cure). Allí se reveló la transferencia como un falso enlace, donde la paciente ubicaba en el analista una figura importante de su pasado. En ese momento la teoría traumática era central. También intervenían como modelo técnico la hipnosis y el modelo catártico. Más tarde se dio cuenta de que las pacientes construían relatos que, en parte, no tenían que ver con situaciones vividas en su entorno sino que eran construcciones psíquicas ligadas a la fantasía inconsciente, de allí que dijera “ya no creo más en mis neuróticas.”10
Cuando dicta la referida conferencia a los médicos vieneses ya había desarrollado artículos centrales sobre el soñar y psicopatología de la vida cotidiana, los lapsus y olvidos y fallidos, que contenían una urdimbre psíquica inconsciente. Recordará allí que la psicoterapia es una de las prácticas más antiguas y que los médicos la practican desde el inicio de la noche de los tiempos: “Es la terapia más antigua de que se ha servido la medicina”11 y, por lo tanto, no se la puede soslayar. Por eso indica que “los médicos no podemos renunciar a la psicoterapia” y que “las psiconeurosis son mucho más accesibles a influencias anímicas que a cualquier otra medicación.”
En el vínculo con el analista, a través de la regresión transferencial, se habrán de situar los sucesos del pasado de ese sujeto humano. Esto es central, dado que arranca las neurosis del campo de lo biológico para reconocerlas como un conflicto plenamente psíquico.
Poco tiempo después deja de lado en esta edificación la hipnosis y el método catártico, para invitar al paciente a asociar libremente, a que desarrolle en sesión lo que aparezca en su mente. Por eso, señala que abandona la técnica sugestiva por la analítica, dado que esta última se diferencia de la primera en que aquella funciona por via di porre, donde sobre un fondo blanco como en una tela de pintor es saturada por la mente que deposita las acumulaciones de su pasado, mientras que la segunda dará lugar a la via di levare, es decir, extrae de ese sujeto humano lo que ha permanecido desconocido para sí. Así dará preeminencia a la resistencia, la que detecta cuando observa cómo los enfermos se aferran a la enfermedad. Su tarea será avistarla a través de la interpretación para que se produzca un cambio o, en el mejor de los casos, que el paciente sepa de su sufrimiento ligado a estos hechos patológicos. No es fácil ni obvia la remoción de estos viejos funcionamientos patológicos ligados a la actividad inconsciente. En este sentido expresa: “La terapia psicoanalítica se creó sobre